Parte 1

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Polis Bar.
Trabajar en un bar no era precisamente el trabajo soñado de Eliza, ni mucho menos soportar hombres o incluso en varias ocasiones mujeres con mas alcohol que sangre en su sistema. Pero debía admitir que eso era mucho mejor que tener que soportar a Earl por las noches. Soportar clientes  borrachos y necios para ella era preferible, más que soportar los golpes, maltratos y varias veces humillaciones de su padre, su propio padre.
Tomó el siguiente vaso de vidrio y comenzó a fregarlo distraídamente con la jerga verde fosforescente húmeda. Estaba vieja y con un par de agujeros, cosa que complicaba su uso. Como nota mental se dijo que tendría que reemplazarla y tomar una nueva de la bodega antes de que su tuno en el bar terminara aquella noche.
Eliza normalmente era una chica que dejaba que su cabeza volara por otras partes, más cuando no estaba precisamente en el lugar que ella quería. Pero esa noche en especial estaba incluso más distraída de lo que noches anteriores estaba. No se sentía especialmente bien. A decir verdad nunca lo estaba, pero aquella noche había algo que le preocupaba. Se sentía ansiosa e intranquila,   con ganas de que su turno llegara a su fin.
Hace dos noches no había tenido el mejor encuentro con uno de sus jefes, y no era uno de los jefes del bar, sino de aquel otro negocio en el que Eliza estaba y del cual no se sentía necesariamente orgullosa. Durante meses había intentado buscar la manera de salirse, de zafarse de aquello. El transporte de sustancias ilegales no era algo que le entusiasmara, sino todo lo contrario, le asustaba aquello, y había intentado huir de ello desde que se había enterado que Keegan, su jefe, planeaba conducir sus labores a aquello. Pero todo intento por mantenerse alejada de ello habían sido completamente en vano.
-Sabes, Eliza, eres de mis chicas más inteligentes –elogió Keegan mirándola con una mezcla tenebrosa en sus ojos- sé que puedo confiar en ti... Porque puedo hacerlo, ¿verdad?
-Escucha, Keeg. Sé que he estado contigo en el negocio desde-
-Desde que tenías dieciséis –interrumpió, completando la frase y colocando pesadamente su mano derecha sobre el hombro de la rubia-, ¿lo recuerdas Eliza? Estabas perdida, no sabías qué caminos tomar, no sabías para dónde ir. Fui tu guía, ¿lo recuerdas? –murmuró mirándola con esa mirada cargada de amenaza disfrazada de empatía.
-Yo... lo recuerdo, y estoy agradecida, pero-
-Si en verdad lo estás, no buscarás excusas tontas ni vías alternas para salirte de esto –su tono de voz se había elevado, y su mano cada vez se hundía más contra su hombro-. Yo te guié, te ayudé a descubrir quién eras y para lo que estabas hecha, mientras tu padre asaltaba tiendas por un poco de alcohol en su sistema. Te di un trabajo, te alimenté, y te di un hogar.
-Keegan, no soy capaz de hacer esto. –confesó-
-No puedo creer que te estés acobardando. –espetó furioso- Vas a hacerlo –sentenció-  te preparé para esto durante tres años, Eliza. Sabes cómo manejar un arma, eres hábil, y de mis chicas más inteligentes. Si te piensas que voy a aceptar un no por respuesta estás total y peligrosamente equivocada –su tono se había vuelto totalmente amenazante, él ya no se molestaba en disimular, estaba perdiendo los nervios y la rubia lo sabía. Lo había visto cientos de veces perder los estribos cuando algo no se hacía como él deseaba. Su labio inferior comenzaba a temblar levemente y apretaba repetidas veces el puente de su grande nariz, eran esos los gestos o señales que a Eliza le indicaban que su jefe estaba a punto de perder la compostura.
-¿Me vas a obligar? –preguntó dando un paso al frente, sintiéndose de pronto valiente.
Por supuesto que Keegan no se sentía amenazado por una chica rubia de un metro setenta y pico. Así que dio un paso al frente y la retó con la mirada. Se estaba conteniendo. Aun así sentía la rabia que le provocaba saber que la chica que él había prácticamente criado le estaba desafiando al cuestionar sus mandatos.
