El viaje

4 0 0
                                    


Quizá lo que le despertó fuese el frío, o tal vez fuera la conversación que mantenían dos pasajeros sentados justo detrás. Ernesto entreabrió los ojos, por la ventanilla solo se veía desierto. Arena y piedras. Volvió a cerrarlos, los párpados le pesaban como dos losas.

Intentó volver a dormirse pero no lo consiguió. Estaba helado y su camisa continuaba mojada. La lluvia no había cesado y el sonido de las gotas en el cristal se mezclaba con las palabras de la pareja que charlaba a sus espaldas. En realidad no les hacía mucho caso, hasta que una frase llamó su atención.

─Me gustaría que me explicases todo con más detalle, Elisa. ¿Cómo ocurrió?

Aquella pregunta despertó su curiosidad.

─Claro, mi amor. No te relaté porque aún estaba alterada, pero ya estoy más tranquila. Quería contártelo con calma.

─Ahora es el momento pues ─sentenció el hombre.

─Todo empezó a olerme raro nada más entrar en la hacienda ─la mujer comenzó sin más rodeos─. El viejo confía plenamente en mí, ya sabes. Hace tiempo me dio una copia de las llaves, así que todos los días entro sin llamar. Aunque está en casa, no le gusta levantarse a abrir, siempre anda encerrado. Hay días que ni le veo, hago mi trabajo y me marcho. La finca es enorme ¿sabes? A la entrada hay una pequeña fuente que el viejo siempre apaga a la noche y vuelve a encender cuando amanece. Nunca se olvida. En lo alto, un querubín de piedra echa agua desde un cántaro. Aquella mañana llovía intensamente pero el cántaro estaba seco.

Ernesto se sorprendió al escuchar aquello. Él mismo tenía una fuente con un querubín a la entrada de su hacienda, aunque la suya hacía tiempo que estaba seca.

─La entrada a la casa siempre me dio malas vibraciones ─continuó ella─, lo primero que hay es un pasillo largo y sin ventanas. El viejo no puso ni un solo mueble. Solo cuadros, cuadros antiguos y oscuros, igual que el pasillo.

─¿Le gusta la pintura?

─No creo, bueno, no sé. Es un tipo raro, ¿sabes? ─La mujer hizo una pausa─, bueno, era.

Permaneció unos segundos en silencio. El hombre tampoco dijo nada. Al cabo de un rato, continuó su relato.

─Hacía años que no se hablaba con el hijo. Discutieron por no sé qué razón que en realidad no era importante y jamás volvieron a verse.

─Por eso estamos aquí ─añadió el hombre, como recordándole que esa parte de la historia ya la conocía.

Ernesto sintió un escalofrío. Su casa también daba la bienvenida con un largo pasillo sin luz adornado tan solo por unos viejos cuadros. Pero eso era lo de menos en realidad. Lo más desconcertante es que él mismo llevaba años sin hablar con su hijo. Un día discutieron y se marchó. Ernesto sabía que la culpa era suya pero no había sido capaz de telefonear y pedir perdón.

─Entré en el salón y estaba vacío, como siempre ─continuó la mujer─. Lo que me sorprendió fue no escuchar el sonido de las teclas. Cada mañana lo escuchaba al entrar. El viejo se entretenía en eso ¿sabes? Se pasaba los días enteros en el desván delante de la máquina de escribir. Mi pequeña Olivetti. Así la llamaba él.

Ernesto escuchó estupefacto aquellas palabras. Él también tenía una Olivetti. Los últimos años no había hecho otra cosa que sentarse frente a ella y escribir de modo compulsivo. Escribía cartas. Cartas de disculpa a su hijo. Cartas que nunca terminaba, que nunca mandó.

─Subí al desván. Él me lo había prohibido, pero el silencio me daba miedo. Solo se oían las gotas de lluvia golpeando el cristal. Necesitaba subir y ver que estaba bien.

─Perdóname, Elisa, ─interrumpió el hombre─, ¿no tienes algo de agua? Estoy sediento. No aguanto más este calor.

Ella quedó en silencio, fastidiada seguramente por la interrupción. Al cabo de unos segundos, volvió a escuchar su voz.

─Toma, aquí tengo una botella.

─El sol está hoy insoportable ─añadió el hombre.

¿Sol?, ¿calor? Ernesto no entendía nada. ¡Pero si estaba lloviendo y hacía un frío terrible! Abrió los ojos ligeramente y comprobó como el cielo seguía nublado y aún llovía. No puede ser, me estoy volviendo loco, pensó. Quizá le estuvieran gastando una broma. Sí, eso era. No podía ser otra cosa. Tal vez le conociesen, o conociesen su casa y solo estuviesen burlándose de un pobre viejo. En realidad, la voz de ella le había resultado familiar desde el principio. No le había dado demasiada importancia, pero quizá debía empezar a dársela.

Era una broma, sí, no había otra explicación. ¿Calor decían? ¡Él estaba muerto de frío! Y aún no se había secado. Miró su camisa y, en efecto, seguía empapada. Pero no de lluvia.

Sus ropas estaban teñidas de sangre al igual que sus manos. Se revolvió angustiado en su asiento. No sabía de dónde demonios salía tanta sangre. Tuvo ganas de gritar pero la voz no salía de su garganta.

─Subí despacio al desván ─Ernesto volvió a escuchar la voz pausada de aquella mujer─, y al abrir la puerta, me quedé petrificada. Todo estaba cubierto de papeles rotos en pedazos, distribuidos por todo el desván, como lanzados al aire sin ningún orden. Apenas se podía ver el suelo. El viejo estaba allí, descansaba sobre una silla, con el cuerpo echado hacía atrás y la cabeza caída a la izquierda. La empuñadura de un cuchillo sobresalía de sus entrañas. Le llamé varias veces por su nombre, pero no me respondió. Estaba muerto. No había más. Aquel cuerpo estaba ya vacío, un pedazo de carne. Me acerqué hasta la mesa y vi un sobre cerrado. Al lado había una nota en la que descubrí sorprendida mi nombre. Agarré el papel, las manos me temblaban. Lo leí. El viejo me dejaba todas sus pertenencias. No podía creer lo que estaba leyendo. Me dejaba todo. Solo me pedía a cambio que buscase a su hijo en el sur y le entregase aquella carta ─la mujer hizo otra pausa. Su voz sonó fatigada─. Esta carta.

Ernesto miró su cuerpo ensangrentando y comprendió. Recordó todo. El desván, las cartas, los remordimientos, el puñal.

Se giró sobre el asiento y observó el rostro de Elisa, la fiel Elisa. Sabía que podía confiar en ella. Entregaría esa carta a su hijo, estaba seguro. Se recostó de nuevo en su asiento y cerró los ojos. Esta vez no tardó en dormirse. Por fin descansó.

83]

You've reached the end of published parts.

⏰ Last updated: Dec 11, 2017 ⏰

Add this story to your Library to get notified about new parts!

El viajeWhere stories live. Discover now