Lo que mueve mi vida

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Sabía que la tierra estaba bajo mi cuerpo por el mero hecho de que conocía la existencia de la gravedad, a partir de ahí ya no tenía ni idea ni de dónde me encontraba ni de cómo había llegado a ese lugar. No estaba seguro de que mi cabeza siguiese sobre mis hombros ya que intentaba contactar con ella de todas las maneras posibles para que me explicase qué estaba pasando, pero era inútil, no respondía. Cerré los puños y millones de granos de arena se escaparon entre mis débiles dedos, ¿cómo había llegado yo hasta la playa?, tenía los ojos cerrados, pero podía ver la aparatosa actividad humana que se desarrollaba a mi alrededor, sonaban gritos, sirenas, órdenes, lamentos...de repente escuché el galope de mi caballo y un sentimiento de paz inundó mi cuerpo, ya no tenía por qué preocuparme.

Dos días después desperté en una habitación de hospital, donde solo un ramo de rosas aportaba algo de color a tan pálida estancia, ya que las paredes blancas, la cama con sábanas blancas y las cortinas blancas no es que hiciesen la habitación demasiado colorida que digamos. Mi madre me miraba desde una silla, con ojos vidriosos y el semblante asustado y aliviado a la vez, se le notaba a quilómetros que había estado llorando, y que acumulaba el sueño de varias noches; pero a la vez, en sus ojos se apreciaba una chispa de emoción, como si hubiese estado esperando este momento como agua de mayo. Me contó que me había caído mientras concursaba, ya que mi caballo había tropezado al entrar en uno de esos saltos con distancias tan difíciles. El desafortunado tropiezo del animal hizo que yo volase, literalmente, por los aires, y cayese a plomo en el suelo de la pista. Los que diseñan los recorridos deben de pensar que los jinetes somos dioses o algo por el estilo.

La cuestión es que, un simple mortal como yo, no pudo afrontar dicha distancia y se encuentra entubado y escayolado hasta las cejas en una cama de hospital.

Mi madre me cogió la mano y me aseguró que todo saldría bien, que me recuperaría, pero la cara del médico que acababa de entrar no decía exactamente lo mismo. El hombre entró con una carpeta en la mano y con un gesto que no auguraba nada bueno, a pesar de que su aspecto tan campechano hacía que fuese imposible imaginarle como el portador de una mala noticia. Pero es que mi caída fue algo aparatosa ya que me golpeé la cabeza de forma un tanto extraña y peligrosa, y mi espalda también había sufrido graves daños, lo que podría hacer que pasase de ver la vida desde una silla de montar a verla desde una silla de ruedas, un cambio de altura bastante considerable.

Y yo solo era un simple mortal, pero algún dios tenía que haber por ahí, ya que a las dos semanas el mismo médico me aseguró que volvería a caminar, obviamente después de un largo proceso de recuperación y rehabilitación, pero volvería a caminar.

Y a montar.

La silla de ruedas era un incordio, me daba la sensación de que tardaría siglos en poder moverla yo solo, y cuando le pedía a alguien que me sacase a tomar el aire, o que me llevase a algún sitio concreto (al fin y al cabo yo seguía siendo un ser humano con una vida) todos estaban muy ocupados o mi cuerpo pesaba demasiado como para moverlo tanto tiempo seguido, además, no había nadie capaz de hacerla rodar sobre la pista de arena, por lo que me tenía que conformar con ver a mi caballo en el establo o desde fuera de la pista, mientras él corría libre en el picadero, sin saber muy bien a que se debía tanta libertad y tan poco humano sobre su grupa.

Al igual que yo, él estaba preocupado y afligido, debido a que sabía que ese cambio tan drástico de rutinas significaba que algo grave había pasado. Al fin y al cabo, es un animal, y también siente como los humanos. Una vez leí que los caballos eran animales muy sensibles y que simplemente reflejaban las emociones de sus dueños, puesto que empatizan mucho y se dejan influir fácilmente por tu estado de ánimo. También ponía que la mejor manera de saber cómo te sentías era montando a caballo, pues los jinetes solemos entender mejor las emociones de nuestros animales que las nuestras propias. Eso simplemente es porque compartimos la mayor parte de día con ellos, los usamos de confidentes, mejores amigos, modo de hacer deporte, sujeto de prácticas de peluquería, y mil cosas más. Me había quedado tan absorto en mis pensamientos que no noté la presencia de mi compañero a mi lado, mirándome de forma extraña, preguntándose por qué no le prestaba la más mínima atención.

Partes de míWhere stories live. Discover now