Capítulo Primero: Descontrol

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Era un día como otro cualquiera de finales de año. Los altos y fríos techos de la sala contrastaban con el agridulce bullicio que se había congregado en el interior. Tras demasiadas sesiones, la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo del país se veía en la obligación de emitir un veredicto. Había sido un proceso muy largo que tocaba su fin de manera muy forzada. Los ojos de muchísimas personas, tanto en el ámbito nacional como en el internacional, estaban puestos en la resolución que iba a alcanzarse a continuación. De entre todos una voz grave se alzó sobre todas:

-¡Orden en la sala! ¡He dicho orden! ––Sentado en alto en un lugar privilegiado de la estancia, un hombre entrado en años y con vestimentas muy oscuras se dirigía a toda la sala. Una vez ésta se hubo calmado y pasados unos segundos retomó la palabra, centrando su atención en un selecto grupo formado por nueve personas–– Ha llegado el momento en el que deben tomar una decisión. Tras haber presenciado todas las sesiones de este proceso, ustedes serán los encargados de decidir si la acusada, Su Majestad...

-Es culpable o no de los siguientes cargos... ––Las miradas de todo el tribunal se centraron en la figura de una hermosa joven dama, la cual leía con atención unos papeles. Pese a su extrema belleza su rostro mostraba una seria expresión acorde con su intimidante pero decisiva postura, la cual podría fulminar a cualquiera de los allí presentes con un simple atisbo–– ... Asesinato con alevosía, desfalco ––Delicadamente dejó los papeles sobre la mesa mientras dirigía su mirada al juez–– ... y obstrucción a la justicia. Su deber como integrantes del Jurado Popular es revisar todos y cada uno de los cargos anteriormente mencionados y decidir si la acusada es culpable de ellos o no.

En el banquillo frente a la corte se encontraba una mujer de rostro blanco y cabello rojo apagado. Con un atuendo de tonos tristes, su distraída mirada bailaba de un lado a otro, posándose de manera intermitente entre los interlocutores. Cuando un señor mayor se levantó frente a ella dejó de mostrarse perdida, pudiéndose notar ira en su interior. Estaba mirando directamente a los ojos de la fiscal. Cada palabra que ésta pronunciaba era como una flecha prendida clavada en su cuerpo.

-Gracias, letrada. ––El juez, en parte ofendido por la intrusión, prosiguió con su intervención tras un leve tosido–– ¿Han comprendido las instrucciones que se les han recitado?

-Sí, Su Señoría. Nos encargaremos de ello. ––Sentado en la primera silla de la primera fila, un hombre cercano a los setenta años se había erguido de entre los nueve allí apartados. Vestido con un traje de corte elegante no parecía tener la edad que realmente ostentaba. Su mirada había dejado de dirigirse al magistrado para centrarse en la acusada.

La prensa situada detrás suya hacía uso de sus cámaras fotográficas para inmortalizar el momento: por primera vez en la historia del país, una reina estaba siendo juzgada. El destino de millones de personas dependía de tan solo un grupo de nueve desconocidos. Ellos iban a ser los encargados de decidir si la acusada, una más de entre todos los ciudadanos, era culpable de matar a su marido, el difunto rey, o no. Ellos iban a ser los encargados de condenar a una asesina o de absolver a una inocente.

-De acuerdo. –-Retoma su discurso el juez–– A partir de este momento decreto que los miembros del jurado sean trasladados de inmediato al Gran Hotel. Allí se les proporcionará una sala completamente aislada donde deliberarán. Solo se podrán discutir en el citado lugar los temas relacionados con el caso. En el caso de que sea necesario, tienen a su disposición nueve habitaciones para descansar. En la misma planta del hotel, la cual está cerrada al público y en la que se encuentran sus estancias y la sala de reuniones, se ha habilitado un restaurante para satisfacer aquellas necesidades relacionadas con su alimentación. No podrán comunicarse con nadie del exterior, ni tendrán acceso a ningún dispositivo móvil, televisión, radio, walkie-talkie... Nada. ––Con un gesto señala a dos hombres que estaban de pie–– Por favor, alguaciles, escóltenlos hasta sus respectivos vehículos de transporte.

