Capítulo 00 - Amanecer Oscuro.

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 En algún lugar, engullido por la más silenciosa y vasta oscuridad, se encontraba un muchacho joven. Estaba corriendo en medio de una llanura desértica cuya extensión parecía no tener límite. Esprintaba sin pausa en línea recta, como si fuera incapaz de moverse hacia los laterales, sacudiendo la gabardina gris que llevaba puesta con cada movimiento y haciendo ondear su melena plateada por la velocidad. Su bronceado rostro y su respiración acelerada denotaban su fatiga y parecía que iba a desfallecer en cualquier momento a consecuencia de su carrera. Aún así, seguía en movimiento sin detenerse por nada del mundo.

A cada zancada que daba, estampando la base de sus botas a juego con la gabardina en el suelo, la zona en torno a su pie se iluminaba muy brevemente; el tiempo que este permanecía en el suelo. Pero era una luz tan tenue que a duras penas iluminaba un metro de distancia en torno a él.

De repente se topó con un muro liso que le cerraba el camino y, por primera vez, se detuvo. De no haber conseguido frenar en seco se habría dado de bruces contra él. Giró la cabeza hacia atrás y contempló una figura humanoide mucho más alta que él, casi desproporcionada y de aspecto enfermizo, con el mismo horror de quien encara a la muerte. Esta nueva figura estaba embutida en un traje de un blanco tan puro como su piel y su sonrisa.

Aterrado, el muchacho retrocedió en un fútil intento de escapar de las garras de su perseguidor, solo consiguiendo pegarse de espaldas a la pared. Extendió brazos y piernas hacia sendos laterales al tiempo que negaba con al cabeza, como suplicando piedad. Aquel sujeto fantasmagórico aplastó la cabeza del joven con su mano derecha, hundiéndola en la superficie del muro. El chico, al borde del desmayo, pudo a duras penas exhalar un suspiro mudo que imploraba clemencia antes de recibir un segundo golpe, esta vez mortal, que le atravesó el esternón. En ese preciso instante se oyó un alarido desgarrador.

El mismo grito que el muchacho profirió cuando se sentó en su cama, de golpe, y se llevó la mano diestra al pecho, que le ardía y dolía como jamás podría haber imaginado. Un instante después, incapaz de mantenerse en esa posición, se dejó caer sobre la cama, retorciéndose de dolor.

Entre tanto grito y espasmo, un hombre entró a la habitación.

— ¡Gabriel! ¡Hijo, ¿qué te pasa?!

El muchacho intentó tragarse sus gritos para darle una respuesta.

— Duele. —Fue la única palabra que consiguió articular mientras se apuntaba al pecho.

— Voy a llamar a una ambulancia, ¡aguantá mientras agarro el celular!

Cuando Dante iba a abandonar la habitación, su hijo consiguió hablar.

— Dejalo, papá. —Dijo al tiempo que conseguía incorporarse, gruñendo de dolor.— Ya está pasando y... —Jadeó.— Por mucho que llamés a alguien, no van a poder ayudar.

— ¿Y por qué no? —Rebotó el padre, confundido.

— Imagino que... —Se pellizcó el entrecejo, intentando concentrarse, mientras se tumbaba otra vez más.— Que tiene que ver con la perla. No es algo normal, así que dudo que cualquier remedio mundano sea de ayuda.

— ¿No querés tomarte algo, siquiera?

— Nah... —Negó con la cabeza con las pocas fuerzas que tenía.— Gracias, papá. Descansá vos por lo menos, que a mí me va a costar.

— De acuerdo, te creeré. —Se frotó la cara y bostezó.— Buenas noches, hijo.

— Buenas noches, viejo. —Dijo de forma amigable.

Gabriel permaneció en shock durante varios minutos. Cuando por fin recuperó las suficientes fuerzas como para moverse, cogió el móvil para comprobar la hora. 04:15, domingo 21 de Marzo de 2017. Suspiró. Tanto su tonificado y casi desnudo cuerpo como las sábanas, pegadas a este, estaban empapados en sudor, por lo que decidió levantarse y acercarse al armario que tenía justo enfrente. Tras coger un par de prendas de ropa, cargó con ellas hasta el baño y se duchó a toda prisa.

Grimorios de Oblivion I - HonorOnde histórias criam vida. Descubra agora