Laguna de amargura. (One-shot)

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Las puertas de roca se abrieron en par para darle paso a un mundo infernal, un sitio donde pasaría el resto de la eternidad como condena tras sus actos. Los ogros le dieron un atroz empujón para que ingresase de una vez, él no tenía ganas de caminar pero provocar a los guardias de alto rango no sería nada confortable, optó por seguirles el paso lentamente.

Las cadenas chocaban entre sí creando una sinfonía aguda y desagradable para su sensible audición, las lanzas danzaban verticalmente en las manos de los ogros al vaivén del andar hasta que todos se detuvieron frente a una gran edificación rocosa. El prisionero levantó la vista intentando localizar el límite de aquella construcción pero, lastimosamente, éste iba más allá de un cielo visible.

-Aquí quedarásorgro- indicó un chaparrón ogrillo, él sólo le dedico una mirada indiferente -Pisogro 63, secciónogro B, habitaciógro tres.

Además de la voz chillona del chiquitín, escuchar cada maldito segundo la palabra ogro le daba ganas de descuartizar a cualquiera que se cruzara en su camino.

En silencio lo condujeron hasta el lugar donde pertenecía, luego de cruzar una infinidad de escaleras en caracol lograron llegar a su celda, una muy destrozada y repugnante. Se notaba fácilmente que alguien ya había estado conviviendo allí antes, quizás hacía unos pocos segundos, ya que desde su lugar alcanzada a percibir el hedor a mugre de monstruo.

Los fornidos guardias ordenaron que ingresase a aquel lugar para que después pudiesen extraerle las esposas, obviamente acató, no tenía el caso hacerse del rebelde en ese momento. La presión en sus muñecas desapareció luego de un pequeño chasquido y antes de que pudiese reaccionar ante aquello las rejas se cerraron frente a sus narices, con los ogros fuera de su cuarto.

-Si te comportas podrás ser libre en diez díogros- indicó uno de ellos, un gigantón verdoso.

-Libre...- repitió en un murmuro antes de contemplar sus muñecas que quedaron casi a carne viva, esto no hubiera pasado si no hubiera hecho aquel berrinche frente a Enma Daio. Frunció el ceño con molestia, esas malditas lesiones ardían irónicamente como el mismo Infierno.

-Así son las leyes del aquíogro- agregó el otro, uno azulado y enclenque, luego de realizar un gesto de malestar al fijarse en las heridas del condenado -Tendrás libertad pero aún así no podrás huir del Infiernogro.

Eso era suficiente para él, diez días era menos que nada, esto sería como dormir una pequeña siesta en su nave espacial.

-Utiliza ese tiempogro para reflexionar.

Seguido de ese comentario ambos ogros se retiraron a rastras fuera de su vista. Se alejó de las rejas y se encaminó hasta el fondo de la celda, tomó asiento en el suelo con la pared a sus espaldas con intención de descansar la mente unos segundos. Ese pequeño rincón en donde estaba era el único en buen estado, no podía despegar su vista del colchón despedazado, ni quería imaginarse que clase de criatura había habitado estos sectores.

Al paso de las horas los ojos comenzaban a cansársele, todo empezaba a nublarse y el sentido del tiempo comenzaba a perder significado. Acomodó su larga cabellera a un costado del suelo y se recostó sobre ella, como si fuese un cojín peludo. Dio un profundo suspiro intentando calmarse, pues, de alguna forma el frío de las paredes empezaba a intensificarse sobre su cuerpo, creando así una incomodidad momentánea.

Se mantuvo en vigilia por un largo lapso. En distintos instantes imágenes distorsionadas resaltaban en su mente desde lo profundo de su memoria. Recuerdos casi vanos de sus inicios en las misiones, escasas veces en donde su padre lo regañaba por ser un inútil mono, pequeños fragmentos en donde su madre estaba embarazada de su hermano menor.

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