Kyungsoo y Jongin

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El chico de pelo castaño sucumbió sus temores en aquella agua cristalina que corría por el lavabo, quitándose el miedo y la pena de manera gloriosa. Miró sus ojos que estaban rojos y acuosos por las lágrimas, viéndose deplorable y asquerosamente destrozado.

Juntó mucha agua en sus manos y remojó su cabello para darle más lucidez. Vio un reflejo de una sonrisa en sus labios, pero era tan falsa que hasta él mismo pensó en golpearse para que el odio le hiciera socorrer sonrisas.

El color de sus ojos café como la más hermosa miel, se veían tristes y solitarios, casi perdidos en la suciedad de ese baño en el cual estaba. Sus labios sostenían una grieta de sangre y que esta dejó una marca roja. Se atrevió a tocarla con sus dedos débiles y comprobó que la sangre aún seguía transcurriendo.

Las luces parpadeaban y producían ese sonido de corriente, solapando el bullicio de esas voces fuera de ese pequeño espacio en el cual se refugiaba. Tenía nombre, pero no identidad, era un perro fiel a su dueño que no podía ni pensar en escapar de su bozal ni de las correas atadas a su cuello. Tanto él como los demás chicos, se llamaban «Pet» y sus dueños le daban un nombre si querían, algunos.

Él era el Pet de un empresario rico y dominante, su nombre, ni él lo sabía, pero era un nombre muy conocido en este pastel de hogar, en su casa que dejó atrás. Ese señor lo trataba bien, demasiado bien, pero sabía que buscaba su confianza para después tener de dónde amenazar y chantajear.

Por eso se negaba a aceptar sus sonrisas, los besos suaves que por las noches le regalaba, las miradas cariñosas y llenas de compresión que le dedicaba en cuanto ponían un pie en «Sexy's Pet's». Él no quería deberle nada a nadie, y qué mejor que desaprovechar la humildad de esos ojos negros como el más oscuro infierno, y hacerle ver que él no estaba queriendo tener deudas y que tampoco pensaba pagarlas.

Y por consiguiente, él nunca estuvo a la venta. Ser un Pet no era algo que haya decidido, sus raptores lo habían metido a ese oscuro mundo por dicha y codicia, y aunque en un momento pensó que eso estaba bien, ese pensamiento cambió cuando la primera herida fue diseñándose en su cuerpo.

Si bien con su dueño esas lesiones dejaron de suceder, aun no perdía la fe de que a su debido tiempo sus insultos y golpes llegarían en forma de cataratas. Él lo sabía muy bien.

—Oye tú, vamos, sal.

La jefa apresuró teniendo un cigarro entre los labios, mirándolo con asco.

Asintió sumisamente y no logró respirar hasta verse apresado en esos tibios brazos a los cuales aún no se acostumbraba. El olor a vainilla era el perfume riquillo que su amo poseía, ese aroma siempre —desde que él llegó— fue su más favorita anhelación. No cambiaría aquél aroma genuino por nadie ni nada.

—Perdóname, Kyungsoo.

Alzó la mirada y asintió para hacerle saber que estaba bien, pero el hombre apretó los labios con notoria preocupación. Pasó el dedo pulgar por el fluido cesante en sus labios y luego sonrió cálidamente.

—No debieron golpearte por mis palabras. No te defendí —Kyungsoo negó con la boca secándose a mil, las palabras no le salían correctamente, y aunque no confiara en ese hombre, no podía verlo así de culpable—. ¿Quieres ir a casa?

Terminó por desechar la idea de hablar y asintió a esa pregunta. El hombre le sonrió apenado y le comunicó a las demás personas que debía irse. Una mujer rubia se le echó encima, apartando a Kyungsoo y frente a sus ojos besó a su amo. El hombre lo miró de reojo y el más bajo esquivó su mirada sin reparación, negándole a que pudiera ver el dolor en sus ojos cafés tan destruidos, esos ojos que han sufrido peores cosas que verlo a él.

Acepto al señor Kim. ksWhere stories live. Discover now