Capítulo 1

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    Dentro de una isla gobernada por distintos reinos, nuestra atención se centró en el más desafortunado. Karemasu, el reino de la rosa marchita, conocido por sus fríos gobernantes. Las historias sobre la cruel familia real invadía las calles de la capital cada vez que algo sucedía, y aquel día no era distinto. Las llamas de la revolución habían estallado en la gran ciudad, destruyendo el gran palacio y devorando al pueblo inocente. Estos no habían recibido ayuda, no habían recibido siquiera noticias de aquellos en el poder; teniendo en cuenta que ellos eran probablemente el objetivo de aquello tampoco era de extrañar.

Sin ningún tipo de rumbo ni gobernantes, la gente no podía hacer otra cosa que abandonar el lugar hasta que aquello terminase, temiendo a la pobreza. Los reyes caerían y, tras ellos, el heredero; probablemente también el hijo menor tras él. Aunque, pese a que todos tenían aquello claro, el peligroso estado del palacio real tan solo había permitido encontrar el cuerpo chamuscado del rey; quizá demasiado para la situación en la que se encontraba, él habría sido el primer objetivo. Si el culpable había logrado aquello sin ser detectado, no sería de extrañar que ya hubiese cumplido con su objetivo y hubiese abandonado el lugar.

Sin embargo, algo llamaba la atención entre todo aquel desastre. La capital estaba rodeada de unas aguas peligrosas, pobladas de temibles bestias que solo los habitantes de Karemasu serían capaces de no temer, y el acceso a la ciudad era un enorme puente de madera antigua que cruzaba aquel peligro. Aquello había aislado el fuego en la capital y, pese a haber algunas marcas notorias en dicho puente, su madera parecía más fuerte que los importantes edificios que estaban siendo reducidos a escombros. Por ello mismo aquellos que cruzaban el puente para huir se sentían rápidamente fuera del peligro de las llamas, pues a mitad de este el ambiente comenzaba a ser invadido por extraños rosales blancos y las flores de los cerezos que había al otro lado.

Dichas flores cubrían ya un buen trecho de aquel gran puente, y sobre ella se marcaban entonces unas claras huellas. Sin embargo no eran las de alguien que huía, pertenecían a alguien que salía a un ritmo pausado y tranquilo. La joven de cabello morado no parecía en absoluto alarmada por la situación, pero sí se veía la decepción en su rostro. Su pelo estaba claramente desordenado y mal cortado, como si lo hubiese hecho con su propia arma, y la parte larga de este estaba recogida en una coleta alta con una larga cinta verde. Sus ojos eran de un color rosado como aquellas flores y su tono de piel se acercaba más a uno pálido que al moreno usual del lugar. Pese a que sus rasgos encajaban con los habitantes de Karemasu, los colores de estos hacían que desentonase completamente con el entorno.

Morado, rosa, verde... Toda ella mostraba colores fácilmente relacionados con venenos o elementos tóxicos a excepción de la espada que portaba con ella. Se trataba de una katana de vaina blanca decorada con un cordel verde claro, que casi parecía brillar, y cuyos elementos metálicos también rozaban un tono blanquecino.

Había cruzado ya más de la mitad de aquel puente cuando algo le hizo detener sus pasos. Tras mirar por un momento las flores que volaban a su alrededor, dirigió la mirada hacia atrás para asegurarse de que estaba oyendo bien; había alguien más en aquel puente. Se trataba de un hombre encapuchado, algo más alto que la joven de cabello morado. El abrigo que le cubría era bastante... modesto, por llamarlo de alguna manera, y por un lado de la capucha pudo ver asomar algo de cabello rojo que terminaba degradando en negro. Aquello le daba una idea muy importante del lugar de procedencia ajeno pero, ¿qué hacía un hijo de la ceniza allí? ¿Acaso había...?

No hubo tiempo de pensar demasiado en ello, pues la madera del puente a los pies del desconocido comenzó a crujir. Este tan solo miró hacia abajo como si ya se lo esperase, dejando escuchar su voz.

— Oh, ¿en serio? —No parecía temer, simplemente sonó cansado.

Pero para nuestra joven de cabello morado fue distinto, pues no pudo evitar ir hacia él. Cuando la madera se rompió, que fue más rápido de lo que la narración da a entender, esta alcanzó para agarrar al desconocido antes de que cayese al vacío. Justo en el último segundo, eso sí, pues ahora se encontraba colgando a escasos metros de aquel agua y la de cabello morado estaba tirada en el suelo del puente con el brazo en su límite.

Entonces sí pudo ver más del encapuchado, acompañando una expresión de sorpresa por haber sido salvado. Sus ojos eran verdes, pero de verdes distintos, y su piel era morena. Sí, definitivamente pertenecía al reino del fuego.

— ¡No te sueltes, voy a sacarte de aquí!

— ¿Cómo te llamas? —El extraño sonó completamente tranquilo pese a la situación, como si también tratase de adivinar la procedencia de la joven.

— ¡No es momento para eso!

No dejó de intentar sacar al extraño de aquella situación pero, para su mala suerte, la fuerza de la que disponía no era suficiente para levantar al otro en peso muerto. Claramente nerviosa y viendo como el otro no compartía aquello en absoluto, terminó cediendo a la pregunta.

— ¡Meiyo! ¡Mi nombre es Meiyo! ¡Ahora haz un esfuerzo para salir de aquí!

— Oh.

Sí, tal fue la respuesta del pelirrojo. Aquello descolocó completamente a Meiyo, que seguía tratando de subirle, pero nada fue suficiente. Cuando creyó que el otro iba a poner finalmente de su parte para subir, terminó tratándose de lo contrario. Vio como el desconocido se soltaba de su agarre y caía en las peligrosas aguas del lugar, sin molestarse siquiera en alterarse. No solo no temía a aquello; lo estaba buscando desde que oyó la madera crujir.

Plof. El ruido del agua fue lo último que vio de él.

Necesitó unos momentos para ponerse de rodillas en aquel puente, junto a los tablones rotos, tratando de procesar lo ocurrido. Una vida acababa de escurrirse entre sus manos, literalmente, no había sido capaz de hacer algo tan simple.

Se dio un momento para recomponerse antes de seguir su camino, viendo cómo las flores de cerezo volaban a través de aquel hueco y caían sobre el agua como aquel desconocido había hecho. Aquellas flores rosadas hacían bien en marcar lo ocurrido, al menos a los ojos de la joven de cabello morado.

Para muchos era un símbolo de honra hacia aquellos que habían muerto protegiendo a su gente o sus ideales pero, para Meiyo, se trataba de un símbolo de desgracia.

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⏰ Última actualización: Mar 07, 2020 ⏰

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Meiyo's Ambition [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora