0. Cold

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Soplé entre mis dedos buscando calor, observando las tonalidades del cielo que se tornaban oscuras, y sin embargo, me parecía que cada nube reflejaba luces de diversos colores, enfrascadas en las calles iluminadas por los faroles. La primavera estaba llamando, los árboles aclamaban el calor del Sol y una brisa con aromas florales que, estaba seguro, me darían alergia. Como era de costumbre. 

Pero esa noche el invierno se estaba despidiendo, el frío decía adiós y los canticos de las aves resonaban nuevamente, entre el rocío y pocas gotas de lluvia que empezaron a caer.

Sabía que mi casa solo quedaba a unas calles, pero, al tomar ese autobús, haría el camino más largo. Me permitiría descansar y llegar más tarde. Y era lo único que deseaba.

No me permití a deleitarme con la variedad de gente que me rodeaba, no es que pudiera exigir mucho, Crenville es una ciudad de la cual no había salido, así que solía encontrarme con las mismas personas desde los últimos dos meses que había empezado a tomar ese autobús.

The Night We Met de Lord Huron colisionaba con el susurro de la lluvia, sonaba a todo volumen en mis oídos y, aunque sabía las consecuencias que traía consigo y los conocidos llamados de atención por el alto volumen en el que escuchaba mi música, me valía una mierda. Quería apagar el mundo, que fuese solo la música la que guiase mi camino, por lo menos en los segundos en los que la melodía se perdía en mi mente y me sentía a salvo.

Me sostuve para evitar caer ante cada parada, evitando el contacto con las personas que permanecían entrando, sentándose y saliendo del medio de transporte que solía usar, evitando que me tocasen solo un poco, porque me hubiese dolido, me hubiesen lastimado, y cerré mis ojos, deleitándome entre las notas musicales que sabía que no podía tocar nunca, de la letra que nunca cantaba en voz alta porque, cantaba peor que un gallo con problemas de garganta y no me era permitido.

No podía cantar.

No podía si quiera..., vivir.

Hasta que te vi.

Entraste con el cabello mojado, mechones que iban de un lado a otro por la ventisca, dejando que te cayesen gotas por sus mejillas rosadas y mentón. Llevabas varias carpetas y mochilas entre manos, pero parecías decidida a no dejar caer absolutamente nada, les sostuviste con fuerza y te adentraste, con la esperanza de hallar un asiento.

Quise imaginar que, en algún momento, alguien me sostuviese con la misma fuerza.

Quise tener esperanza.

Tú me diste una pizca de esperanza. 

 

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Última parada ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora