Pequeña niña

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Primera vez usando la multimedia LOL. El resumen no es una fiel traducción a la primera línea, pero debía hacerla sonar bien :v

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Varios subestimaban a Poemi. La pequeña demonio que hablaba de sí misma en tercera persona y que no era capaz de pintar una línea entre "diversión" y "asesinato". Pero estaban equivocados, Poemi era mucho más observadora, ella sabía y ella comprendía todo lo que pasaba dentro de las paredes que llamaba hogar.

Ella sabía porque Adauchi se había ido, aún recordaba el beso en la frente que le dio el mayor cuando huyó aquella noche. La promesa silenciosa de que volvería por ella y de que la adoraba; las silenciosas palabras que le ofertó a la menor y que poco a poco desaparecían de los recuerdos de Poemi, siendo borradas por el tiempo que transcurría sin retrasos.

Poemi sabía que Rieta no volvería, no en un tiempo corto al menos. La demonio que fue la única figura femenina y materna en su vida había desaparecido y por mucho que la buscara, era casi imposible dar con ella de nuevo. Ella ya no tenía a Rieta; no tenía a quien la abrazaba en las noches, quien le cantaba nanas hasta dormirla, quien cepillara su cabello y quien le enseñara como ser una mujer.

Ella sabía que Emalf no podía cuidar de ella siempre. Sabía que Emalf tenía que atender cuestiones olvidadas por el Diablo, tenía que mantener su gente en paz, tenía que lidiar con tanto y luego con ella. Poemi sabía que era cuestión de tiempo para que Emalf dejara de tener tiempo para ella, sabía que Emalf no podía cuidar de una niña todo el tiempo.

Ella sabía que, desde la derrota de su padre a manos del Diablo de cabellos blancos, el mayor ya no era tan fuerte. Sabía qué su padre no era ni un cuarto de lo que alguna vez fue. Poemi entendía que por mucho que jugara con él, por mucho que le dijera cuanto lo quería, por mucho que le mostrara que estaba con él, su padre jamás se recobraría.

Poemi sabía que el Diablo de cuernos purpuras era el culpable, sabía que cuando su padre desaparecía era por culpa del extraño Diablo. Sabía que cuando su padre lloraba por las noches, cuando pensaba que nadie lo veía, era por culpa de ese Diablo. Sabía que sus pequeñas sonrisas que le daba a su padre no servirían para borrar el dolor que le causaba el otro Diablo.

Ella sabía que no debía odiar a Licorice. El pequeño demonio que apareció un día inesperado y que su padre proclamó era su hermano menor. Poemi sabía que Licorice tenía otro papá, y que este era el Diablo purpura. Ella sabía que Licorice era parte de su familia y como tal lo quería y cuidaba; él la había vuelto hermana mayor y como tal, Poemi jugaba con él y procuraba su bien estar.

Y Poemi sabía que Licorice había hecho algo que ella nunca pudo; había hecho sonreír a su padre. Eran pequeñas y pasaban desapercibidas, pero estaban ahí. La comisura de los labios se elevaba con timidez y hasta temor, los ojos vacíos parecían adquirir un nuevo brillo y se suaviza su mirada. Poemi sabía cuán importante era Licorice.

No odiaba a su hermano menor, no tenía porque si había hecho lo que ella siempre quiso hacer. Si con su sola presencia hacía lo que Poemi jamás logró. Ella quería a su hermano, pero lo envidiaba tanto. Era duro ver como su padre parecía recobrar un poco de alegría y vida cuando estaba con Licorice, y que ella con tantos esfuerzos fue incapaz. Dolía ver como su padre parecía haberse olvidado de ella.

—¿Para mí?—. Preguntó Licorice y Poemi asintió con una sonrisa.

Ambos sentados en la cama del menor, entre ellos una docena de muñecas de trapo; se veía a Ivlis, Adauchi, Emalf, Rieta, incluso a Poemi y Licorice estaban ahí. También murciélagos y perros de fuego estaban ahí. Todas las muñecas hechas a mano; rellenas de algodón, ojos de botones, cabello de listón, las bocas sonrientes cositas con hilo negro. Poemi tomó la de Adauchi y acarició la cabeza. Ella misma creó cada una de las muñecas.

Licorice ladeó la cabeza, en su regazo la muñeca de Ivlis. —¿Por qué?—.

No es como si despreciara el regalo de su hermana, pero sabía de sobra cuanto quería ésta las muñecas. Era extraño como la mayor de la nada decidía regalárselas. La demonio tarareó y peinó los cabellos de la muñeca en sus manos; Licorice no le conocía, pero por historias sabía que se trataba de su hermano mayor que había huido hace tiempo.

—Poemi tiene algo que hacer y estará lejos un tiempo—. Comenzó sin verle al rostro. —Y las muñecas no deben ensuciarse, ¡Poemi no quiere que pase eso!—.

Una sonrisa se formó en sus labios y Licorice asintió lentamente con la cabeza, aún no muy seguro. Sabía que Emalf no iría a ningún lado y tampoco recordaba que Poemi debiera salir por algo, pero decidió no meterse en los asuntos de la mayor. Asintió más convencido esta vez, tomando la muñeca de Emalf y mirándola. Si su hermana mayor le pedía que cuidara de sus preciadas muñecas, él lo haría con cuidado y atención.

—¿Cuándo regresaras?—.

Esta vez Poemi pareció meditarlo. —¿No sé? Es un viaje un poco largo, y Poemi no es buena contando—. Su sonrisa se mostró avergonzada y Licorce negó.

—Está bien—. Dijo, restándole importancia. —Te voy a extrañar—.

La confesión era sincera, Poemi lo veía en los grandes y dorados ojos. Sonrió con dolor ahora, estiró los brazos y Licorice se acercó a ella, haciendo a un lado las muñecas. Se abrazaron, Poemi enterró el rostro del menor en su cuello y acarició los negros cabellos, antes de separarse Poemi plantó un suave beso en la frente de Licorice.

La despedida y las buenas noches le supieron agrias a Licorice, sentía que algo no andaba bien con Poemi, pero no sabía que era y sentía que debía callar. Esa noche durmió en su habitación, acompañado de las muñecas de trapo, y en lugar de abrazar la de Ivlis, tomó la de Poemi y la sostuvo con fuerza, lo último que recordó antes de caer dormido fue el beso que la mayor le regalo.

El castillo se veía muy diferente desde lejos; se veía imponente y aterrador, cuando en realidad era asfixiante y frío. Poemi acarició la cabeza de su cachorro de fuego y dio media vuelta, dejando su hogar atrás. La mochila en sus brazos se sentía más pesada ahora que cuando la empacó horas antes y la presión en su pecho era mayor. Detrás suyo el cachorro la seguía en silencio. 

Poemi sabía que estaba haciendo lo mismo que Adauchi hizo en su momento; huir sin dar explicaciones y dejando atrás a aquel que más quería y deseaba proteger. Pero Poemi también sabía que ya no tenía lugar en el castillo y mucho menos al lado de su padre. Adauchi no volvería por ella, y por eso mismo Poemi jamás le prometió que volvería a Licorice. 

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Por mucho que me guste Licorice, me caga que Funa se olvide de Poemi y Adauchi, más de ella. Así que si en algún arco Poemi se larga, no me sorprendo. ¡Sientan mis feelings!

DollhouseWhere stories live. Discover now