Los Lamentos de Sother

los lamentos de sother / Parte II- Don Fulgencio y Mercedes

Los Lamentos de Sother / Parte II / El Oràculo de las Lucièrnagas / Capìtulo II / Don Fulgencio y Mercedes

La cena había transcurrido con absoluta normalidad. Papá chanceó con todos en la forma habitual. Mamá se regodeó de sus altas dotes culinarias. Modestia aparte, su comida siempre excedía los estándares tradicionales. Su hermano bromeó hasta el cansancio con el extraño episodio del aula que había comprometido el buen nombre de la familia. Sus progenitores le dedicaron unos segundos de grave mirada. La ausencia de sonrisa en sus rostros, le recordó lo importante que podían significar estos eventos. Sinceramente les preocupaba. El usual buen humor de su padre en estas reuniones familiares, se volvió a imponer sobre la temporal y silenciosa seriedad, que había oscurecido la fraterna camaradería, arropándoles alrededor de la mesa. La conversación se aderezó al incorporar el encuentro de Mikahel con su antigua amiga de la primaria. Como si hubiera reaccionado ante la presencia de salsa picante, el irascible joven se incorporó de la silla. Con los puños cerrados sobre la mesa, protestó en alta voz

_ ¡Deja a Alicia fuera de esto! _ añadió con ahincada obstinación.

_ ¡Cálmate hijo! _ Le dice su madre en tono suplicante.

_ ¿Tu amiga de primaria está en tu aula? _ inquiere su padre.

_ No, está en tercero _ contesta el ahora más calmado mozuelo _ Nos encontramos en el patio del recreo.

_Vaya... eso sí es una gran coincidencia_ añade su mamá con un tono de cierta picardía.

Deliberadamente el joven elude las tres expectantes miradas qué, posándose sobre su catecúmena experiencia, generan un bochornoso y brillante tono rojizo en la piel de sus imberbes mofletes. La tunante y puntillosa risita de su hermano, desgasta la escasa paciencia del acorralado mozalbete, suscitando una furibunda mirada que descarga toda su represada molestia sobre el causante de su vergüenza.

_ Calma chicos _ interviene el padre con un pausado tono, intentando apaciguar el estado de inminente colisión que se avecina_. Mikahel, no permitas que los intentos de sedición de tu hermano puedan hacer mella en ti. Las palabras de su progenitor, siempre funcionaban como un bálsamo que apaciguaba el fuero interno comandante del aun descontrolado y extraño poder, residente en las inexploradas capacidades de la mente de su excepcional hijo._ ¡Oh, claro que sí!_ Desde hacía un par de años, sus padres habían atravesado la última frontera del innato escepticismo, adentrándose en la dócil aceptación de las raras cualidades que cohabitaban con el mayor de su prole. Era más que evidente, cuando estaba sometido a situaciones extremas, inexplicables acontecimientos se desataban a su alrededor. También estaban conscientes que el muchacho no parecía estar en control de tal situación.

Atrás quedaron las intensas peleas, que como pareja enfrentaron en el mutuo achaque de responsabilidad. Durante años, el feliz matrimonio había hecho fallidos intentos por concebir un vástago. La suerte no les complacía. La amarga aceptación de la realidad se demoró con dilatado advenimiento. La posibilidad de adopción, cual no deseado invitado, una noche se interpuso en el medio del colchón, uniendo las desconsoladas lágrimas de ella con la impotencia de él. Una tregua en la estéril disputa de paternidad, tímidamente asomó sus narices entre los dos litigantes. La complaciente serenidad que invadió su atormentada relación, selló con gratitud la consensuada decisión.

Una amiga común, les había ubicado a las puertas del convento de las Hermanitas de la Caridad. Un bucólico lugar, alejado unos diez kilómetros a las afueras de la ciudad.

A mediados de los años cincuenta, una mujer soltera que tuviera un niño era algo totalmente inaceptable. La madre de un robusto y sano varón, había acudido al lugar con la intención de dar a luz y dejar el niño con las piadosas monjitas. Ahora, ellos podrían brindar un hogar adoptivo para aquella inocente criatura.