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Caminando por entre el pasto seco y un poco opaco, me desilusiono y recuerdo que esta ciudad y su banal realidad me está matando; sigo recordando y pienso que, tras esas casas amplias, tras esos altos edificios, y esos abundantes espacios vacíos, no se esconden sino desgracias y suplicantes recuerdos que convierten a la vida en una ignominia.

Ya los árboles no son del mismo verde en primavera, y los ríos no son más que causes desenfrenados por los que desfilan cadáveres y putrefacción; no es así como lo recuerdo, pero la sociedad está acabando con todo y todo se está acabando.

Sigo caminando y mientras recorro el viejo y alguna vez concurrido bulevar del río, me doy cuenta que lo que antes era un espejo que reflejaba ilusiones y sueños de muchos, se ha convertido en el peor de los fantasmas de la ciudad, en el mar de los infiernos pues ahí en el río que atraviesa mi metrópolis es dónde el mundo se vuelve putrefacto, se embruja y se condena minuto tras minuto.

Todo ha cambiado, lo que ayer era atractivo turístico hoy día es lavadero de vagabundos y hogar de buitres que revolotean y hurgan entre cerros de basura.

Hordas de pobres trabajadores se ven obligados (al igual que yo) a atravesar este angustioso bulevar y observar como la mugre es arrastrada por agonizantes corrientes de lo que antes fue un río.

Más adelante en la ribera, el olor nauseabundo me hace apresurar el paso y pasar desapercibido ante familias enteras que aun conservando sus costumbres y tratando de darle un poco de color al ambiente gris de este espacio, cocinan, se bañan, y hacen una amalgama de cosas mientras sus cinco sentidos se deleitan ante el rugir de una bestia que los libera de las fuerzas cotidianas, de esas fuerzas oscuras que los encierran en esas cuatro paredes de un trabajo.

A unos metros de ahí, encontré mi lugar donde la mayoría de las tardes, expectante, veo cómo el sol se convierte en agua, agua pura y virgen que no ha sido dominada por la bestia de la sociedad.

Pero ya no es lo mismo, el aire viene cargado de olores amargos y la brisa se ha cambiado por pequeñas tormentas de polvo que enceguecen, y el agua que dulce e interactiva jugaba con mi interior, se ha suicidado, sólo queda su cuerpo, su cadáver yerto y frío, esperando que algún día con estas lágrimas que recorren siniestramente mi rostro, se cambie esa realidad, y se suplante su identidad convirtiéndolo en una corriente de sueños realmente soñados.

Aquella imagen cambiante arde en mi interior, pues detenerme a divisar cómo el sol caducaba en hermosas e incoloras porciones de agua, era lo que me liberaba de las huestes denigrantes y siniestras de mi ciudad.

Me liberaba totalmente, esparcía mi ser en cada corriente, dejaba mis sentidos en la brisa, era cuando me conocía en mi verdadera identidad, cuando notaba que la vida era la primer y única maravilla del mundo.

Recorrí nuevamente el mismo camino, pero ahora de regreso a mi casa, durante el trayecto los objetos a mi paso me dieron la razón, me indicaron el camino a una libertad no infinita pero sí duradera...

Vi los peces encerrados en límites y fronteras imaginarias, observé el recorrido del agua refrescando gargantas, sentí en mi piel los fuertes golpes de las grotescas gotas de lluvia que convertían las calles en fantasmagorías.

Mientras unos maldecían el fenómeno, otros daban gracias, en fin, traduje que el agua no calaba en una realidad como la nuestra, apenas se le maltrataba hasta confundirla y hacérsele suicidar.

Llegué a mi casa, abrí la puerta y entré, mientras en el suelo quedaban las huellas de un gran crimen, mientras sentía qué debía abandonar ese ciclo torturante, pensé en llevar equipaje y algunos recuerdos, pero aborté y decidí entonces partir sólo con las ganas de sentirme libre.

Al salir, todas las evocaciones tiraban de mí impidiéndome huir. Me detuve un segundo y mi mirada se fijó en un florero que contenía un poco de agua. Los segundos pasaban y aún permanecía estupefacto. Repentinamente se cayó al suelo y una voz exclamó: ¡eres cómplice no huyas!

Un frío visceral se apoderó de mi cuerpo, haciéndome abandonar esas cuatro paredes mientras mi casa se perdía a mis espaldas, una seguridad me tensionaba, me confundía; corría lo más rápido posible huyendo de cada una de las capas infernales de mi ciudad.

