Ojos nublados

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Trabajar de noche nunca ha sido fácil. Hay muchos factores que pueden hacer de trabajar de noche una de las peores condiciones laborales posibles. En todos los años que llevo trabajando como guarda de seguridad, nunca había disfrutado el turno nocturno.

No es el turno más grato el de estar de recorredor en los almacenes de la zona industrial donde el frio cala hasta el tuétano y la cabeza da vueltas por el bajón de la presión cuando apenas van 8 de las 12 horas que dura. Tampoco es que me guste el turno de la noche en los complejos residenciales. No pasa nunca nada más interesante que uno que otro gato que dispara la alarma más escandalosa del parqueadero por estar persiguiendo a otro felino o a algún ratón. Y el ritual de ir a la garita a tomar café recalentado mientras se habla mal del supervisor pierde la gracia después de la segunda noche.

Eso cambió cuando la compañía me asignó el turno nocturno en el Parque 39 durante la temporada navideña.

El escenario más común en esas fechas era ver las familias visitando el parque para tomar fotos de sus hijos junto a la iluminación. Parecería sorprendente de mi parte pero, debido a una gran desilusión siendo muy joven, hice votos solemnes de jamás tener descendencia alguna. Eso no me quitaba la alegría de ver esas familias.

Eran siempre cuadros muy pintorescos. Disfrutaba particularmente las familias con niños pequeños que ya caminan por si solos. Sentía algo de culpa por reírme calladamente de como los envolvían en capas y más capas de ropa abrigada que solo los hacía más redondos y les daba un aire de ternura cada que se movían torpes.

Por el contrario, ver parejitas cursis paseando cogiditas de la mano me producía arcadas. Me recordaban que le puse el cielo y la tierra a sus pies y que miró en otra dirección porque no era más que el hijo de la cocinera del colegio.

Esa era una noche bastante parecida a la anterior hasta que una de esas "ciudadanas preocupadas" me llamó.

-Que pena, disculpe que lo interrumpa. Fíjese que venía de comprar mazorcas y vi un tipo con muy mala pinta que lleva de la mano una niñita. No sé qué esté pasando pero, esa pobre criatura está llorando a más no poder. ¿Qué se puede hacer?-

Mi mamá es una católica acomedida que aun colabora en las colectas de la iglesia. A ella no le importa que las manos le fallen un poco y que las empanadas le tomen un poquito más que a otras personas. Siempre busca ayudar sin el menor asomo de ese sucio deseo de figurar que movía a esta "buena Samaritana". Además, se apegaba a la norma del buen católico de jamás referir palabra sobre otra persona si no era para orientarla o enaltecerla. Me dirigí a donde me indicó la mujer preguntándome por qué las personas no solo hacían el bien por la alegría de servir y no por el gusto de ser reconocidas.

Cuando llegué la imagen que me recibió me dispersó todas las ideas de la cabeza.

El hombre como tal no tenía mala pinta. Ya había visto muchos hombres vestidos así. Llevaba puesto un overol o "mono" que, por su trabajo, estaba algo sucio de pintura en las mangas. La niña que llevaba de la mano no caminaba a jalones, ni parecía prestar atención a la ropa de él. Como sería de imaginarse en un padre que lleva de paseo a su hija, llevaba las mangas atadas a la cintura y se "mejoraba" el aspecto con una chaqueta abultada que disimulaba muy mal lo delgada de su complexión.

Aparentemente no había razón para dar trascendencia a la "buena Samaritana". Durante los primeros metros desde que vi al hombre, no pude más que sentir un profundo desagrado por la mujer. Igualmente sentía vergüenza de repudiar a la mujer. Ya me lo había enseñado mi madre: "Con la vara que mides serás medido". Sin embargo, algo brilló mientras rodaba por la mejilla de la niña. Quizás si pasaba algo que requiriera de atención. Por algo otras familias cerca miraban fijo al hombre.

Impulsado solamente por la curiosidad seguí caminando hacia el hombre decidido a no juzgar sin saber bien que era lo que sucedía.

Él le ofreció a la niña una botella que parecía tener algún jugo. La niña dijo algo mirando al suelo y el hombre cerró tan fuerte y tan rápidamente su puño que la botella plástica podría haberse fisurado.

Mandó el brazo hacia atrás y se aseguró suficiente impulso como para dar un puñetazo. Cuando llegaba al rostro de la niñita, apretó con mucha fuerza la botella y el contenido de la misma salió disparado a la cara de la pequeña.

Tardé un segundo en procesar lo que acababa de ver. Solo lo procesé, nada de toda esa escena tenía sentido en mi cabeza.

-Señor, contrólese.- Fue lo único que atiné a decir.

La niña trataba de respirar mientras se limpiaba la cara con el borde seco del saco que llevaba puesto. Parecía hipar por la sorpresa y la conmoción. Yo reunía fuerzas por si el hombre se decidía a actuar, estaba desenfrenado.

-¿Qué me controle? ¿Tiene idea siquiera de qué está pasando aquí?- Me lanzó junto a una mirada tan fija que me hacía sentir confrontado a nivel personal.

-No voy a preguntarle quién es ni por qué está aquí. Solo siga su camino y deje que yo vea como educo a mi hija.-

El parecido era notable. La niña si era hija del hombre del overol. La expresión de absoluta tristeza en los ojos de ella me hizo preguntarme si ese era el trato que recibía a diario.

-Señor, me veo forzado a pedirle que se calme. No queremos involucrar a nadie más pero, sepa que hay también presencia policial en el parque.-

No era la primera vez que me sabía superado por la situación. Sin embargo, era la primera vez que tenía claro que dependía de alguien más ayudar a esa niña.

Mandé mi mano al cinturón de dotación pensando en reportar. Tardarían un par de minutos si venían en la moto pero, haría lo mejor que pudiera.

-Mayra, vamos a buscar un bus.-

La niña dio un respingo como si acabara de oír una sentencia terrible. Bajó aún más la mirada y siguió la voz como una autómata.

Se me había acabado el tiempo.

Pude oír como se le escapaba el aliento y se quebraba de nuevo en llanto. Al parecer el hombre del overol también la escuchó pues dio una vuelta sobre sus talones y muy clara y firmemente le dirigió un: -Ni una lágrima más.

Los hombros de esa pequeña todavía dan saltos cortos mientras trata de controlar sus lágrimas. La imagen de como subieron a un bus y se perdieron en la ciudad mientras yo seguía petrificado en el mismo lugar está vívida en mi mente.

No sé si un día tenga el coraje para sacar estepeso de mi pecho. La sensación de culpa me golpea a diario y no dejo depreguntarme si esa niña se volvería un nombre más en la lista de víctimas. Lascifras de violencia contra niños de este país solo suben. Igual aumenta micargo de conciencia.

Ojos nubladosWhere stories live. Discover now