Capitulo 1

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(Daniel)

Hay personas increíblemente afortunadas. Por desgracia, yo nunca he sido una de ellas. De hecho, creo que soy uno de esos que siempre está en medio del tiroteo. Mientras me siento en la parte de atrás de un coche patrulla con unas esposas que se me están clavando en las muñecas, vuelvo a pensar en la primera vez que me arrestaron, hace dos años.

Había bebido.

Había consumido drogas.

Y fui arrestado por algo que no hice.

Aunque eso no les importaba. Me encerraron un año de todos modos, básicamente porque me declaré culpable por conducir borracho.

Esta vez estoy siendo arrestado por drogas. Aunque yo no fumé, inhalé, ingerí, esnifé, me pinché, o compré esa basura. Vale, admito que estaba viviendo en una casa donde habían drogas. Era o tener un techo sobre mi cabeza e ignorar todo lo ilegal que me rodeaba o vivir en la calle.

Elegí el techo. Pensándolo bien, quizás no fue la decisión más adecuada. En estos momentos vivir en la calle suena muy tentador. Todo es mejor que vivir enjaulado y renunciar a tu propia vida. Que te digan cuando mear, ducharte, afeitarte, comer y dormir no es mi idea del paraíso. Pero Paraiso, donde crecí, tampoco encaja con esa idea. Me pregunto si el paraíso solo es una palabra en el diccionario con la definición: no existe.

Apoyo la cabeza contra el asiento, preguntándome cómo voy a salir de esta. No tengo dinero, amigos de verdad, y mi familia...bueno, no he vuelto a saber nada de ellos desde que hace ocho meses dejé Paraiso.

Cuando llegamos al cuartel, el policía me escolta hasta una señora que se tiene que encargar de mi fotografía. Luego me ordena que vaya a su despacho y se presenta.

— No intentes nada de lo que te puedas arrepentir—me abre la esposa de mi muñeca derecha y la engancha a su mesa como si para escaparme tuviera que arrastrar una mesa de 300€ conmigo. Sin que haga falta que lo diga, no voy a ir a ningún sitio.

Después de hacerme un montón de preguntas, me deja solo. Miro alrededor en busca de Rio, uno de mis cinco compañeros de cuarto. Todos fuimos detenidos a la vez, cuando él y otro estaban vendiendo bolsas y bolsas de metanfetaminas a tres tipos quienes, a decir verdad, parecían policías locales disfrazados de yonkis.

Justo antes de que sacaran sus pistolas y nos gritaran que nos pusiéramos de rodillas en el suelo y pusiéramos las manos sobre la cabeza, había estado viendo un reality show, porque lo último que necesitaba era estar metido en los líos de Rio.

Me había pedido que le ayudara con algunos envíos un par de veces, y lo hice. Pero nunca he vendido drogas a tipos que estaban tan desesperados que me darían sus últimos diez céntimos para conseguirla.

— Escucha—dice Jack, el policía que me ha escoltado, mientras abre una carpeta con cientos de papeles—. Te has metido en un buen lío. Los jueces no son respetuosos con los reincidentes, especialmente cuando están viviendo en casas de drogas.

— No soy un traficante—le digo.— Trabajo en una planta de reciclaje.

— Solo porque tengas un trabajo no quiere decir que no trafiques—saca su móvil y me lo tiende—. Tienes derecho a una llamada.

Apoyo el aparato boca abajo en la mesa. — Renuncio a mi derecho de llamar.

— ¿Familia? ¿Amigos?

Niego. — Nada.

— ¿No quieres que te eche un cable? El juez dará su veredicto como muy tarde mañana. Tendrás que estar preparado.

Vuelta a Paraiso || GemeliersWhere stories live. Discover now