Corrí a lo largo de casi tres kilómetros en pocos minutos, cuando un gran cerro y un espeso valle marcaban la frontera, mi cuerpo empezó a sudar de manera copiosa. Y fue ahí donde me di cuenta que ya estaba empezando a descargar el peso de una identidad equívoca, pasaba de ser un bagazo de incertidumbre a ser yo mismo.

Subí a lo alto de ese cerro y visualicé la transformación, la metamorfosis de un paraíso a un completo infierno, y como me absorbía de un complot que aún continuaba en su existencia.

Elegí mi camino y durante este no existían ni las noches ni los días, ni el sol ni la luna, el tiempo se había convertido en mi guía. Fueron exactamente mil quinientos cuarenta y nueve kilómetros que recorrí liberándome de mi mismo. Ahora volvía a conocer las noches y los días, el sol y la luna.

El aire esta vez venía diferente, venía cargado de esperanzas que con fuertes ráfagas de viento seducían mi cuerpo haciéndolo entrar en éxtasis. Mi miembro se ponía erecto y mis pulmones inhalaron todo el aire posible, mi corazón latía bombos y platillos, mis ojos se deleitaban al ver como la pintura perfecta se despintaba y de nuevo se pintaba en un ciclo emocionante.

El agua ascendía hasta mis tobillos y volvía a descender en un juego erótico, me hinqué de rodillas sobre la arena dorada mientras un viento perfecto me invadía hasta mi interior más profundo.

Las olas lanzaban al suelo mi cuerpo, llevándome a la libertad. Me despojé de mi ropa y caminé hasta un lugar en donde el río desembocaba en el mar, me adentré dejando que se vertiera en el mar esas identidades plásticas que una sociedad morfa me implantó.

Nadé sin importarme el frío, pues estaba seguro que me dirigía a una independencia absoluta, empecé a surcar todos los confines del mar, acompañando de cardúmenes de peces mientras el oleaje me retorcía en el agua.

Llegué a una pequeña isla llena de árboles frondosos, cavernas insospechadas, y animales míticos. Allí mi alimento fue cuanto fruto exótico encontré, me comuniqué sin saber mediante el agua con los animales, hurgué en las cavernas con vacilación, pero no encontré sino agua y caminos subterráneos que comunicaban al mar.

A los pocos días abandoné la isla y continué mi penetrante viaje en busca de una identidad fija que le diera una verdadera vía a mi vida.

Los meses transcurrieron y me fui convirtiendo en un ser semiacuático, empezaba a acostumbrarme a respirar dentro del agua, y mi cuerpo se había adaptado a las condiciones húmedas del mar.

Sentirme rodeado de agua fue hacer realidad mi sueño... Sin pensarlo este líquido lleno de vida fue el que expurgó la realidad que aún permanecía aferrada a mi alma; fue un ejército que liberó demonios aquí y allá, demonios superfluos y sarcásticos que se perdieron en el mar de la grandeza.

Aquí no había que acostumbrarse a la velocidad de las grandes urbes, ni mucho menos a los drásticos cambios de una sociedad zombi, solamente había que dejarse llevar por la fluidez y de una realidad que nos llevaba derecho a un universo burbuja dentro del mar.

Días después. Mientras nadaba en las profundidades del mar, noté que una presión mayor que la normal ejercía una gran tensión en mis pulmones, y la intensidad luminosa había variado un poco.

Como pude emergí y salí del agua, empecé a sudar excesivamente y otra persona dentro de mí se apoderaba poco a poco de mi cuerpo; cuando mis ojos vieron de nuevo la luz del sol, un espeso compuesto se adhirió a mi piel.

A pocos metros de ahí un gran buque había derramado petróleo crudo, y todo empezaba a adentrarse en un infierno, infierno del que estuve constantemente huyendo.

Todo era un caos total, las sirenas de las ambulancias se acercaban hacia mí, y buscaban en cuanto rincón podían ver si había más personas afectadas por el crudo, y fue ahí donde comprendí que se estaban cambiando realidades, que el infierno lo llevamos dentro, muy adentro impregnado en nuestra sangre.

FIN.

Espero les gusten mis escritos, muchas gracias por leerme.

-Khali Khaf ( Steven Tosne ).

Del infierno al infierno.Where stories live. Discover now