I. Bajo cero

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La mañana era fría, invernal. Marinette no tenía ganas de levantarse de cama. Para su suerte las clases aún no empezaban pues la nieve no paraba de caer y sería riesgoso aventurarse a caminar por las calles de Paris durante una tormenta.

—Marinette —llamó su madre desde la planta baja—. A desayunar.

La chica no deseaba despegarse del calor que su manta favorita le brindaba, por lo que se aferró a esta y se acurrucó nuevamente girando su cuerpo hacia el lado contrario, sin motivación para levantarse.

—¡Mari! —llamó Sabine, esta vez con un tono un tanto autoritario.

—Voy... —respondió la azabache sin mucho ánimo.

Dio un largo bostezo, sentándose sobre su cama. Se puso sus pantuflas, tomó una manta y se la colocó alrededor de los hombros. Estaba tan adormilada que no tenía mucha noción de los pasos que daba. Al bajar saludó con sus padres y fue derecho a sentarse en el sofá. Su madre le pasó una taza de chocolate caliente y su padre puso en la mesita una bandeja con panes de diferentes sabores: canela, chocolate y un invento reciente en el que ponía salsa de tomate para pizza con algo de queso y orégano.

Ya con el chocolate entre sus manos, encendió la televisión, apretó la manta contra su cuerpo debido al frío que sentía y buscó un programa que le agradara mientras tomaba el desayuno junto a sus padres.

Se rindió dejando la tv en un canal de deportes donde transmitían los programas libres clasificatorios del Campeonato Europeo de patinaje artístico, la serie estaba a punto de terminar. Una mujer joven de tal vez unos dos o tres años mayor que Marinette aguardaba el juzgamiento en uno de los podios. Su puntuación al final fue casi perfecta, a pesar de una penalización pequeña, continuaba en el primer lugar. 

La chica de ojos azules por poco tira su taza al suelo tras fijarse detenidamente en la persona que saludaba atentamente a las cámaras. La conocía. La había tenido frente a ella tantas veces en el pasado que todo lo acontecido surgió de repente en su cabeza. Y no pudo haber momento más inoportuno para las palabras que aquella rubia en la tv empezaba a enunciar.

—(...)No podría haberlo hecho sin el apoyo de mis fans —decía levantando su ego—. Pero todo este trabajo arduo le debo a la fallecida Catarina de France, haré que su herencia siga viv-

Marinette apagó el televisor y tiró el mando sobre la alfombra mientras se levantaba de un salto con mucha ira y nostalgia. 

—¡Cómo se atreve a decir semejantes barbaridades! —expresó enojada—. Ni siquiera fue su alumna, no tiene derecho.

—Cálmate, hija. Sabes cómo es ella —dijo su padre, debatiéndose entre la seriedad y la risa por la reacción de la azabache.

—Pero no puede hablar así de Catarina de France, de todos ella es quien menos debería —manifestó con fastidio, haciendo un puchero y a la vez inundándose de nostalgia.

—Si ella estuviese aquí, estaría gustosa de ver que su única sobrina ha crecido con su mismo carácter —habló Sabine, recordando a su hermana que parecía haber cobrado vida en su hija.

—Mamá... 

—Vamos a terminar nuestro desayuno y a continuar nuestro día —animó su madre—. Mari, ¿podrías ayudarnos a limpiar un poco la bodega?

La azabache asintió sin rechistar.

Y con los ánimos elevados, por el enojo contra la rubia en la televisión, subió a su habitación con algunas galletas que había tomado de la cocina entre sus manos.

—Buen día, Mari... ¿Qué te ocurre? —Tikki salió de su escondite, percatándose del humor de la azabache.

—Nada importante, Tikki. Solo... —dejó las galletas sobre su escritorio, dudó si decirlo o no, pero su enojo era mayor que su cordura—. ¡Ah¡ Esa Julia, se atreve a hablar de ella sin siquiera haberle conocido. ¡No lo soporto!

