never forget

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La habitación se encontraba rodeada de sus cercanos, todos en aquel momento encontrándose a su lado y murmurando palabras bonitas junto a dulces caricias. Era confortable, aunque solamente se tratase de un rato. Simplemente podían hacer eso, ¿no? Pues qué quedaba, qué faltaba, qué se podía hacer.

Cruzó los brazos y bajó la cabeza.

  Mejillas carmesí y corazones siguiendo el mismo ritmo, coordinados sin siquiera intentarlo. Era aquella conexión que los tenía buscándose la mirada momento a momento, sonriéndose sin planearlo. Aquella inercia los movía y era justamente lo que temía Taeil, avanzar demasiado lejos. Que su zona de censura sea vencida y termine realizando cosas que no estaban bien, que su corazón clamaba y de la su vehemencia aceleraba la vena con un gran ímpetu. Aquel pánico le exasperaba de forma lenta el cuerpo y encerraba en su burbuja de desastres, separándolo del resto del mundo. Claro, hasta que su mano sintió el tacto de otra. Precisamente el roce de lo que se prohibía en tales instantes. Donghyuck destellaba y no entendía porque, pero no debía ceder. No podía. Retiró la mano y contempló como los ojos del chico perdían aquella ilusión y se aguaban. Una punzada dio a su corazón, pero no había nada que hacer. Era lo mejor para los dos.

—No podemos—murmuró, y sin más se adelantó entre la masa andante que caminaba a pasos lentos, como si estuviesen programados para ellos. 

Donghyuck suspiró. Cruzó los brazos y bajó la cabeza.

Las fotografías del mayor decoraban la habitación, arreglos florales dándole un dulce toque al lugar. Sin embargo todo seguía siendo amargo, y esas rosas eran asquerosas. Siempre las odió, al igual que Taeil. Ambos compartían el pensamiento de que eran la más grande mentira de belleza. Las espinas no deberían estar protegiéndola, sino que clavándose en sus pétalos. No hay nadie ni nada que te salve del dolor.

 —...Ellos son peligrosos niños—su profesora advertía a la clase con fogosidad, cada palabra dejando salir todo el veneno que les guardaba.—Si saben sobre alguna de esas personas infiltradas deben denunciarlos. No se puede tener piedad con esa clase de personas.

  —Pero maestra—con ingenuidad levantó la mano, y sin recibir el permiso para hablar siguió con lo que corría por su mente.—¿No le parece que Estados Unidos son en realidad más peligrosos?

Se produjo un profundo silencio. Y de repente todo el odio que esa mujer poseía en su corazón contaminó a sus compañeros en el salón. Miradas embistiendo como dagas contra su figura.

—No puedes—susurró Mark, su mejor amigo. La tensión acumulada era increíble y por supuesto, sabía que las cosas no terminarían ahí. No es como que las cosas fuesen fáciles para el que pensara distinto. El que hiciera lo que a la gente no le parecía bien. Entre esas oraciones estaba el fusilamiento oculto, por supuesto. Donghyuck sabía que todos eran jugadores profesionales en el escondite.

—¿Qué decías, Donghyuck?—preguntó su profesora, con la sonrisa más cínica que pudo admirar en sus 17 años de vida. Y como le habían enseñado, poniendo en práctica la adaptación al medio para sobrevivir, le sonrió de vuelta con exactamente el mismo ademán. Odio contra odio, pero nadie lo gritaría. 

—Nada, profesora. Tonterías mías.

—Por supuesto que lo eran. Tonterías y nada más. Estados Unidos es el aliado, niños. Ellos buscan protegernos, desean un mundo pacífico. 

Rió para sus adentros, cruzó los brazos y bajó su cabeza. 

Minah chillaba en lágrimas, llevándose la atención de todas las personas. La gente sentía lástima por la chica, pues ni siquiera había llegado a ser la viuda del muerto. Donghyuck, entre el asqueroso sabor en su boca y la tristeza sentía lástima por ella por creer que Taeil la amaba cuando en realidad sus ojos siempre estuvieron bajo los de él. Se levantó de la silla en la que estaba y a pasos lentos se acercó a ella, posicionándose a su lado y dando suaves caricias a su espalda. Aclaró un poco su garganta y sus labios estaban a milímetros de su oído.

we can not. [taehyuck]Where stories live. Discover now