Mentiras de un príncipe

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Jamás elegí esta vida.

Suspira inquieto y se recuesta en los barandales de la azotea. No sabía si esa persona iría o le dejaría plantado, pero tampoco se lo cuestionó mucho. Al igual como el hecho de cruzar la línea del orgullo que juró respetar. Fue sólo el hecho de recibir ese mensaje de texto ambiguo que su día se convirtió en un infortunio.

Fija su mirada en el resplandor del ocaso y en como algunas aves revolotean sobre él. Desde niño siempre disfrutaba la fascinación por esos animales y su esencia de libertad. Una palabra poderosa que él perdió de la manera más repugnantemente posible.

Sonrió con amargura mientras las lágrimas demandaban salir.

Anhelaba tanto volver a su país natal, regresar a esos días en donde sonreír genuinamente no estaba prohibido. Salir a vagar con sus amigos; perdiéndose en los atardeceres mientras se cuestionaban sobre lo absurdo que era el "el primer amor".

Pero en él únicamente permanecían esos recuerdos ambiguos, junto a una realidad donde cada noche, al llegar a su dormitorio, se acobijaba negando su pasado para querer olvidar su presente. En verdad odiaba ser el objeto sexual del príncipe de la escuela, ser la víctima de su propia historia de horror en donde el único villano era él mismo. Le repugnada ser el simple juguete que sirve para saciar los oscuros deseos de ese sujeto. Un triste juguete condenado a un amante que nunca sería suyo.

El retumbo de la puerta llega a sus oídos. Desde el fondo de su débil ser implora que aquel eco fuese tan sólo parte de su podrida imaginación. Mas su suerte nunca fue buena, y lo comprende cuando al levantar la mirada, divisa los orbes verdes de la persona recién llegada. Altanería pura desprendía de tales joyas.

Brazos ajenos empiezan a rodearle posesivamente mientras susurros obscenos surcan hasta su alma. Orgullo, deseo, lujuria. Vicisitudes que simplemente el viento puede escuchar, palabras que se olvidaran al día siguiente.

Mentiras.

No sabe cuánto tiempo transcurrió desde su encuentro, y ni se percata en como esa mano ajena ha llegado hasta su mejilla teñida por un suave matiz rojo. Quiso soltarse, correr y no dar vuelta atrás. Olvidar esa mirada que día tras día lo embriagaba.

Ha pasado mucho tiempo, ¿no lo cree?

No recibe respuesta, solamente se deja arrastrar por toda la escuela. En un abrir y cerrar de ojos, ambos se encuentran a las afueras de un hotel. Era el turno del joven de ojos esmeraldas para mostrarle sus intenciones.

¿Y si algún día mi príncipe se da cuenta de mi amor?

¿Será capaz de abandonar a su princesa?

La "princesa", la actual pareja de su amante. Una jovencita afable de quien no lograba recordar su nombre. La conocía gracias a que el mismo ojiverde la exhibiese en una fiesta. Él sólo pudo fingir una retorcida sonrisa mientras apretaba sigilosamente los puños para no poder calmar sus estribos. El verlos besarse sin pudor le causaron arcadas.

Quien pensaría que, después de tres horas y con una borrachera de por medio, ambos se encontrarían teniendo sexo en los baños.

Ahora, el colchón hace contacto con su piel de forma brusca. Entreabre los ojos con vacilación para encontrar a su acompañante despidiéndose de su camisa y queriendo hacer lo mismo con la parte superior. Los besos toscos llegan a su tibia piel sin pedirlos. Para cuando se da cuenta, está desnudo frente a su verdugo.

Siente como se introduce en su estrecho interior, aferrándose de sus lastimadas muñecas. Él logra esconder su rostro ruborizado en el cuello ajeno, buscando piedad para su cuerpo lleno de cicatrices. Lágrimas recorren en cantidad únicamente con la función de hacerle entender al otro que ya no soportaría más. Un gruñido le avisa que el desate inicia. Cada embestida en un peldaño más de ese ensueño prohibido. Una estocada más fuerte que la anterior, sin cuidado y sin amor.

