Cuando Tano cumplió diez años

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El día que Tano cumplió diez años, nadie imaginaba todo lo que podía pasar en el futuro. No obstante, en defensa de los adultos, diremos que ellos estaban demasiado ocupados pensando en el presente y en esas pequeñas cosas importantes como para pararse a pensar en las consecuencias de lo que sucedió aquel día. ¿Que qué sucedió? Bueno, es simple decirlo: fue el cumpleaños de Tano. Aunque eso no fue lo más importante, como ya hemos dicho. Lo importante de ese día fue lo que pasó en el cumpleaños de Tano. Empecemos por el principio.

Los Martínez eran una familia sencilla aunque bien avenida que vivía en la avenida del pintor Kush, un lugar plagado de chalets en la pequeña ciudad de Villajoquera. Era una ciudad tranquila, únicamente conocida por un festival de música que se organizaba todos los veranos. Paradójicamente, los vecinos detestaban aquel evento y todo cuanto implicaba, ya que, según ellos, las personas que irrumpían y ocupaban la ciudad en esos días eran de lo más indeseable que pudiera encontrarse. Se referían, obviamente, a los cientos de jóvenes que se concentraban allí, todos ellos con el pelo pintado de colores extraños, despeinados o rapados y vistiendo ropas raras, hablando a voces e incluso contaminando el aire con las infernales canciones que escupían sus teléfonos móviles. No les culpemos. Al fin y al cabo, los vecinos no sabían nada del rock ni del efecto que este causaba en la juventud. Si lo hubieran sabido, tal vez se habrían atrevido a mirar a aquellos jóvenes con otros ojos. Bien, como íbamos diciendo, en esta ciudad vivían los Martínez, una familia formada por el señor y la señora Martínez y por su único hijo, Antonio. Sí, él es el Tano de nuestra historia, pero todo a su debido tiempo.

El pequeño Antonio era un niño travieso y despistado que siempre dejaba sus juguetes tirados por doquier. Era uno de esos niños que perdían los calcetines, se reían con fuerza o que se revolvían el pelo a base de sacudir la cabeza. Sus padres estaban orgullosísimos de él, pues era en verdad un niño talentoso e inteligente que aprobaba todas las asignaturas de su colegio sin pestañear para salir luego a jugar con los demás niños del barrio. Era también un niño educado y respetuoso con sus padres y sus maestros, los cuales ya lo veían con una brillante carrera por delante si se lo proponía. Todos sabían que los padres de Antonio eran muy ricos y buenos en su trabajo, y esperaban que el niño fuera igual al crecer.

Pero un día, Antonio cumplió diez años. Y todo cambió.

Ese día, Antonio se levantó temprano para comprar churros para sus padres y sorprenderles. Con mucho cuidado de no hacer ruido, se lavó, se vistió y se calzó los zapatos. Únicamente olvidó peinarse, pero eso era habitual en él. Abrió la puerta de su habitación con un breve chirrido y bajó las escaleras que llevaban a la planta baja en silencio. Pero...

—¡Sorpresa! —gritaron tres voces al unísono. Antonio se detuvo con un grito nervioso por el susto. Entonces vio de qué se trataba.

Sus padres lo miraron con cariño y orgullo detrás de la tarta de chocolate que le esperaba en la mesa. Una tarta cuidada en la que había clavadas diez pequeñas velas. Miró a sus padres, completamente sorprendido.

—¡Feliz cumpleaños, Antonio! —le felicitaron—. ¿Te gusta la tarta?

—Es genial —bufó el niño con una sonrisa cada vez más grande—. ¡Me encanta!

—Pues espera a ver los regalos... —dijo otra voz tras él. Antonio abrió los ojos aún más. Se trataba de la tercera voz. Su dueño estaba detrás y, antes de que pudiera girarse, ya estaba siendo abrazado por un hombre maduro de largos pelos alborotados.

—¡Tío Francis! —exclamó Antonio, que no cabía en sí mismo de felicidad. Su tío soltó una carcajada y le revolvió el pelo.

—¡Antoñín! Hay que ver, qué grande estás ya. ¡En nada serás todo un jovencito correteando detrás de las nenas!

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⏰ Last updated: Apr 12, 2016 ⏰

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Tano y los disonantes (primeras páginas!)Where stories live. Discover now