I.

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Un pequeño relato que escribí después de una gran etapa de bloqueo, y al que quizá algún día le escriba una continuación.

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Las palabras les ardían en la boca, y bebían insistentemente de sus copas para intentar acallarlas. Los ojos les brillaban como fuego cada vez que se miraban. Cambiaban de postura sin parar en esa riada de gente para evitar cualquier contacto, tanto físico como visual, pero era imposible. Se atraían como el metal al imán, como el hambre a las ganas de comer. Como el lobo disfrazado con piel de cordero a su presa.

El bar estaba atestado, como cada fin de semana, y no era la primera vez que ambos coincidían allí. Cada uno acompañado de sus respectivos grupos, se movían como dictaba esa masa de gente con demasiado alcohol corriendo por su cuerpo y una música absurdamente alta; las voces se ocultaban en los bajos y agudos de las canciones, y era entonces cuando el lenguaje no verbal salía al terreno de juego. Los juegos de seducción entre borrachos eran patéticos, y suscitaban las risas entre los grupos entre amigos, los ánimos coreados a gritos que hacían que la vergüenza saliese a pasear. Pero sin embargo, lo que había entre ellos dos no era la norma.

Para él, esta era la tercera vez que coincidían en el bar. Para ella, había una cuarta, pero estaba segura de que él no la había visto. O no se acordaba. Y para ella había pasado desapercibido. Sin embargo, en esa primera vez para ambos, habían conectado sin dirigirse la palabra. Un simple cruce de miradas, muy breve, fue la que inició todo. Y ninguno de los dos se atrevió a dar el paso aquella noche, ni la siguiente. Y parecía que esa noche ni él ni ella querían darlo, quedándose atrapados en un bucle infinitos de miradas y palabras digeridas con alcohol.

Pero ella estaba decidida a cambiarlo, y aunque la multitud del bar no se lo ponía fácil, logró llegar a donde estaba él. Había demasiado ruido en el bar como para hablar; ella quería saber a qué se dedicaba y si su voz le gustaba. Él, si ella tocaba música y si prefería el vino o la cerveza. Ella le indicó salir a la calle, pero negó con la cabeza, y ofreció ir al fondo del bar, que estaba más vacío y había menos ruido. Ella se encogió de hombros y aceptó. Mientras avanzaban entre la gente, sus manos se rozaron varias veces, pero se apartaron rápidamente, asustadas, como si desprendieran electricidad estática. Se miraban con ansia y con ganas, expectantes ante la obviedad del siguiente movimiento, pero también con esa pizca de temor, que hacía que rondara en sus cabezas de manera constante un "¿y si no?".

Alcanzaron el fondo del bar después de una travesía ardua. Por fin estaban cara a cara, y sin saber qué decirse. Seguían mirándose intensamente, creando al mismo tiempo una burbuja ajena a todo lo que estaba ocurriendo a su alrededor; él sujetaba de manera parca una copa de balón con lo que parecía ser un gintonic aguado. Ella agarraba con fuerza y por el cuello un tercio de Estrella Galicia, y daba sorbos de manera regular, esperando que él diese el paso. Al cabo de un rato, y cansada de que él no dijese nada y se limitase simplemente a mirarla, tomó las riendas.

- Bueno, ¿ni siquiera me vas a preguntar cómo me llamo después de haberme recorrido todo el bar?

-Oh, claro. -Carraspeó para salir de su ensoñación.- ¿Cómo te llamas?

-¿Y tú?

-¿Contestas a mi pregunta con otra pregunta? ¿Qué eres, gallega?

-¿Lo dices por la cerveza o por ser tan inquisitiva?

-Mírala, qué lengua tan afilada tiene.

-Mírale, que parece que hay que ponerle todo en bandeja para que hable. - Arqueó una ceja y se terminó el tercio de un trago. - Anda, deja esa ginebra aguada y vamos a pedirnos algo que te guste de verdad.

Contemos aullidosWhere stories live. Discover now