El amor no es darle al otro las estrellas

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El amor no es darle al otro las estrellas, porque al fin y al cabo no son mas que un concepto. Brillantes, preciosas. Provocan con su brillo a nuestra propia existencia. Nos dicen que miremos bien. Nos dicen que ellas viven más de cien años. Nos dicen que toda la vida de la galaxia y de más allá al mirar al cielo las honran, mientras nosotros no somos más que una cerilla. Una cerilla pequeña, que va a desaparecer y convertirse en cenizas. Una existencia que puestos a comparar se vuelve endeble, diminuta. Tanto que, cuando una cerilla ofrece a otra darle la luz de un faro, en algún lugar esa fuerza creadora del universo se rie porque sabe que todos los seres del mundo han llegado a prometer lo mismo y el sueño ya estaba olvidado mucho antes de que se apagara el fosforo.

Pero así son las cerillas. Todas en una diminuta caja, prometiento todo el universo que conocen a mas no poder entre sí. Prometen la luna, el cielo, las estrellas. Quizás porque ellas mismas saben que a su lado solo son cenizas y porque, en cierta manera, esta misma fuerza creadora del universo es muy cruel al darles una facilidad ridícula para romantizar mundos inalcanzables.

Nos obsesionamos porque lo que ven nuestros ojos es mas que el propio reflejo de nosotros mismos. Y queremos ser todo lo que vemos al doblar la cabeza hacia arriba. Me creería que los monos empezaron a andar de pie sólo porque querian que sus hermanos, que caminaban sobre sus rodillas, creyeran que estos destartalados iniciadores del andar humano eran siquiera la mitad de grandes que las estrellas que se prometían entre todos desde el inicio de los tiempos sin decir nada. Me creería que los últimos en empezar a andar a dos patas lo hicieron para ser esas ilusiones de estrellas y grandeza que los otros chimpances se habían inventado.

Yo nunca he sido un romántico. Sólo miraba las estrellas.

Sólo miraba al propio amor.

Lo siento, mi querida persona que está leyendo esto. Se que las divagaciones y escribir sólo para que quede bonito no sirve para nada, ¿verdad? Porque tú si que mirabas a las estrellas. ¿Quieres saber a qué mirabas? ¿De verdad tenias la lente del telescopio limpia para decir todas esas barbaridades?

Porque no te puedo decir lo que son las estrellas, la verdad. Sólo buscar en cualquier sitio de qué están hechas, su temperatura o su color. Pero eso no nos sirve para nada. Lo que quiero que veas la próxima vez que tus impulsos te hagan señalar al cielo y gritar es que todas esas estrellas a las que les tienes unos celos terribles están gritando. Desgarradoramente, cada segundo porque para ellas su existencia dura lo mismo que para una cerilla mirando la bombilla del techo. Eres un microbio que mira a esa misma cerilla, una molécula mirando al microbio y una partícula tratando de comprender sobre donde gira para apoderarse de lo que hay sobre su cabeza.

Porque prometer las estrellas es jodidamente fácil, y suena perfecto incluso. Pero ni así puedes huir de la historia de terror más enfermiza de la historia: que todo va a desaparecer. Lo que ha hecho cada humano, cada vida. Cada edificio, cada héroe de la historia que recitamos de memoria en el instituto. Cada estrella del cielo, cada galaxia. Todos los descubrimientos que nos rodean sobre la grandeza inalcanzable del cosmos. Tus comics, tus historias y películas que son una joya. Todo eso va a desaparecer, y es imposible salvar absolutamente nada. Tampoco se pueden salvar las estrellas que has prometido, porque la vida al fin y al cabo siempre ha sido improvisar sobre locura hasta creerte que no te estás apagando.

Y tú al fin y al cabo no haces más que aumentar el volúmen de tus gritos al desaparecer creyendo que de verdad alguien te está escuchando. No pueden, amigo. Miran al cielo. El cielo no puede oirte. Y aunque pudiera, a las estrellas no le importa.

Igual el amor es mirar a otro ser humano en vez de mirar a las estrellas. Igual el amor es desear que el otro ser humano no sea de los agoniosos, no grite al cielo. No recen ni crean en Dios. Igual el amor es dejar de prometer todas esas luces que están tan lejos y jurarle a otra cerilla que lo único que quieres hacer en esa existencia fugaz y desértica, hasta triste, es compartir los segundos que te separan de dejar de existir con ella. Darselos, dejar que los cuide o que los rebane porque se ha equivocado o porque tenía toda la razón. Y comprender que ni dos cerillas, ni un ejército de ellas pueden dar ninguna estrella.

El amor es prometer una miseria, la verdad.

Porque al fin y al cabo las estrellas no son más que una mentira.

El amor no es darle al otro las estrellasWhere stories live. Discover now