Parte 1 Sin Título

5 0 0
                                    

Al comienzo, fueron unos pocos instantes a la semana. Esos instantes poco a poco se convirtieron en horas. Las horas en sus días libres. Pero ella siempre esperaba su llegada. Una jovencita risueña de cabellos largos y castaños aguardaba su llegada, sentada en un mantel florido colocado cuidadosamente en el pasto de ese bellísimo parque. Nunca se cuestionó dónde se ubicaba exactamente. No mientras le diera esa sensación por la que tanto ansiaba al escapar de todo lo demás. Las estatuas ya no tan blancas y enraizadas por las plantas la guiaban a su punto de encuentro. Nana le mostraba esa sonrisa resplandeciente y alegre cada vez que cruzaban sus miradas.

Sin preguntas lógicas, sin discusiones. Estaban juntas bebiendo un delicioso café, acompañado de algunos postres entre conversaciones despreocupadas. Extrañamente el hábito no aburría. Ni Nana, ni Jaehee recorrieron jamás el sitio. Sólo se sentaban en medio de la inmensidad del verdoso y vivo parque a pasar el rato. Por ende, Jaehee creyó que siempre sería de la misma forma. Ella creyó que la estabilidad se quedaría donde la encontró, estática. En su lugar. Como todo lo demás.

Pero Nana ese día no esperó.

Y esos sentimientos salían a flote nuevamente. La humedad en sus mejillas, el odio, enojo y frustración aparecieron en un parpadeo. El dolor insoportable incendiando su pecho, el miedo, la terrible angustia esparciéndose por su venas. Su cuerpo desesperado corrió en su búsqueda. El lugar era tan inmenso que creía no encontrarla más, hasta que pudo avistarla en la lejanía. 

Nana estaba hipnotizada observando la inmensidad del mar negro, parada casi al filo del puente. Los pasos torpes de Jaehee la llevaron a agarrarse de las antiguas rejas puntudas que la separaban de aquel muelle. Nana cerraba sus ojos, seducida por el sonido del agua furiosa golpeando la madera del suelo. El viento manipulaba libremente su larguísimo cabello suelto. Pronto los ecos de un triste llanto la alcanzaron. Al girarse a observar a la otra muchacha empapada en lágrimas, temblando y sacudiendo los barrotes, su corazón amenazó con estallar. Debía explicarle, debía decirle que no era lo que pensaba, era un error. Un completo error.

A cada paso acercándose a Jaehee, sentía que podría volar. Pese a la angustia, era la sensación más agradable del mundo. Jaehee lo sabía. Porque era libre. Porque había decidido liberarse.

Juntaron sus manos, Nana rogaba por su perdón. Rogaba poder explicar. No la quisieron oír. No había una pizca de arrepentimiento en sus ojos. Ambas lo sabían. Y sabían también, que Nana no era culpable.

Jaehee arrojó sus lentes al suelo y se alejó a paso apresurado. Apenas podía oír a lo lejos las súplicas de Nana. ¿Había realmente algo que arreglar?

Con el alma herida y atormentada, cada paso que la alejaba de esa mujer era una espina en su piel. Su único alivio la había abandonado. Jaehee caminaba y a cada paso finalmente, un pie salió de la cama, luego el otro. Pronto estaría frente al espejo del lavabo. Su peor enemigo, y su recuerdo de la realidad. Sus ojeras y su cabello corto despeinado lucían peor que de costumbre. El ruido de su celular sonando le ató los pies a la tierra. Lo buscó con la mirada y allí estaba. El aparato maldito sonando con las llamadas de Jumin Han, casi enterrado entre una montaña de antidepresivos.

Su cabello ya no era largo, y ese amable apodo que adquirió de su primer amor debía volver a callar en sus pensamientos. Quizá lo que más odió de sí misma en ese instante, fue el hecho de tener el coraje de elegir la tentación de la muerte únicamente en sus sueños. La muerte parecía más libre que su propia vida. Libertad, elección. Demasiado cobarde para ello. 

A fin de cuentas, resolvió que debía perdonar a Nana. Debía perdonar los deseos ocultos de su alma.

El espejo [OneShot]Hikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin