Jaula de pájaros.

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El sonido de la lluvia llena tus oídos, el olor a tierra mojada inunda tu nariz, sacándote del trance del sueño, de tiempos pasados que no valen la pena recordar pero que aún te aferras a ellos.

Lentamente, tus ojos pueden observar desde la jaula de pájaros en la que estás confinado que la noche está cayendo en Edo una vez más, acompañado de lluvia, aquella que parece purificar todo: los pecados, llevarse el olor del distrito rojo en el que están confinado a vivir y a morir, donde encontrarás tu fin cuando puedas manchar tus dientes con el agua del foso de los Dientes Negros*

Pero no es momento de pensar en eso Hinata Shouyo, no es momento de embobarte en la hermosa lluvia que te transporta a días felices, días gloriosos cuando eras niño y jugabas y no eras consciente del destino que el mundo te deparaba.

Es hora de arreglarte, de vestirte con el más hermoso Kimono, agregar un poco de maquillaje a tu rostro, de seducir hombres en la oscuridad que Yoshiwara brinda, de darles el placer que necesitan y ganarte el pan de cada día. Vendiendo tu cuerpo como un cortesano, trabajando para la noche.

Tu cuerpo se siente pesado, cansado, como si fuera de plomo, llevando el peso de sueños muertos, de esperanzas perdidas e ilusiones rotas, como tu destino.

Arrastras tu cuerpo frente al espejo antes de darte un baño y solo puedes observarte deslizando la tela gastada por tu nívea piel, hasta dejarla caer a tus pies. Y tu piel tiene unos cuantos hematomas, chupetones esparcidos por aquí y por allá, tu complexión más delgada y pequeña para un hombre de dieciocho años. Tu cara no ayuda en nada, pequeñas e imperceptibles pecas se asoman por debajo de tus grandes ojos color marrón, tan comunes, siendo enmarcados por largas pestañas naranjas que acompasan el color de tu cabello. Recuerdas a alguien: a Tsukishima. Él dijo que tu cabello era como el anaranjado del atardecer: hipnótico, hermoso.

Nuevamente divagas y divagar es malo, porque te ahoga, te asfixia de una manera dolorosa. Inhalas profundamente por tu pequeña nariz y muerdes tus labios, haciéndolos pasar de un color melocotón a un rojo carmesí, ahogando un gemido lastimero, un susurro, un perdón.

Pero ¿es tu culpa? ¿Acaso lo es?

¿Fue tu culpa nacer con aquella complexión pequeña? ¿Fue tu culpa terminar vendiendo tu cuerpo? ¿Fue tu culpa decirle a Natsu que corriera y que detendrías a los hombres que estaban tras ustedes? ¿Fue tu culpa querer proteger a tu hermana? Si tus padres vivieran, ¿tendrías esta vida? Tal vez sí, tal vez no, ni tú ni yo lo sabremos porque no pasó. Sólo tenemos esta realidad en la que vives y en la que yo sólo soy un espectador.

Pero no importa. Yo seré quien narre tu historia, la de aquellos que se crucen por tu camino y junto a tu desesperación, el amor destrozado con el que cargas, e inclusive tu final. Porque yo sé muchas cosas, podría decirse que sé todo desde el comienzo hasta el fin del mundo.

Pero me centraré en tu historia ¿sabes por qué? Porque mi conocimiento no tiene fin; sé sobre los días en aquel campo de girasoles, sé sobre Tsukishima Kei, no hay nada de lo que me haya perdido, no hay secretos para mí.

Conozco la historia de Tsukishima, sé dónde está y en qué piensa en estos momentos, sé si te recuerda o no. Mas tú, mi querido Hinata, no me escuchas, no me conoces, no sabes sobre mí, pero descuida, estaré a tu lado porque es interesante.

Dejas de observarte al espejo al sentir el frío recorrer tu espalda, y sabes que has divagado demasiado observando tu cuerpo y se hace tarde para tu trabajo en Yoshiwara; el agua sobre tu piel te ayuda a relajarte, tarareas una canción para no perderte en tus pensamientos, recorres tu piel con el jabón, limpiando el santuario que significa tu cuerpo. Te sientes limpio por unos instantes, justo antes de ser manchado de placer.

El lamento de YoshiwaraOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz