El Encuentro

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Nunca hubo tanto silencio en Triumphus. Desde el toque de queda, nadie osaba salir por las calles de la Capital... pues la pena por ser visto extramuros era de saeta en nuca. El clima de miedo era tan denso que parecía bajar del cielo y condensarse en forma de niebla fría. Los plebeyos no se atrevían a salir de sus casas y los borrachos reprimían las ganas de beber alcohol en sus asiduas tabernas. Ya no sonaban los gritos de antaño en las cantinas, clamando justicia por la Legítima Soberana; sólo quedaba una mudez apestosa, como la del bosque cuando entra un depredador y todo queda en quietud. Pero pronto acabaría.

El mismo aire se respiraba en la Bahía de Laurus Andreia, a escasas leguas de la ciudad. Allí, refugiada en una caverna, una fugitiva esperaba mirando el mar. Venía de Triumphus y había eludido a los guardias con su maestría en ocultismo, pues una capa de luz se había encargado de hacerla invisible a ojos de los más despistados. Y es que para algo era la Hechicera, la mujer más docta en artes arcanas de todo el Imperio.

Esperaba a su familia, a la cual no veía desde hacía mucho tiempo. Les debía tal encuentro: la contienda estaba a punto de dar su golpe final. Juntos, verían cómo la Legítima Soberana derrocaba al Caballero Oscuro e invertía su tiranía. Así, la Casa de Rodrigo obtendría su venganza.

Una nube sobre el mar se desplazó y dejó paso a unas siluetas montadas sobre una barca. La barca penetró en la cueva y, cuando por fin orilló, una de las personas que la montaban corrió hacia ella.

― ¡Mamá! ―gritó la chica, tirándose a su regazo. La Hechicera pudo sentir las lágrimas de su hija empapando su escote. Mientras la colmaba de besos y caricias, se dio cuenta de que estaba más guapa que antes. Tenía el mismo pelo lacio y rubio, pero más sedoso. Era toda una mujer―. Te hemos echado de menos, ¿sabes?

Apenas pudo resistir el llanto cuando, detrás de ella, vio a su primogénito. No se dijeron nada, porque bastó con una mirada para tirar de él y abrazarlo. Estuvieron un buen rato unidos en el suelo, intentando disipar a base de fuerza todo el tiempo que no habían estado juntos. Era, sin duda, la mejor reunión familiar que había tenido en la vida.

El remero se bajó de la barca para darle la mano a la única que quedaba por apearse. La mujer, con mucha dignidad, puso los tacones en tierra; porque la Dama de Al-Hâurinne siempre vestía con estilo y se movía con gracilidad. Daba igual que estuviera en una caverna de mala muerte. La Hechicera, aun agarrando fuerte a sus hijos, levantó la cabeza y sonrió ante el esplendor de su hermana menor.

― Mírala. Eeeeella, duquesa.

― Joé, Miriam ―sorprendentemente, la Dama empezó a andar sobre la roca como si tuviera otro calzado cualquiera―. No sabes tú el viaje que nos ha metío' la amiga.

Al separarse de Nerea y Agoney, cayó en la cuenta de que el propio remero que los había llevado hasta allí era Raoul el Campeón. El mismo héroe al cual había amadrinado hace años, que ahora vestía una capa de piel de lobo. Otra cara más en la que confiar.

― ¡Anda, Raoul...! Quién diría que volverías a Triumphus, después de retarte en duelo con el Caballero Oscuro y perder.

― ¡Hala, mete-mierdas!

― ¡Oye! No te burles que yo también me reté con ese y mira lo que pasó. ¡Y mira que soy buena en los duelos! ―Mireya se acercó a abrazar por fin a su hermana, dándole un beso y soplándole al oído un "mi corazón"―. Tú no te preocupes de Ponthumide, que el Caballero Oscuro no tiene influencia allí y la gente está muy bien. Eso sí: siguen de luto por tu falsa muerte... ―dijo y, dando un rodeo, se puso al lado del Campeón―. ¿Sabes que tengo a este de Mayordomo?

― Al mejor te has ido a buscar, vamos; que lo mismo nos roba los maravedíes de las arcas... Se ve que he dejado el listón de duquesa alto, sí, sí.

― ¿Yoooo? ―Raoul no tardó en hacerse el ofendido―. ¡Pues si yo la ayudo! Y gobierna mejor que tú gracia a mí, que lo sepas. ¡Que si ayudo, dice! También ayudo a Nerea con sus deberes de encantamiento y...

― A Agoney también ―soltó Nerea, la maga de la indiscreción―.

― ¡Te callas!

No habían pasado ni dos minutos y... ya estaba como en casa. Como antes. Hacía mucho tiempo que no se sentía así. La Hechicera había pasado días trazando planes, perfeccionando sus conjuros, sirviendo de espía para la Legítima Soberana, haciéndose la muerta... sin tener ningún momento de descanso. A veces hasta reía o lloraba en soledad, recordando los buenos tiempos como incentivo para seguir adelante; porque la Hechicera se sentía orgullosa de la familia que tenía y la amaba. Quería a todos y a cada uno de ellos. Y también quería a Pablo, allá donde estuviera.

Pero había que ponerse serios. Los había citado allí para un propósito.

― ¿Quién comanda las tropas de la Legítima Soberana?

― La caudilla de la Guerra ―respondió Nerea―. Yo no me fio mucho de ella por la amistad que tuvo con el Caballero Oscuro, pero todo vale con tal de que la Soberana llegue al trono. Mantengo correspondencia con su esposa y dice están sus soldados dispuestos a asediar la ciudad en menos de una semana.

― Bien.

― También contamos con la flota de Consorte ―continuaba Agoney― que son 50 000 buques para cortar la red de suministros de Triumphus y bombardearla en caso extremo.

¿El Consorte? La Hechicera no tenía nada en contra del marido de la Legítima Soberana, pero sí consideraba un tanto explosiva la relación que tenían ambos. Es como si tuvieran una fuerza oscura detrás de ellos, más oscura quizá que el propio Caballero Oscuro. No le inspiraba confianza cómo aparecían en público, y eso que Miriam seguiría a su Señora hasta la muerte. Le daba la sensación de que tal matrimonio llegaría a la decadencia con el tiempo, pero consideraba que era algo que podría cambiar cuando se convirtiera en Consejera Imperial. Lo primero era acabar la guerra.

― Nuestro trabajo es el más importante de todos: nos podemos permitir que la batalla pierda por mar o por tierra, pero no podemos fallar en nuestra tarea.

― ¿Es que alguna vez hemos fallado? ¿Yo, sobre todo? ¿En general, en la vida? ―se mofó Raoul―.

― ¿Aparte de los duelos?

― ¡Ay! Que te calles, Nerea.

― Ya sabéis lo que hay que hacer, ¿no? Esta noche entraréis en la ciudad conmigo y estaremos escondidos hasta que llegue el momento de atacar. Raoul, tú te encargarás de liderar la resistencia interna: eres la viva imagen de la rebelión contra el Caballero Oscuro. ―el Campeón no pudo más que asentir―. Mireya, haz lo de siempre. Y Nerea, te pongo al mando de la correspondencia en todo momento. Quiero que te enteres de todo lo que ocurre tanto fuera como dentro de las murallas e interceptes todos los mensajes posibles. Que no te pillen.

― ¡Por supuesto!

― Me queda Agoney... ―se giró Miriam―.

― Dime.

― Nuestra parte...

― Sí.

Desde luego, la parte que tenían los dos era la más complicada. De ello dependía que el Caballero Oscuro se rindiera o no. Tenían que colarse en palacio en medio de todo el conflicto... para dar el golpe de gracia: raptar a la hermana de la Legítima Soberana. Raptar la Princesa ya raptada, a la única razón que mantenía al Caballero Oscuro en el poder. Si la salvaban y la llevaban con la Soberana, ganarían la guerra en cuestión de segundos. Pero era un plan complicado.

Por eso lo llevarían a cabo los dos magos más expertos de todo el Imperio. Madre e hijo.

― Venga, amigas. Salvemos Triumphus una vez más.

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⏰ Last updated: Feb 15, 2018 ⏰

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La HechiceraWhere stories live. Discover now