HOY HA ESTADO LLOVIENDO

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         Hoy ha estado lloviendo. No gusta la lluvia. Bueno, no es del todo cierto. No me gusta la lluvia en la ciudad.

     Es curioso comprobar como un mismo suceso puede provocar sentimientos tan distintos.

       Aun recuerdo aquellas tardes en San Marcial asomado por la diminuta ventana de la alcoba de mis abuelos, viendo pasar esos alevines de ríos por la última calle del pueblo, por supuesto sin asfaltar, que caían por fin al regatillo que conducía al arroyo que pasaba bajo el puente del andaluz.

       Si me esfuerzo puedo oler la tierra mojada, puedo oír los ladridos de Lara, la perra de mi tía Luzdivina, persiguiendo a las ranas en las roderas del camino, e incluso, si cierro los ojos, distingo al fondo a mi abuelo caminando hacia la leñera, para ver el estado en el que había quedado tras el aguacero.

      Pero lo mas divertido, sin duda, era salir con mi primo a construir presas ¡¡Si señor!! Encauzar la corriente, conducirla a nuestros embalses, para, como no podía ser de otra forma, acabar provocando la devastación de toda una flota de camiones, coches y operarios, básicamente indios del fuerte comansi de mi primo, al caer la presa bajo el asedio de nuestros megatirachinas.

      Pero aquí la lluvia no es tal. Por mucho que lo intento no me dejo atrapar en ninguna de aquellas sensaciones. Y no creo que sea culpa del asfalto el que no pueda oler la tierra mojada, ni que la perra de mi tía ya no ladre, pues como dice mi sobrino, hay un cielo de patos, otro de perros, uno para cada animal, donde seguro que sigue persiguiendo a las ranas en el suyo.

       El caso es que me cuesta enfocar a mi abuelo al final del camino. Y se me ocurre que tal vez la culpa sea de este ventanal inmenso de mi salón. Debe ser como esos cuadros que para distinguirlos bien hay que entrecerrar los ojos. Debe ser que el ventanuco de la alcoba de mis abuelos permitía una visión más concentrada de la vida.

      Aunque lo más probable es que aquel mundo fascinante lo fuera solo en los ojos de un niño de once años y el que veo a los cuarenta sea solamente el negativo de aquella fotografía.

      No me gusta la lluvia en la ciudad, pero me encante ver salir el sol.

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