Me fastidian los planes de llevar una vida normal (otra vez)

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Durante todo el tiempo que Annabeth, Frank, Leo, Hazel, Nico, Jason, Piper y yo habíamos estado recorriendo el mundo (en realidad, parte de Europa, pero para mí resultó tan extenuante que me pareció haber cruzado todo el planeta) no habíamos tenido casi noticias de los Campamentos Mestizo y Júpiter, y no era por no estar interesados, simplemente teníamos en la cabeza las típicas preocupaciones de adolescentes en la cabeza. Ya sabes, impedir que la diosa Gea resucitase y desatase un caos que nadie podría detener, y menos con los dioses en guerra contra sí mismos.

Bueno, quizá ésas no sean las típicas cosas de las que un chico de instituto se preocuparía, pero cuando eres un semidiós como nosotros tienes que mentalizarte de que tu vida será una sucesión de peligros, ir de acá para allá sin parar, luchando contra hordas de monstruos, dioses, titanes y gigantes y acordarte las veinticuatro horas de tu progenitor divino que, a la hora de engendrarte, se dejó el maldito preservativo olvidado en la mesilla de noche.

No me malinterpretes, yo ya estoy acostumbrado a este estilo de vida y representaré el papel que las Moiras decidieron para mí hasta que mi cuerpo se quede sin fuerzas y mi alma baje al Inframundo, con mi queridísimo tío Hades, hasta el fin de los tiempos.

¿Se nota que me muero porque ese día llegue?

Parece que aún me funciona el sarcasmo made in Percy. Genial.

Lo que voy a contar aquí es lo que ocurrió durante el verano que siguió a nuestra victoria contra Gea, aunque ninguno de nosotros la vemos como tal ya que uno de los miembros de nuestro grupo no vivió para poder celebrarlo.

Mi novia Annabeth y yo habíamos hablado sobre ir a la universidad en Nueva Roma, pues nos habían ofrecido hacer carrera allí, y yo tenía que aprobar la selectividad antes. Así que decidí pasar las últimas semanas hasta los exámenes en el Campamento Mestizo, dónde podría estudiar con más tranquilidad que en Nueva York (sin ánimo de ofender a mis paisanos). Annabeth decidió que iría directamente a Nueva Roma para ir agilizando los trámites y demás cosas. Así, cuando yo viajase a California, ya no habría más que hacer salvo empezar el primer año de carrera.

Dejando de lado el hecho de que me encontraba en un campamento donde todos eran semidioses, había sátiros y náyades, teníamos a un centauro como profesor y un dios como director, estaba seguro de que por fin, tras seis años y pico de aventuras extremadamente peligrosas en las que estuve a punto de morir incontables veces, pasaría unas vacaciones normales y corrientes, como las que pasaría cualquier hijo de vecino. Estudiaría para los exámenes, me divertiría en el campamento y, llegado el momento, podría despedirme de la que había sido mi segunda casa desde los doce años hasta ahora, en mis tiernos diecisiete.

Pero nada más llegar al Campamento, un lunes bien temprano, la vida del semidiós se encargó de recordarme que todavía no había terminado de hacerme la puñeta. Y aquel verano, sin exagerar, iba a ser con diferencia el peor de toda mi vida.

Padre Poseidón, ¡¿por qué no te pusiste el jodido preservativo?!

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En fin, vamos a calmarnos. Y no, esto no tiene nada que ver con esa estúpida imagen de la tortuga azul.

Un par de horas después de haber llegado yo al campamento, me encontraba en mi cabaña, con mi escritorio prácticamente lleno de libros y cuadernos abiertos. No tenía demasiados problemas para poder leerlos ya que con el paso de los años había podido controlar un poco el tema de la dislexia. Aún tenía dificultades para leer alguna que otra palabra, pero por lo general lo entendía todo. Sólo esperaba que los exámenes se me diesen bien.

Percy Jackson y el nuevo campista [PERCICO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora