Desembarco Vertical

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                    Debí haber besado a Annette, se lamentaba en voz alta un joven soldado de mirada taciturna proveniente de Arizona. No tenía más de veinte años y su nombre era Les Cartwright, integrante del noveno batallón de la tercera brigada de paracaidistas.
De todas formas nadie lo escuchaba. El sonido de las turbinas del avión en vuelo emitía un ruido ensordecedor por lo que había que elevar la voz para lograr hacerse entender. 
Annette era su vecina y ex compañera de escuela. La muchacha, culpable de provocar muchas noches de desvelo en el romántico Les, poseía irónicamente ascendencia alemana. Desatada la guerra, tanto la familia de la joven, como Annette dejaron de hablar en alemán entre ellos y solían cambiar de tema si se les recordaba su procedencia. Ahora eran solo ciudadanos norteamericanos. A Les siempre le había atraído la suave voz de la muchacha ademas de su dulce sonrisa compuesta de labios finos pero bien formados. Solía frecuentar regularmente el hogar de la joven germana y la invitaba a veces a pasear inocentemente. No era el único pretendiente pero evitaba tocar el tema con Annette. Sentía miedo de que de hacerlo, esta se sintiera incómoda y lo rechazaría. En consecuencia jamás se había atrevido a dar el primer paso y se trataban como simples amigos. Ahora sentía que tenía una solida razón para volver con vida. Después de todo, si era capaz de lanzarse en territorio Alemán, declararle su amor a Annette debería ser pan comido. 
Los veinte soldados, con la excepción del jefe de salto y el teniente Gollusman, se encontraban ensimismados, repasando sus vidas, intentando recordar como habían llegado a encontrarse en aquella situación. Mientras, el teniente y el sargento repasaban la misión conversando en voz alta cerca de las puertas de salto, a unos metros de la cabina del piloto. Una luz roja proveniente del techo se reflejaba dramáticamente en los deprimidos rostros de los soldados, dando a toda la situación un tinte dramático. 
Eran cerca de la 1 de la mañana del 6 de junio del año 1944 cuando Les levantó nuevamente la vista para observar a sus hermanos en armas sentados todos en aquellas pequeñas sillas dentro de la cabina del avión C-54. Todos incómodos, con su fusil a un lado, la mochila con provisiones enganchadas delante de ellos a sus caderas, el paracaídas de reserva en el abdomen y el incómodo paracaídas principal a sus espaldas. Cada uno llevaba en la mano derecha el gancho metálico de la línea estática conectada al paracaídas principal que, al momento de la señal del sargento jefe de salto, debían conectar a un cable llamado línea de enganche que recorría el techo de la cabina por encima de sus cabezas en dirección a la puerta de salto. Esto para que al instante de abandonar el avión a cuatro mil pies de altura, el paracaídas abriera automáticamente luego de unos cinco segundos en el aire, que para Les siempre resultaban eternos.
De pronto notó que Bud le hacía un amague con el brazo desde el asiento de enfrente. Les estiró el brazo y Bud le lanzó tabaco para mascar.
- ¡Para que te relajes, hombre! – exclamó con una sonrisa en el rostro mientras masticaba él mismo un poco de tabaco.
Les no dudaba de que Bud debía de sentir miedo, pero el tipo jamás parecía abandonar la calma. Al principio de su época escolar, había conocido a Bud desde pequeño, pero solo de vista. Habían ido a la misma escuela en Arizona. Bud siempre le había parecido algo dominante, arrogante y bruto. Pero más tarde en las filas del ejército se daría cuenta de lo equivocado que se encontraba sobre él, aprendiendo la valiosa lección de que uno nunca debe juzgar de primeras a una persona sin conocerla.
Nunca vio a Bud nervioso o intranquilo durante el transcurso de la ya lejana instrucción militar, en el que se convirtieron en los primeros aerotransportados de la historia de su nación. Ni tampoco mucho antes, cuando por primera vez se alistaron en las tropas estadounidenses. Era un tipo alegre de buen sentido del humor, humilde y bastante preocupado por los demás. Poseía una energía inagotable y muy contagiosa. 
- Solo quiero probar el chucrut alemán – bromeó aquella vez Bud, cuando Les le preguntó la razón de unirse a las filas del ejército antes de la llamada obligatoria.
Bud, a diferencia de Les, no era un joven muy alto, pero era robusto con un rostro tosco que contrastaba con una gran sonrisa amigable.
Por cosas del destino y por el excelente estado físico de ambos, fueron seleccionados para formar parte de la primera brigada de paracaidistas americanos de la historia.
Cartwright se llevó el tabaco a la boca y comenzó a masticar con cierta dificultad. Luego de unos segundos el temblor de sus manos amainó un tanto y se dedicó a repasar la misión. Era probablemente el día más importante de la guerra. Si salían victoriosos era el principio del fin. La misión de su unidad era abrirse paso por el pueblo de Sainte Mere Eglise hacia el norte, llegar a las carreteras que daban a las playas de Utah y Omaha y despejar la zona de tropas de artillería nazi. Lo más probable era que los alemanes tuviesen por lo menos quince o veinte obuses apostados, sumados a las poderosas MG2 y sin contar los cientos de soldados de infantería que las operarían. En contraste, los paracaidistas aliados llegarían simplemente con sus subfusiles Sten. Lo único que tenían a su favor era el factor sorpresa. Los alemanes apuntaban sus armas en dirección norte mientras que ellos vendrían por el sur – al menos en teoría -. La zona exacta planificada de aterrizaje era relativa y el clima tampoco los acompañaba. Era el todo o nada y de su misión dependían las vidas de los que desembarcarían en unas horas más en Utah y Omaha.
De pronto la aeronave dio una terrible sacudida y todos sintieron como si un trueno hubiese estallado a pocos metros del avión.
- ¡Artillería antiaérea! – Gritó el sargento.
- ¡De pie rápido! – Agregó el espigado teniente Gollusman.
Todos se pararon de sus asientos de un salto. Con otro gesto el teniente indicó que engancharan sus líneas estáticas a la línea de enganche. Les observó a Bud. No por preocupación ni por una reacción nerviosa, si no que sabía que mirarlo lo ayudaría a tranquilizarse.
- ¡Te iba a pedir un cigarrillo, pero mejor me lo entregas abajo! – Le gritó Bud con un guiño soberbio.
No fallaba. Les Cartwright dio un profundo respiro intentando concentrarse. Súbitamente los truenos de artillería se hicieron constantes y peligrosamente cercanos. La luz roja cambió a verde, indicando que el piloto sobrevolaba ya la zona de salto. O que simplemente quería soltar el cargamento de material suicida y tomar altura para evitar ser derribado.
- ¡Recuerden el procedimiento! – Gritó a todos el sargento - ¡Párese en la puerta! – El primer soldado se posicionó firme con las manos asomadas agarrando el fuselaje externo del avión. Mientras, por la puerta del costado derecho, otro soldado hacía lo mismo comandado por el teniente Gollusman. Un fuerte golpe en la pierna avisó al primer soldado que era hora de tomar acción mientras el sargento le gritaba - ¡salte! -. El soldado saltó y se precipitó por los aires perdiéndose en la oscuridad de la noche. El teniente hizo lo suyo con su pase respectivo, que consistía igualmente de diez hombres. Así, los soldados se precipitaban uno a uno de forma paralela por ambas puertas del avión hacia el vacío nocturno. 
Cartwright era el sexto en su pase, lo que significaba que cinco soldados saltaban a toda velocidad antes que él. Cuando fue su turno, se paró frente a la puerta abierta sintiendo un profundo escalofrío que pareció succionarle lo poco que le quedaba de valor. De pronto una onda expansiva lo golpeo dejándolo completamente grogui, desorientado, mientras el avión bajaba la altura a ritmo acelerado. Lo que sucedió fue que la cola del avión estalló producto de la artillería. Por consecuencia la línea de enganche cedió y ningún paracaidista más logró salir del avión. Todos perdieron el equilibrio y lo último que vio Les fue a Bud balanceándose en la otra puerta mientras los demás soldados incluidos el teniente y sargento, se arrastraban con dificultad por el piso de la cabina intentando salir de la aeronave. El avión se balanceó hacia la izquierda y Les Cartwright se deslizó sin voluntad de por medio hacia afuera de la nave. El viento le golpeó fuertemente en el rostro. Sin darse cuenta se encontró volando y dando vueltas por los aires con una vista privilegiada de los fuertes estallidos de las demás aeronaves.  Los primeros segundos se sintió desorientado, girando en plena oscuridad y caos. De pronto el avión en el que se encontraba hace pocos segundos explotó por encima de su cabeza iluminando tanto los cielos como la tierra entregándole la orientación que tan urgentemente necesitaba. El paracaídas principal no había abierto debido a la perdida de la línea de enganche, por lo que de manera casi instintiva llevó la mano derecha a la palanca de la reserva situada en la zona abdominal y tiró con todas sus fuerzas.

