Capitulo Final [EDITADO]

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Han pasado tres meses desde la graduación, y hoy es el gran día. Por fin seré la esposa de Diego. Mía y yo nos arreglamos en casa de mi madre. Mía lleva un vestido largo rosa, acompañado de unas sandalias plateadas; su pelo está recogido en un elegante moño. Se ve hermosa, igual que mi madre, quien lleva un traje largo de color verde manzana y unas sandalias blancas. Pero la más hermosa de todas es mi nena, Alai, quien lleva un trajecito blanco que la hace parecer un ángel.

Mi Alai es perfecta, al igual que su padre.

Mi padre lleva un smoking negro y una corbata a juego con el traje de mi madre. Él, hecho un manojo de nervios como pocas veces lo he visto, consigue por fin sacarnos a todas de casa, y nos vamos camino a la Iglesia.

Al llegar, los invitados ya están entrando. Mi madre y Mía, que lleva a Alai en brazos, se adelantan, mientras yo me coloco en la entrada y tomo el brazo de mi padre. Lo miro y él me sonríe con ternura.

—Te ves preciosa. —me dice, dándome un beso en la frente. Le sonrío y, con pasos seguros, entramos en la iglesia. Mientras camino hacia el altar, veo a Diego. Se ve nervioso, quizás más que yo, pero cuando nuestras miradas se encuentran, todo lo demás desaparece. Mi padre me entrega a él con una sonrisa solemne.

—Cuídala.—le dice, dándole leves golpes en el hombro.

—Siempre lo haré.—responde Diego, besando mi mano con suavidad.

El sacerdote comienza la ceremonia con palabras de amor y compromiso, y los invitados nos observan con ojos llenos de emoción. Siento la mirada de mi madre y de Mía, ambas con lágrimas en los ojos, mientras sostienen a Alai.

Llega el momento de los votos matrimoniales. El sacerdote se dirige primero a Diego.

—Diego Miller Saldívar, ¿aceptas a Roberta Rinaldi Rey como tu legítima esposa, para amarla y respetarla, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte los separe?

Diego toma mis manos, sus ojos brillan con determinación y amor.

—Sí, acepto.—responde con una voz firme pero llena de emoción.

El sacerdote se vuelve hacia mí.

—Roberta Rinaldi Rey, ¿aceptas a Diego Miller Saldívar como tu legítimo esposo, para amarlo y respetarlo, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte los separe?

Siento las lágrimas acumularse en mis ojos, pero no de tristeza, sino de pura felicidad. Miro a Diego y veo en él todo lo que siempre he soñado.

—Sí, acepto.—digo, mi voz temblorosa pero segura.

Los invitados estallan en aplausos y vítores. Mi padre tiene una gran sonrisa en su rostro y mi madre se seca las lágrimas con un pañuelo. Siento la emoción de todos a nuestro alrededor, uniendo sus corazones al nuestro en este momento tan especial.

La ceremonia continúa, y finalmente el sacerdote anuncia:

—Ahora, los declaro marido y mujer. Diego, puedes besar a la novia.

Diego se inclina hacia mí y me besa con ternura. Los aplausos y los gritos de felicidad nos rodean mientras nos perdemos en el momento. Cuando nos separamos, él susurra:

—Te amo, Roberta de Miller.

—Te amo, Diego Miller.—respondo, sintiendo una ola de amor y gratitud.

Bajo un mar de pétalos blancos que llueven sobre nosotros, nos dirigimos a la casa de los padres de Diego, donde cenaremos. Todo está exquisitamente arreglado gracias a Maite, quien se ha encargado de la decoración. Nuestros invitados ya están allí, disfrutando del cóctel.

Cuando termina el cóctel, todos los invitados se dirigen al jardín, donde se servirá la cena. Las mesas están decoradas con delicados arreglos florales y luces centelleantes que cuelgan de los árboles, creando un ambiente mágico. Luego de cenar, llega el momento del corte de la tarta. Diego y yo, sonrientes, cortamos la primera porción, y luego lanzamos una lámpara de deseos. Deseo que nuestro amor sea eterno y que nuestra familia permanezca siempre unida.

La noche avanza, y pronto es hora de partir hacia nuestra luna de miel. Nos despedimos de nuestros familiares y amigos, recibiendo abrazos y buenos deseos. El aire está lleno de risas y felicidad, y siento emoción mientras nos alejamos de la casa de los padres de Diego.

Subimos al coche que nos llevará al aeropuerto, y Diego toma mi mano, entrelazando sus dedos con los míos.

—Listos para nuestra aventura.—dice, sonriendo.

El trayecto al aeropuerto pasa en un suspiro. La ciudad, iluminada por las luces nocturnas, se despliega ante nosotros como un brillante mosaico. Llegamos al aeropuerto, donde nos espera un avión privado, un regalo de los padres de Diego para nuestra luna de miel. La imagen del avión, con su reluciente fuselaje plateado bajo las luces del aeropuerto, me deja sin aliento.

—Es increíble.—susurro, mientras Diego me ayuda a bajar del coche.

—Nada es demasiado para mi esposa.—responde él, guiándome hacia el avión.

Subimos las escaleras del avión, y al entrar, nos recibe una cabina elegantemente decorada. Asientos de cuero blanco, flores frescas en pequeños jarrones y una botella de champán esperándonos en una mesa lateral. Las azafatas nos saludan con cálidas sonrisas y nos guían a nuestros asientos.

—¿Estás cansada?—me pregunta, observándome con preocupación.

—Un poco.—admito—, pero estoy tan feliz que no creo que pueda dormir.

—Yo tampoco.—responde él, inclinándose para besarme en la frente-. Este es el comienzo de nuestra nueva vida.

La azafata se acerca con una botella de champán y dos copas. Diego se encarga de abrirla y me sirve una copa, el sonido del líquido burbujeando llena el pequeño espacio entre nosotros. Levantamos nuestras copas para un brindis.

—Por nuestra familia.—dice Diego, sus ojos reflejando la luz dorada del champán.

—Por nuestra vida juntos.—digo, sintiendo una ola de calidez y amor.

Después del brindis, Diego se inclina hacia atrás y cierra los ojos, pero yo no puedo dejar de mirar por la ventana. La vista de las estrellas es increíble, y me pierdo en mis pensamientos, recordando cada detalle del día que acabamos de vivir.

Llegamos a París al amanecer. El cielo se tiñe de tonos rosados y anaranjados mientras el avión desciende. Una vez que aterrizamos, nos dirigimos al hotel, un pequeño y encantador lugar cerca del río Sena. La habitación está decorada con pétalos de rosa y una botella de vino nos espera en la mesa. Diego me mira con una sonrisa.

—Bienvenida a París, señora Miller.—dice, sacando una pequeña caja de su bolsillo.

—¿Qué es esto?—pregunto, tomando la caja con curiosidad.

—Un pequeño regalo para empezar nuestra luna de miel.—responde él, con una chispa en los ojos.

Abro la caja y encuentro un delicado colgante en forma de Torre Eiffel, brillante y hermoso. Siento las lágrimas formarse en mis ojos mientras Diego me lo coloca alrededor del cuello.

—Es perfecto.—susurro, abrazándolo.— Te amo tanto.

Pasamos el día explorando la ciudad, visitando el Louvre y paseando por los jardines de Luxemburgo. Cada momento se siente como un sueño. En la noche, cenamos en un pequeño bistró, disfrutando de la comida y del ambiente romántico de la ciudad.

—Este es solo el comienzo.—dice Diego, tomando mi mano mientras caminamos de regreso al hotel.—Tengo tantas sorpresas planeadas para nosotros.

—No puedo esperar.—respondo, sintiendo que mi corazón late con fuerza de emoción.

Regresamos al hotel y, agotados pero felices, nos acurrucamos juntos en la cama. Diego me envuelve en sus brazos y susurra en mi oído.

—Te prometo que haré todo lo posible para que cada día sea tan especial como hoy.

Cierro los ojos, sintiéndome más amada y segura que nunca.

FIN.

Por Ahora.

𝐌𝐢 𝐏𝐫𝐨𝐟𝐞𝐬𝐨𝐫 | Completa | EN EDICIÓN Where stories live. Discover now