El amor es una libertad

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En la habitación del salón había un ambiente de seriedad total. Hasta el aire respetaba el tema que estaba a punto de tocarse y guardaba silencio. El gato se encontraba afuera porque tiene por costumbre posarse en el regazo de los demás sin consideración alguna. Las luces de las lámparas en la sala estaban bajas y el televisor no estaba encendido. Hasta el teléfono estaba desconectado para evitar interrupciones. Sólo un grillo gitano se atrevía a interrumpir, al ritmo de uno, dos, tres ―grillar ―, el silencio.

    Los padres de Eví estaban conscientes desde hacía mucho tiempo de que este día llegaría. No sabían exactamente cuándo, pero, así como las nubes grises y el viento fuerte anticipa la tormenta, veían acercarse el día de hoy, justo de esta manera: sin fecha, sin saber qué hacer, incipiente y con cierto dejo de melancolía.

    Eví estaba nervioso por todo este asunto, no sabía qué pasaba. Eran las 9 de la noche, debía de estarse preparando para dormir, pero no lo estaba haciendo. En lugar de aquello, estaba tomando té mientras sus padres se veían el uno al otro un tanto intranquilos. Daba un sorbo, inclinaba la pequeña taza azul sin despegar la vista de ellos. Se preguntaba si se quedarían ahí toda la noche, sólo viéndose.

    Luis se despejó la garganta, dispuesto a hablar; pero volvió a recargarse y nuevamente guardó silencio. Mientras, Gil se acomodó en el asiento notablemente incómodo. Eví miraba a sus padres desconcertado, pues no sabía de qué iba todo este asunto, llegó incluso a preguntarse si había hecho algo malo. Gil lo miró con una sonrisa, eso lo tranquilizó, ahora sabía que no estaba en problemas.

    Eví era un niño muy creativo, imaginaba los problemas como sogas que lo retenían, oprimían su pecho y lo ataban al suelo. En ese instante los nudos cedieron y se sintió libre. Se sintió precisamente como el escapista de aquella película que vieron el fin de semana en el cine, lástima que tuvieron que salir a mitad de la función. Él hubiera querido saber qué pasaba al final, la gente comenzaba a hablar mucho y no lo dejaba escuchar.

    Gil acercó su maletín y sacó un libro que llamó mucho la atención de Eví. Eso no era raro, Gil se paseaba por la casa con libros todo el tiempo, pero por lo general no eran así como este. Era de un azul muy brillante, además, tenía en su pasta el dibujo de dos niños tomados de la mano. Eví nunca había tenido interés en leer alguno de esos libros y cuando lo tenía Gil le decía: «No lo entenderás, eres muy chico aún». A Eví le frustraba todo esto, había tanto que no entendía, que a veces se sentía como un tonto aun y cuando su maestra siempre lo devolvía a casa con una estrella grande y brillante pegada en la frente.

    ―Ven Eví, siéntate ―dijo Gil, llamándolo con su mano. Tan pronto el pequeño se hubo sentado en la alfombra Gil posó sus manos sobre su cabeza y le acomodó el cabello. Dejó el libro sobre la mesa y se inclinó para besarlo. Luis tomó el libro y comenzó a hojearlo. Gil continuó hablando, al parecer era el más preparado para hacerlo.

    ―Sé que te gustan mucho las historias Eví. Tengo una que contarte ―la mirada del pequeño brilló.

    ―Quiero escucharla ―respondió emocionado. Fue en busca de una almohada y volvió a sentarse.

    ― ¿Sabes por qué me gusta leer Eví? ―preguntó Gil una vez que el niño estaba cómodo y contaba con toda su atención.

    ―Para ser listo ―contestó a toda prisa.

    ―Bueno sí ―sonrió―, pero no sólo por eso. Me gusta leer porque aprendo cosas que antes no sabía, muchas cosas sólo se pueden aprender leyendo. También me gusta leer para conocer historias.

    ― ¡A mí también! ―le interrumpió―. Como los cuentos a la hora de dormir. ―Hasta ahora Eví iba entendiendo perfectamente.

    ―Pero hay manera de juntar las dos cosas, ¿sabes? Contar una historia y de ella aprender muchas cosas, de esto se tratan los buenos libros. Te contaremos una historia Eví, pero no cualquier historia, es nuestra historia.

    En ese momento Gil cogió la mano de Luis quien trató de parecer fuerte, aunque él mismo sabía que si hablaba se le quebraría la voz. Sin embargo, Eví estaba emocionado a más no poder, había cosas que no entendía y aún si se las explicaban tenía el presentimiento de que no lograría entenderlas. Qué mejor que una historia para entender todo eso. Así que con ojos bien abiertos y oídos atentos se tendió en el piso en espera de la historia.

    Gil despejó su garganta y le dio un sorbo a su té. La taza temblaba entre sus labios, con un poco de trabajo pudo contenerse y entonces comenzó.

El amor es una libertadWhere stories live. Discover now