Cuento n° 1: La Piedra.

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Había una vez, una piedra.

Muchísimas veces hubo una piedra, por lo que no parece relevante, pero me gusta la historia de esta piedra. No es tan diferente a muchas, y es muy cliché. Con lo de cliché no me refiero a que se enamoró del popular del lugar, y que era súper bonita aunque ella no lo creyera. No. 

En fin.

Había una vez, una piedra.

No era una piedra muy diferente a las demás, no parecía especial. Sin embargo, era única, como todas las piedras. 

¿Alguna vez vieron alguna piedra exactamente igual a otra? Porque yo no, en toda mi vida.

Sigamos.

Esta piedra era pequeña, del tamaño de una moneda, pero no con su forma. Era una forma que no se podría explicar escrita, porque no tiene una forma exacta. Es como un árbol, no tiene una forma en la que se pueda describir sin detallar cada hendidura y cada curva en alguna rama. Por esa razón, no puedo describirla. Porque me llevaría tanto tiempo que esa piedra ya hubiera perdido su forma. Y tendría que escribir su nueva forma.

Era suave, sin parecer la tersa piel de un bebé. Era suave como una piedra suave. Como una masa que no tiene grumos, o cuando tocas una madera barnizada. Ese tipo de suavidad. Tampoco es suave como la seda, ni como el algodón. Suave como la piel del tomate recién cosechado, o como las teclas de un piano.

Su color era oscuro, pero sin llegar al negro espacio, aunque el espacio tiene luz, incluso. Era un color oscuro que te relajaba, que decía que todo estaba bien. Explico esto, porque hay muchos tipos de tonos oscuros. Éste justamente, estaba bien para esta piedra, le quedaba bien. Hay otros tipos de tonos oscuros, como el carbón, o como un color negro en un lienzo, sin aplicarlo del todo para que no quede del todo negro. 

Tenía unos cuantos detalles, como por ejemplo, una parte más clara que el resto. No era muy claro, pero se notaba un poco su diferencia. No era nada extravagante, era simple y sencillo. Como se dice mucho, "menos es más".

Pues dejemos su aspecto físico y vayamos ya por la historia.

Era una piedra entre muchas otras, como generalmente se da. Estaba a un lado de un río, ni muy lejos y muy cerca, lo bastante justo como para que alguien se siente y se moje los pies en el agua, y pueda verla a primera vista.

Y eso fue lo que pasó con esa piedra.

La vieron. Es decir, la vio. Un niño. Y la tomó, observándola con detenimiento. Y la guardó en el bolsillo de su chaleco marrón grisáceo. Simple y rápido.

Y la guardó porque le gustó. Le gustó la piedra. Su forma, su tamaño, su color, sus detalles.

De entre todas las demás, eligió a esa piedra, porque le llamó la atención su diferencia entre cualquier otra. Porque no todas son iguales, cada una es única.

El niño se llevó la piedra hasta su hogar, la colocó en su cuarto, en un estante, y la dejó allí, para observarla por el resto de su vida.

Puede ser una piedra cualquiera, pero fue elegida por alguien, alguien también cualquiera.


Había una vez, una piedra.

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