-Por supuesto que lo voy a hacer –murmuró con una voz demandante y ronca, pero no estaba gritando, estaba manteniendo a raya su tono para no mostrar rabia. Pero Eliza lo conocía tan bien. Estaba furioso. –Que quede claro, Eliza, que yo no soy Ricky. A mí no me puedes desafiar cuando se te dé la gana. Así que, o me obedeces, o te atienes a las consecuencias que desobedecerme conlleva. ¿Entendido? –a ese punto, Keegan estaba a centímetros del rostro de la rubia, su mirada irradiaba furia, rabia contenida y que claramente él a duras penas sabía cómo manejar. Le había causado un leve temblor, pero ella era muy orgullosa como para admitir aquello.
-Vas a acabar por desgastar ese vaso, El –la voz de su mejor amigo la sacó abruptamente del recuerdo de la intimidante conversación con su jefe.
La chica dejó el vaso en el lavavajillas plateado y se giró para mirar a su mejor amigo.
-Te noto bastante distraída, ¿hay algo de lo que quieras hablar? –la miró preocupado.
Eliza negó y se quitó el pequeño mandil negro que llevaba atado a la cintura. –Todo está bien –mintió- sólo estoy cansada.
-Aún quedan cinco horas para que tu turno termine, tómate una buena taza de café y regresa a la barra. El lugar está a reventar, Eliza. –dijo antes de volver a salir por la puerta.
Claro que lo estaba, era Sábado, el día más frecuentado de la semana. Y el hecho de que fueran vacaciones de verano no facilitaba las cosas. Pero ya lo había dicho desde el principio, era preferible estar ahí metida trabajando que estar en su casa soportando a Earl.
Salió a la barra y la afirmación de Bob se confirmó por sí sola al ver a toda aquella gente llenando el no tan grande lugar. Las personas se amontonaban en la barra pidiendo sus bebidas, el lugar estaba cerca de convertirse en un caos.
-Pon algo de orden aquí –pidió el chico más alto mientras lanzaba al aire una botella de vodka y la atrapaba impecablemente con su mano izquierda, para después servir un poco en un vaso de vidrio.
La rubia se acercó al grupo de chicas que charlaban animadamente entre ellas.
-¿Qué les puedo ofrecer, chicas? –preguntó llamando su atención.
-Cuatro vasos de jugo de arándano con vodka, El. –respondió sonriente la pelirroja.
-A la orden –le devolvió la sonrisa y puso en marcha el pedido.
Tras varias rondas de bebidas y clientes reclamando por su atención Eliza se encontraba en la caja haciendo las cuentas de los últimos clientes que habían pagado tres mojitos. La barra ya no estaba infestada de personas y en el aire por fin se podía respirar algo de calma. Habían unos cuantos clientes pero no era nada que Bob no pudiese controlar.
-Tienes que dejar de flirtear con cada chica linda que te pestañeé más de tres veces seguidas –se burló su mejor amigo.
-Se llama cortesía, amigo –afirmó Eliza aun contando el dinero de la caja.
-Se llama cinismo –rió- Me gustaría que Marie estuviese aquí para que te diera un buen golpe en la cabeza ahora mismo.
Eliza se giró para mirarlo con una sonrisa arrogante en su cara y le guiñó el ojo derecho.
-¿Cómo sigue del brazo?
-Mejor. Le quitan la férula en dos semanas, pero ella afirma que solo basta una para que se recupere totalmente –el chico bufó negando con la cabeza y recordando lo necia que podía llegar a ser su hermana- a veces me pregunto si es necia por naturaleza o simplemente lo aprendió de ti.
Eliza rió recordando cómo es que se había fracturado el brazo. –Hey, a mi no me culpes.
-Te juro que mataré a Ricky apenas me lo cruce –aseguró, guardando las botellas de tequila en la estantería de cristal.
-Bob, tienes que dejar de creer que puedes ganarle a Ricky en una pelea. Patearía tu trasero con los ojos vendados y las manos atadas. –se burló la rubia- Incluso yo lo haría. ¿Recuerdas cuando Devon rompió tu nariz con una pelota de golf?
-Santa mierda –escuchó murmurar a Bob.
-Sí, fue vergonzoso, sentí pena ajena. No sé cómo pu-
-El, belleza en la puerta principal, ¡rápido!
La rubia rodó los ojos, recordando rápidamente los pésimos gustos de su mejor amigo. Aun así volteó, dejando lo que estaba haciendo, y entonces la vio.