El hombre de setenta años y los otros ochos miembros se pusieron de pie. Uno de los dos hombres uniformados abrió una puerta. Tras un leve crujido, aquellos nueve abandonaron la corte. El público se puso en pie. Las voces de los allí presentes empezaron a alzarse, los obturadores de las cámaras de los periodistas se abrían y cerraban con gran velocidad, siendo su sonido casi imperceptible debido al estruendo que se había formado. El juez llamaba al orden, pero el revuelo que se formó era de tal magnitud que se vio en la obligación de suspender la sesión.

Pasados pocos minutos el grupo se encontraba en un amplio pasillo. Habían descendido dos plantas y atravesado varias salas, hasta que se pararon frente a un gran portón de madera rojiza. Aquellos anónimos escogidos al azar de entre todos los posibles candidatos para formar un Jurado Popular era un conjunto variopinto. La más joven era una mujer de unos dieciocho años de edad y el más mayor era el encargado de presidir y ejercer como portavoz.

Una voz aguda rompió el gélido clima que estaba presente en el lugar:

-¡Por Dios! ¡Qué intenso todo! ¡Me caigo muerta!

-Por favor... ––Uno de los guardias que escoltaban al grupo se volvió para dirigirse a la muchacha–– Guarde silencio, son las reglas de tribunal. Ningún comentario hasta haber llegado a la sala de deliberaciones del hotel, y menos sobre el proceso.

-¡P-Pero qué clase de norma es esa! —Indignada, resopló. El resto del grupo se giró para contemplar la escena— ¡Es absurda! ¡Me niego a callar! ¡Soy miembro del jurado!

-Sh... —Una señora de edad muy avanzada dio un paso adelante— Deje de dar el espectáculo, señorita. Ya ha escuchado al caballero tan amable. Guarde silencio, como hemos hecho el resto.

-¿Quién se cree que es usted para hablarme así? ¡No estoy dando ningún espectáculo!

-Creo que no me he expresado bien. —La anciana le dirigió una mirada fulminante, combinada con un ligero arqueo de labios— ¿Puede usted hacer el favor de respetar las normas y omitir pronunciarse hasta que lleguemos al hotel?

-S-Sí... —La voz de la joven había adoptado un tono completamente diferente hasta el momento, notándose el respeto que ésta, y todos, le mostraban a la señora— D-Disculpe...

El rostro de la cuasi adolescente se había tornado en un color carmesí, perceptible con tan solo echarle una mirada. La mujer que había logrado poner orden se volvió a meter en el pequeño grupo, el cual permaneció en silencio durante su breve estancia en aquel pasillo.

Tan solo cinco minutos después del encontronazo, interminables para todos, fue cuando los altos portones situados al final del distribuidor se abrieron. Un pequeño haz de luz natural iluminó el lugar y el sonido de varias sirenas de policía rompió la calma establecida. Cruzándolos se encontraba un patio en el cual habían tres grandes 4x4 con los cristales tintados, escoltados por varios vehículos policiales. Un hombre con un casco azul y visera levantada se bajó de una moto y se acercó a la entrada, quedándose a escasos metros del umbral. Alzó la voz:

-¡Van a dividirse en tres grupos de tres personas! ¡Cada grupo irá en un vehículo diferente! ¡Los dos jurados suplentes y el juez profesional ya se encuentran en dirección al hotel!

-¡Vamos! ¡Ya han escuchado al agente! —El portavoz del jurado dio un paso al frente, al son de una media vuelta— Que dos personas me acompañen al primer coche, por favor... —Dirigiose al segundo vehículo por delante. Tras él le siguieron dos personas, y el grupo se disolvió rápidamente.

Los agentes de policía que estaban en el lugar se subieron en los respectivos vehículos de escolta, sumando en total una caravana de cinco coches y cuatro motos. Las luces al son de las sirenas hacían un gran contraste con el día. Estaba oscuro, pues las gotas de agua no habían cesado de caer, pero eso no impidió que el equipo de nueve vehículos avanzaran rápidamente a través de la ciudad en dirección el Gran Hotel. Ninguno de los allí presentes dijo nada, hasta que el silencio se rompió debido a una voz ronca, proveniente de la radio de los agentes:

-¡Hostias! ¡Cuidad...

Un gran estruendo proveniente del primer vehículo de cristales tintados acalló la voz, seguido de un pitido ensordecedor y una luz blanca cegó a los allí presentes.

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⏰ Last updated: Jan 12, 2018 ⏰

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