Flotando en el aire con su paracaídas ya abierto, observó como otros  no tenían la misma suerte que él y se estrellaban fuertemente contra el suelo allá abajo, en el oscuro campo de batalla. De inmediato pensó en Bud y esperó de corazón que este hubiese logrado salir del avión y abrir la reserva.
Su respiración era cada vez más agitada. Para calmarse se imaginó junto a Annette, como veterano, años más tarde en una tranquila cabaña en un campo verde de ensueño. Un estallido lo sacó de su ensimismamiento y notó que se encontraba a pocos metros de tocar suelo. Se preparó para el contacto apretando las piernas. Llegando a tierra rodó según procedimiento. Buen aterrizaje, sin novedad, a excepción del silbido de las balas y el constante estallido de la batería antiaérea. Inmediatamente desenganchó los elevadores del paracaídas quedando libre. Miró a todos lados, pero lo único que notó fue oscuridad, vegetación y disparos. Sintió como el miedo se apoderaba de él mientras se arrastraba a punta y codo con el fusil en mano hacia un tronco caído con la intención de parapetarse de la artillería alemana.
-¿Por qué estoy aquí? ¿Cuál es el propósito de esta mierda? – Pensaba Les Cartwright, lamentando su destino.
De súbito sintió un miedo aún mayor al observar cómo desde unos arbustos, a unos veinte metros de su posición desde donde procedía el fuego alemán, una silueta se movía en dirección suya. Les estaba seguro de que sería su fin.
Armándose de valor, tomó el fusil con ambas manos y apuntó. La silueta se vio iluminada por la luz de la luna y reconoció un uniforme de infantería con el parche del águila en la manga, símbolo de los aerotransportados estadounidense.
- ¡Bud! ¡Aquí, Bud! – gritó Les, sin poder contener su sorpresa y felicidad.
Bud se lanzó detrás del parapeto de su camarada cayendo a un lado del delgado cuerpo de Les.
- ¡Bud, pensé que estabas muerto! No te vi salir del avión...
- ¡Cállate y dame mi cigarrillo! – bromeó sin poder esta vez ocultar el miedo, reflejado en su pálido rostro.
- Escucha Les, - continuó Bud, - caímos muy al norte. Estamos a las afueras de Sainte Mere Eglise que está completamente ocupada por los alemanes. Yo caí cerca de la plaza principal y fui testigo de cómo acribillaban al resto de la brigada. Incluso uno fue muerto antes de tocar suelo quedando colgado desde el techo de la catedral. – El nombre de este soldado era John Steele y no estaba muerto, pero esa es otra historia. - Debemos flanquear el pueblo e intentar reagruparnos. - Bud dudó - O terminar la misión nosotros solos. 
Mientras ambos soldados hablaban sus opciones, una escuadra de infantería alemana salió de entre los árboles contiguos y escucharon sus murmullos.
- Bud... - murmuró despacio Les, apuntando a los cinco soldados nazis.
De pronto ocurrió algo que ni los nazis, ni mucho menos Les Cartwright, esperaban.
- ¡Halt! Identifizieren Sie sich! – Gritó Bud a todo pulmón apuntando lentamente desde el suelo su subfusil hacia los cinco alemanes.
Los alemanes se mantuvieron quietos dudando entre confundidos y temerosos. No estaban seguros de dónde provenía la voz.  El único oficial de entre los nazis, de manera un poco más confiada seguramente para transmitir seguridad como único jefe de escuadra, rompió el silencio y atinó a responder:
- Wir sind... - pero no hubo tiempo para terminar la frase.
Cuando Les se dio cuenta de lo que estaba sucediendo intento apuntar hacia los alemanes asomándose por un costado del parapeto pero ya era demasiado tarde. Bud había acribillado a los cinco nazis sin darles oportunidad de responder el fuego.
- ¿Pero, qué mierda?
- Tengo una novia alemana que me enseñó un par de cosas... Y bueno también me enseño algo de alemán–. Guiñó el ojo – ¡Vamos!.
Se pusieron de pie y flanquearon rápidamente entre matorrales, árboles y arbustos el fuego alemán, dejando atrás el pequeño pueblo francés.
Dos horas más tarde, mientras avanzaban surcando una de las carreteras rurales en direcciòn a Omaha por un costado, se encontraron con un pelotón de paracaidistas malheridos y exhaustos que venían en dirección contraria sin molestarse en evitar la vía principal. Ambos soldados salieron de entre las matas y se identificaron. Inmediatamente el oficial teniente de pelotón les explicó la situación.
- Nuestro pelotón ya desactivó dos puestos de artillería. El resto es una masacre. Ustedes vengan con nosotros. Los alemanes nos superan en armamento y en número. Solo nos queda desearles lo mejor a los que desembarquen en aquel infierno. No arriesgaré más hombres a menos que consigamos refuerzos significativos.
Bud se sintió algo vacío a la vez que aliviado mientras se unía a la marcha del pelotón. Se dio la vuelta para observar a Les. Este caminaba cabizbajo y sostenía contra el horizonte una mirada taciturna.
- Ánimo, colega. Sé que ganaremos y volveremos a casa... - luego recordó, - a propósito, ¿me das un cigarrillo?
- ¿Cómo se llama tu novia alemana?
Bud soltó una carcajada.
- Annette, ¿por qué?
- Por nada...
Mientras los primeros rayos de luz se encontraban con sus sucios rostros, Les Cartwright sintió un vacío enorme en su estómago que no tenía relación alguna con su prolongado ayuno. 

FIN

Ricardo Ulloa 

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