Cruzando la entrada, riendo de algo probablemente gracioso que sus amigas habían dicho. Una chica castaña de cabello relativamente largo y sonrisa preciosa se acercaba a la barra, con otras cuatro chicas. Caminando con gracia y de manera completamente cautivante.
-¿Serías tan amable de traernos cinco caballitos de tequila? –escuchó que decía una de las amigas de la chica que había capturado inmediatamente la atención de ambos amigos.
-En seguida, preciosa –dijo Bob con la voz ronca, usando su típico tono seductor.
¿Preciosas?
Eliza rodó los ojos ante el tono asquerosamente coqueto que había empleado el chico. Asqueroso, pensó.
No dio mayor importancia a las chicas recién llegadas, o por lo menos eso intentó. Se giró para cerrar la caja registradora y después se dedicó a acomodar un poco el desastre que su mejor amigo había dejado en la parte donde colocaban las botellas. Eliza estaba en lo suyo, sin embargo no se privaba de vez en cuando de mirar a aquella hermosa castaña. Se veía un poco mayor que ella, no mucho, un par de años más quizás. Las chicas se habían quedado en la barra ya que la banda que iba los sábados a dar su show había comenzado a tocar, y supuso que las chicas habían decidido quedarse sentadas mirando el pequeño concierto.
Comenzaron a tocar uno de los covers favoritos de la rubia, "Read my mind" de The killers ambientaba el lugar, eran bastante buenos, Eliza disfrutaba de los pequeños shows que daban todos los sábados.
-¿Me puedes preparar un Mojito? –una de las chicas que venían con la castaña la llamó.
-Claro –la chica asintió y comenzó a prepararlo.
De reojo vio cómo la castaña bailaba con una de sus amigas al ritmo de la canción. En realidad no estaba bailando, simplemente daba brincos mientras la cantaba. Sonrió por dentro, pensando en que así estaría ella si fuera una clienta más del lugar y comenzara una de sus canciones favoritas.
Al terminar de preparar el mojito, le colocó una pajilla negra, colocó el vaso en la mesa y se lo arrastró hasta la chica, quien le tendió un billete y le dijo que podía conservar el cambio.
Había pasado cerca de una hora y media, la banda ya había dejado de tocar. Eliza se dedicaba a limpiar con un trapo la barra mientras Bob preparaba algunas bebidas y charlaba con la rubia a cerca del brazo roto de su hermana. El chico dijo algo y rió divertido, después miró a Eliza intentando saber por qué la chica no había reído y la encontró mirando a la castaña que hace un rato había llegado con sus amigas.
Se acercó hasta su mejor amiga y pretendió agacharse para seguir acomodando, jalando a Eliza hacia abajo en el proceso.
-¿Sabes? Sería más fácil si le tomas una foto –se burló.
-¿De qué hablas?
-Te vi mirándola, El –dijo divertido- a la castaña linda de hace un rato, y no lo niegues.
-Alucinas, Bob. –la rubia se hizo la desentendida y se levantó nuevamente para seguir en lo suyo.
Bob hizo lo mismo y la siguió desde atrás.
-¿Por qué no le preguntas su nombre y le pides su número de teléfono?
Eliza rodó los ojos y negó con la cabeza mientras humedecía el trapo con el cuál estaba limpiando, y lo volví a pasar a lo largo de la barra.
-¿Por qué no dejas de ser un grano en el trasero por un momento y vas a hacer tu trabajo?
Dos horas después, la gente comenzaba a irse, no toda pero sí la mayoría. Bob se encontraba haciendo el primer corte de la noche en la caja registradora mientras la rubia barría el piso de la parte trasera
-¡Eliza! –gritó Bob desde afuera, dejó lo que estaba haciendo y salió a la barra. –Steve de nuevo está insoportable, y sé que tú lidias con él mejor que yo, intenta convencerlo de que se vaya en lo que yo termino. Si no quiere irse y se pone de pesado contigo, me hablas ¿de acuerdo?
La rubia salió de la barra, dirigiéndose hacia donde el pesado de Steve estaba haciendo su alboroto. Pasó alado de las chicas, quienes ya habían decidido ocupar una de las mesas cercanas a la barra, e inconscientemente buscó la mirada de la castaña, cuando Eliza se topó con que los ojos de la castaña la observaban curiosa caminar entre la gente decidió apartar despreocupadamente la vista y hacer como si nada hubiese pasado.
