Prólogo

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Prólogo

¿Qué se supone que debía hacer? Nada, no podía moverme, lo único que podía mover eran los ojos. Parpadeaba una y otra vez para confirmar que no era más que un mal sueño. Pero ella seguía ahí, de costado, con la mirada perdida, tomándose el frasco de pastillas como si fueran caramelos, para luego aparecer en una avenida y caminar de forma absorta entremedio de los autos a los que el semáforo les daba el pase libre. Necesitaba detenerla, me urgía impedir que lograra matarse. Me sentía desesperado, gritaba sin tener voz, quería liberarme de la parálisis que azotaba mi cuerpo. Pero era imposible, la impotencia carcomía cada célula de mi cerebro, la desesperación y el temor de que ella terminara su cometido era cada vez más palpable. Hasta que, para mi tranquilidad, la veo llegar al otro lado sin que ningún auto la tocase y la tensión en mis hombros se suaviza. Sólo que debería haber imaginado que no terminaría ahí, que volvería a atentar contra su vida. Es en ese momento que puedo verla de frente. Su cabello rubio y brillante no era más que una maraña de cabellos opacos y sin vida. Sus ojos, transparentes como la miel, se volvieron oscuros y transmitían una angustia desgarradora. Su piel, blanca y cremosa había perdido el sonrosado color de la vitalidad. Pero lo que más llamó mi atención era su vestimenta, no había reparado en ella hasta ese momento, una desalineada bata de hospital cubría su esbelto y frágil cuerpo, su muñeca, casi azul por la Sonda clavada y sujeta por la presión que ejercía la cinta de tela, estaba llena de arañazos. No sabía qué era lo que más me afectaba, si su estado de deterioro o mi imposibilidad de ayudarla. Es en ese preciso instante en que sus ojos se clavaron a los míos como dagas, con una sonrisa, que ni por un mínimo segundo llegó a su mirar, empezó a caminar, descalza como estaba. Los autos yacían inmóviles a la espera de que el semáforo cambiara de rojo a verde y ella siguió su andar, cada vez más cerca de donde me encontraba. Pero cuando llegó a mitad de la calle se detiene, sin prisa. Me mira, y en un intento de volver a gritar me quedo sin respiración. Es cuando articula, sin sonido en su hablar, "por favor, encuéntrame" cierra sus ojos y se desploma gracilmente en mitad de la avenida. Después todo pasa muy rápido, el semáforo hizo el cambio justo después de que ella tocó el suelo. ¿Es que nadie la ve?¿Nadie repara en que hay una chica tirada en el medio de la calle? Sin tiempo a pensar nada más una ambulancia impactó contra su cuerpo y es ahí en donde puedo moverme, mis lágrimas y el sudor frío se mezclaban entre sí mientras me levanto rápidamente de la cama.

El alma oscura de Yaiza Donde viven las historias. Descúbrelo ahora