Hechizada

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Clementina se estaba muriendo. La energía iba abandonando su cuerpo conforme Constanza iba creciendo y se llenaba de vitalidad. "Es un ciclo", se recordaba Silvester cada mañana que despertaba con la mujer entre sus brazos, era un maldito ciclo que debía cumplir si deseaba seguir escuchando la voz de Clementina pronunciar su nombre con dulzura o gemir bajo sus caricias abrasadoras. El cuerpo de Clementina se estaba muriendo, una vez más, pero Constanza se iba desarrollando de manera saludable y veloz, sin contratiempos.

Ciñó a Clementina a su cuerpo, erradicando la distancia entre sus cuerpos, permitiendo que el perfume a frambuesa se colara por su nariz, alterando las reacciones de su cerebro. La respiración acompasada de la muchacha lo relajaba, por momentos se olvidaba del poco tiempo que le quedaba para disfrutar a esa bella mujer. Pasarían años para volver a estar juntos de esa forma: entre las sábanas, piel con piel, con un lazo uniendo sus almas. Deseaba aprovechar cada segundo a su lado, jugar con sus rizos ocres y trazar su silueta con el dedo, sin embargo, los deberes lo esperaban detrás de la puerta.

Salió del lecho procurando hacer el menor movimiento, agarró los pantalones tirados sobre la silla y se los puso sin llegar a abrocharse el botón.

—¿Silvester? —Murmuró Clementina adormilada, con los ojos entreabiertos buscando al joven entre el panorama desenfocado, sus ojos tardaron unos instantes en acostumbrarse a la luz, se movían fugaces y parpadeaba sucesivas veces. Percatándose de esto, Silvester fue a sentarse a su lado. Clementina sonrió, de cerca sí veía—. Me siento pesada.

Silvester levantó sorprendido las cejas, pobladas y negras.

—¿Tan temprano? —Masculló tapándola con las sábanas blancas y el mullido edredón color crema—. Esta niña. —Bufó.

—Los niños usan mucha energía, no la culpes. —Pidió acariciando la mejilla de Silvester con cariño y una sonrisa en el rostro.

—Siempre es lo mismo, las Constanzas gastan mucha energía. Ojalá no lo hicieran, podríamos hacer más cosas en tus últimos días.

—No lo digas de esa forma, como si Constanza fuese un ser distinto, un peso que te molesta. No quiero ser una carga... —Un destello de cansancio atravesó su cara, no luchó por mantenerse erguida. Clementina se dejó caer entre las almohadas y cerró los ojos.

—Iré a ver cómo está Constanza, descansa. —Le dio un beso en la nariz y desapareció por la puerta.

La rutina era la misma de todos los días, al menos en los últimos dos meses que Constanza había dejado el tanque cilíndrico y exigía más cuidados, más atención y más energía que succionaba de Clementina.

—Buenos días, relámpago. —Saludó abriendo la puerta con lentitud, primero asomó la cabeza y luego entró.

—¡Vester! —Exclamó la niña brincando en la cama. Sus rizos, del mismo color que los de Clementina, bailaban alrededor de su cara redonda de infante. Unos gigantes ojos violetas, enmarcados por tupidas pestañas, lo observaban atentos, sin prestar atención en qué parte del colchón aterrizaban sus pies—. ¡Bonjour! ¡Regarde-moi! ¡Je peux voler!

Con un movimiento horizontal, un simple hechizo, Silvester la detuvo. Quedó sentada en la cama con las piernas abiertas y las manos entre ellas. Su boquita rosadita formaba una "o" y el resto de su expresión completaba su expresión de sorpresa. Constanza todavía no se acostumbraba a ser víctima de la magia de Silvester, la encontraba fascinante cuando no era usada sobre ella.

—¿Me haces burbujas? —Preguntó poniéndose de pie en un brinco, movió los brazos hacia arriba y abajo. No podía quedarse quieta, por sus venas corría demasiada energía que la mantenía hiperactiva.

HechizadaWhere stories live. Discover now