—¿Hablar de quién, Mari? —preguntó la criatura tomando una galleta del escritorio.

—Mi tía. Ella fue una de las mejores patinadoras de Francia, la llamaban la Catarina de France, por sus coreografías y su personalidad. Hace tres años que no está con nosotros —contó la chica, algunas lágrimas habían aparecido en sus ojos.

—Lo siento, Mari. Pero recuerda que las personas que amamos, siempre están con nosotros, cuidándonos. Ella no se olvidaría de ti —dijo la kwami, abrazando a la azabache en la mejilla.

—Gracias, Tikki. Me alegro de que estés aquí.

Marinette cambió su ropa por una más cómoda y abrigada. Bajó a la panadería de sus padres y se dirigió directamente a la bodega. Repartió los ingredientes en los distintos estantes en compañía de su kwami. 

—Solo un poco más y... ¡listo! —sonrió observando cuán organizada había dejado la bodega. Estaba tan concentrada en su trabajo bien hecho, que al girar no se percató de que tenía un estante con algunas cajas selladas en la parte inferior.

Se estrelló contra las cajas haciendo que algunas se salieran de su lugar, mientras ella caía sentada al suelo. Una de ellas se abrió revelando su contenido. Algunas fotografías y medallas de plata oro y bronce se desparramaron por el piso. La azabache se acercó a recoger todo de inmediato, mas, la curiosidad le impidió devolverlo a su lugar.

Se arrodilló a un lado, mientras abría completamente la caja. En ella encontró fotografías que sacaron su pasado a la luz. Se vio a sí misma en varias posando junto a su tía, quien iba vestida con un traje de patinaje artístico de diferentes colores en cada fotografía. Marinette era pequeña en la mayoría de instantáneas. Sonrió al observarlas.

—¿Ella era tu tía? —preguntó Tikki, sosteniendo una fotografía de la patinadora en la que sostenía un ramo de flores en el brazo y una medalla en su mano. La sintió tan cercana, como si hubiese estado en el momento en que la fotografía fue tomada.

—Así es. Esa fue su última competencia antes de retirarse. Luego abrió una academia junto a su prometido —explicó Marinette, observando la fotografía con la kwami.

—Oh, mira, aquí estás tú —señaló otra instantánea en la que la azabache posaba junto a su tía, pero esta vez ella era la que tenía una medalla en la mano—. No sabía que patinabas.

—Jaja, si.. eso hace mucho tiempo... dejé de hacerlo cuando mi tía falleció —dijo con nostalgia, acto seguido, continuó observando lo que guardaba aquella caja. 

Halló un par de patines pequeños, junto a unas zapatillas de ballet, unos cuantos vestidos que ya no le quedaban y, debajo de todos esos tesoros, un par de patines que llevaban una enredadera con una mariquita dibujadas en el lado exterior de cada zapato. Marinette no pudo evitar soltar unas cuantas lágrimas.

Esperó unos minutos hasta tranquilizarse. Guardó las cosas en la caja y se aferró a los patines. Un sentimiento se abría camino en su corazón. Deseaba sentir el hielo bajo sus pies, el frío protegiéndola en lugar de calar sus huesos, el viento soplando a la par que sus movimientos.

Y sin dudarlo un segundo más, fue a su habitación a buscar un abrigo, una bufanda, un par de guantes y unas medias que la protegerían del roce de los patines sobre sus tobillos.

—¡Mamá, voy a salir¡ !Regresaré para el almuerzo! —anunció saliendo cuanto antes de la panadería, escondiendo los patines cuidadosamente para que no fueran vistos por sus padres.

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Les dejo esta primera parte.... Espero que lo disfruten ('w') intentaré publicar seguido.

Me gustaría leer sus opiniones y comentarios...

Saludines (^w^)

Corazón de Hielo [MLB] || [CANCELADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora