Estatua de la Libertad

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Del entumecimiento soñoliento, que habitualmente sucede durante los paseos de mar, me sacaron sin ceremonia unos niños gorditos de piel negra, que como yo, llegaron a la excursión con el resto de su clase. Su maestra, al igual que ellos, gordita y de piel negra, honestamente, pero sin algun resultado trataba de tranquilizar a su ruidosa e inquieta clase.

En un primer momento me agarró una onda de irritación contra todo ese grupo revoltoso que perturbaba el tranquilo clima general. Pero unos minutos después, ya estaba literalmente fascinada por su naturalidad infantil. Después de terminar la excursión a la estatua de la Libertad, ellos volvían sobreexcitados y rebosados de impresiones, a diferencia de nosotros, indolentes y desmadejados adultos.

El día, en realidad, era tremendamente caluroso, sofocante; además, los meteorólogos amenazaban con lluvia. Así que la columna atmosférica presionaba con fuerza, la que no dejaba lugar a ninguna resistencia. Pero tal vez los Pitufos no sentían eso o, al contrario, su conducta era una reacción al clima. De todas maneras, nunca se tranquilizaron. Con eso, el optimismo de cada criatura bien alimentada, literalmente se desparramaba por todos lados. Y en un ratito yo ya les echaba miradas benevolentes y sonreía comprensivamente a su maestra, que seguía dándoles tarantelas pero ya me parecía amable y simpática.

Pero comenzaré desde el principio. Pienso que todos van estar de acuerdo conmigo que es simplemente impensable estar en Nueva York y no ver su símbolo principal. Obviamente que estoy hablando de la estatua de la Livertad. Por eso, a pesar del calor sofocante, hicimos una larga fila para tomar un barco que cursa entre Manhattan y la isla "Libertad".

Un chino viejo con los bigotes inconsolablemente caídos, establecido cerca de allí, torturaba despiadadamente las cuerdas de un instrumento oriental. Y alelados por el calor y las melancólicas melodías, los turistas, para no caer definitivamente en la modorra del mediodía, se divertían de tanto en tanto cuando asestaban los objetivos de sus cámaras fotográficas hacia la lejana silueta de la Estatua, tratando de encontrar interesantes ángulas para obtener algunos imágenes "románticas".

Sin embargo, la larga fila se movía sorprendentemente rápido y, ya en quince minutos, al pasar el «control aduanero» (como en todos los aeropuertos internacionales, consiste en el procedimiento obligatorio de desnudamiento y palpación hecho por los guardianes), partimos en el barco hacia la estatua de la Libertad, que está situada en la isla homónima, aproximadamente a tres kilómetros de la orilla del sur de Manhattan. 

«Déjenme su cansancio, su pobreza y respiren libremente...» dice la inscripción puesta sobre el pedestal de la estatua. La gigantesca mujer con la antorcha en la mano y con el decreto sobre la independencia en la otra, que personifica todos los ideales éticos y morales, invariablemente encuentra flujos interminables de emigrantes, prometiéndoles libertad y una vida mejor.

Pero es imposible no mencionar un pequeño pero muy interesante matiz. Justamente en aquel tiempo, mientras se instalaba la estatua y eran talladas esas simples pero increíblemente potentes palabras -por su influencia psicológica positiva a todos los "cansados"- salió una pequeña enmienda a la ley de emigración y emigrantes. Es decir que los Estados Unidos se reserva su derecho de no aceptar en su territorio a pobres, enfermos, criminales y... chinos. Pero, como país libre, país de oportunidades infinitas, seguramente tenía el derecho a elegir –para quién convertirse en una madre y para quién no.

Hay que decir que existen numerosas y distintas versiones sobre la idea misma y la historia inmediata de la creación de la estatua. Pero nosotros no vamos a hojear "paginas de historia", porque es poco probable que encontremos una verdad única. Por eso, vamos a seguir una bella interpretación, adoptada por todos, según la cual: "Una idea brillante y pura inspiró a los creadores de este gran monumento." Y en aquel período difícil de abolición del régimen de esclavitud y de una crítica necesidad de libertad, la idea de los principios éticos y legales, plasmados en una forma física resultó imperiosa y actual.

Sin embargo, nuestro barco se acercaba a la imagen pintoresca de la orilla de Manhattan con un tormentoso cielo de fondo. Pero los niños no se calmaron, y yo, una vez más miré a los turistas que elegían cuidadosamente los mejores ángulos, tipo: "Yo y la Estatua de la Libertad"; a las zafadas gaviotas gordas, las cuales de vez en cuando se metían en el cuadro, como si fuera por casualidad, y a la estatua misma, tan enorme y tan impresionante no sólo por su tamaño, sino también por los símbolos que fue elegida para representar. Con belleza y majestuosidad se alza sobre la isla, como antes, prometiendo intercambiar fatiga y pobreza por libertad y prosperidad. Y, como siempre, sigue atrayendo indiscriminadamente más y más nuevos inmigrantes -ricos, pobres, enfermos y sanos, respetuosos de las leyes, evasores, y por supuesto... chinos.

ESTATUA de la LIBERTADWo Geschichten leben. Entdecke jetzt