Los besos en la boca nunca se dan, era sexo tóxico encubierto por una fachada de deseo. Solo recibe roces rudos y lascivos que terminan perdiéndose en su cuello, decorándolo con marcas de un extraño.

Con el paso de los minutos, el sentir a su cuerpo siendo levantado no se hace esperar y logra quedar frente al ojiverde, sentándose sobre su regazo. Sonríe por inercia mientras así mismo se introduce el miembro ajeno dentro de su entrada ya dilatada. Al estar listo, los movimientos bruscos empiezan. El espesor del pre semen resuena en la habitación de manera lasciva, junto a los gemidos que, sin saber por qué, piden más.

¿Cuánto fue la primera vez que lo hicieron? Su amigo Feliciano era el culpable. Ese chico de mirada incrédula le había obligado a tomar tanto alcohol en esa fiesta de fin de año hasta el punto de vomitar encima de su amigo alemán. Tomó al punto de que no supo cómo reaccionar al día siguiente al verse completamente desnudo junto al estudiante más popular. Fue muy tarde para arrepentirse cuando en ese mismo día volvieron hacerlo en la casa de su amigo americano.

No eran amigos. Eran dos desconocidos que estudiaban en el mismo salón por más de cinco años. Eran dos personas completamente diferentes. Uno el típico chico Gary stu aclamado por toda la escuela, y el otro un tipo con las mismas cualidades que una piedra. Un pobre diablo que cayó en las garras del grandioso Arthur Kirkland.

¡Ah!... ¡Ah! ¡M-más! Por favor... Yo... lo amo.

Tanto las embestidas como los jadeos se detienen. El de ojos cafés no entiende como pudo ser tan descuidado, no entiende cómo sus sentimientos lo traicionaron. Siente como el más alto sale de él y se recuesta a su lado. Ni siquiera terminó dentro. ¿Esto es el fin? ¿Esto era lo mejor? ¿Esto era lo que esperaba desde el inicio?

¿Esta era su libertad?

Se remueve en la cama en búsqueda de su propia ropa. Si ese era el fin, se iría lo más rápido que sus piernas dieran, no dejaría huella en la vida de ese ruin hombre. Saldría de aquel cuarto, se olvidaría de todo y mandaría su repugnante amor al diablo. Sin embargo, caería en cuenta que nada sería tan fácil.

Quédate.

Percibe que algo dentro de él agoniza para dar paso a un sentimiento de agonía convertida en placer y felicidad tortuosa.

Terminaré con ella, sólo prométeme que nunca me dejarás de amar.

Escuchar esa voz tan calmada y diferente a como la que suele recibir. Se promete mentalmente que no iba a creerle, que recogería sus cosas y se marcharía a casa, borraría su número y cualquier contacto con amigos en común. Regresaría a su país y volvería a su antigua y monótona vida.

Eso es lo que hubiese hecho si tan sólo no estuviese de vuelta en la cama, recostado junto al otro.

Te lo prometo, Arthur-san.

El choque de espalda y pelvis detrás de él lo estremecen, mientras brazos ajenos se apoderan a su frágil cuerpo. Había caído otra vez en ese juego, pero esta vez lo disfrutaría.

Jamás elegí esta vida.

Pero, sinceramente, deseo seguir viviéndola.

Ya no le importaría cuántas mentiras le dijera ni cuanto fuera el dolor que su alma sufriera tras cada encuentro sexual con aquel príncipe: seguiría yendo aquel balcón todas las tardes para esperar con impaciencia a ese hombre que marcó su cuerpo como suyo. Todo estaba consumado en su tóxico círculo vicioso.

Libertad es algo que Kiku Honda abandonó cuando cayó a los pies de Arthur Kirkland, anhelando cada día el placer de ser marcado.


Mentiras de un príncipeWhere stories live. Discover now