Al llegar hasta donde estaba el viejo causando problemas, rió un poco cuando se dio cuenta de que estaba subido en una de las mesas del lugar y bailaba, o al menos eso intentaba hacer, se veía ridículo. Steve era un viejo de unos sesenta y tantos años, divorciado desde hace quince, y era precisamente eso lo que lo había conllevado a beber de esa manera tan descontrolada. De cierta manera, Steve le recordaba a su padre, sin los maltratos ni humillaciones, claro está. No era un mal hombre, simplemente había perdido el control en su manera de beber, y por supuesto, de su vida.
-¿Lo bajo yo misma o espero a que la mesa lo obligue a bajarse de una mala manera? –preguntó Eliza, cruzada de brazos mirándolo hacer el ridícula como tantas veces lo hacía.
En realidad era una pregunta para ella misma, pero un chico alado suyo que miraba el espectáculo rió y respondió:
-Te sugiero que lo bajes –rió nuevamente-, me gustaría seguir mirándolo bailar pero si se cae es probable que se rompa algo
-Entonces ayúdame
Ambos se acercaron a la mesa.
-Muy bien Steve, el show ha terminado. Es hora de ir a casa a dormir –gritó Eliza para que el viejo totalmente ebrio escuchara.
-¡Pero qué dices! YO SOY LA PROPIA FIESTA, SOY INFINITO. –Gritó esta vez Steve alzando las manos y los demás chicos que estaban alrededor de la mesa mirando el espectáculo comenzaron a gritar, silbar y aplaudir.
La rubia perdiendo la paciencia un poco, miró de vuelta al chico que iba a ayudarla a bajar al viejo borracho.
-A la cuenta de tres lo bajamos, ahora mismo no me importa mucho si lo lastimamos o no. Sólo no lo sueltes –pedí.
El chico asintió y se colocó alado de él, esperando a que la rubia diera la orden
Así lo hizo, y ambos lo tomaron por cada lado de las manos y lo jalaron. Steve afortunadamente no se puso de necio y les facilitó un poco las cosas. Una vez en que tocó el suelo, el viejo pasó un brazo por los hombros de ella y así la rubia comenzó a caminar con él teniendo bastante cuidado de no perder el equilibrio.
-Gracias –Agradeció al chico, mientras por otro lado Steve decía incoherencias a su lado.
-¿No quieres que te ayude a sacarlo?
-No te preocupes, he lidiado con más ebrios de los que te imaginas –Le sonrió y comenzó a caminar.
-Elizaaa... ¡tú!...¡siempre, siempre, siempre!...¡hip!...me salvas la vida chica –rió y después comenzó a toser.
-Steve debes replantearte tu vida, viejo –Eliza rió y negó con la cabeza.
-¿Te he dicho que extraño a Meredith? ¡Oh, Eliza! En verdad lo hago –balbuceó- creo que comenzaré a llorar, tápate los ojos. –pidió torpemente.
Al pasar alado de la barra Bob levantó ambos pulgares y señaló la salida.
-Sé qué hacer, Bob
Sentía la mirada de las chicas que estaban sentadas frente a la barra, ni loca iba a voltear, era bastante vergonzoso traer a un viejo ebrio prácticamente colgado de su hombro y balbuceando incoherencias.
Al llegar a la salida, detuvo a un taxi y con ayuda del conductor lo metieron en el asiento trasero, no sin antes sacar un billete arrugado de su billetera y entregárselo al taxista, tras indicarle la dirección le dio las gracias y regresó al lugar.
Entró directamente a la parte trasera. Comenzaba a sentirse agotada, la falta de sueño de los días anteriores habían empezado a pasarle factura. No quería llegar a casa, no si él estaba ahí, no tenía ganas de lidiar con él, no hoy.
-Bob, ¿me darías asilo en tu casa por hoy?
-Por supuesto, El –posó su mano sobre el brazo de la rubia y dio un pequeño apretón en él- apenas terminemos aquí nos vamos directo a casa, necesitas descansar, mira esas ojeras.
Realmente las ganas de hablar sobre su  constante falta de sueño eran escasas, eso conllevaría a tocar su tema menos preferido, su padre.
***









Clexa (alycia, Eliza) ( Clarke,lexa)Where stories live. Discover now