Me siento perdida en medio de la nada, sin saber qué hacer, sin saber muy bien siquiera quién soy y qué es lo que quiero. Y ese es el problema de mi vida, que está sin rumbo fijo. Pero empezaré desde el principio de la historia.
Nací en Galicia en el seno de una familia de clase media. Fui educada con valores como el respecto y la importancia de la unidad familiar. Siempre he sido una estudiante mediocre, pero eso no me impidió acabar mis estudios y convertirme en profesora de lengua española.
A los veinticinco años de edad, en 1987,me transladé con una plaza de trabajo a Londres. En un comienzo no me atrajo mucho la idea de irme para un lugar donde siempre llovía y el cielo permanecía casi siempre encapotado, aunque a eso estaba acostumbrada. La parte buena (y no acostumbraba a sacar el lado positivo) es que Londres, al igual que Galicia tenía una gran historia a sus espaldas.
Dejando a un lado mi preciada Galicia, cambiaré de tema para hablar del día en el que llegué a Londres. Para mi sorpresa hacía un día soleado, pensé que quizás se tratase de un buen augurio de lo que allí me esperaba. Bajé del taxi que me llevara desde el aeropuerto hasta mi edificio y con mis dos maletas entré en mi nuevo dulce hogar.
Se trataba de un edificio antiguo, pero tenía una gran mejestuosidad. Siempre me habían gustado los edificios antiguos y desgastados y este se adaptaba perfectamente a estes dos adjetivos. Tenía ascensor , pero tomé la opción de subir las escaleras, total, "solo" eran siete pisos. Después de haber hecho más ejercicio que en todo el último año, llegué a mi nueva vivienda exhausta y emocionada. Eché una visual a todo el lugar. Los muebles eran posiblemente de los años veinte y el único electrodoméstico era una cocina de gas. Durante el fin de semana, me tomé mi tiempo para aposentarme y preparar la clase del lunes.
Con gran nerviosismo afronté mi primer día de trabajo. Bueno, ya tenía experiecia, pero nunca es fácil lidiar con adolescentes.
Ya que no sabía a qué precio andaría el transporte público en Londres, me traje de España mi viejo y destartalado bmw y así podría también llevar a todo volumen Janis Joplin para relajarme antes de la jornada.
Entré en el ''High School'' con mi americana azul turquesa, vaqueros pitillo y tacones. Si no te ganas el puesto de profesora enrollada, estás perdida.
La directora, de unos 50 años, vestía un traje de dos piezas tan serio como ella. Empezó a soltarme una charla sobre lo importante que eran las reglas en su colegio y lo único que me permitió decir fue: ''hello i'm Sandra''. No paraba de hablar de lo que le costó sacar adelante el instituto y por eso quería que las normas fuesen respetadas a raja tabla. En ese momento una estudiante cruzó una mirada conmigo que duró unos instantes y me hizo una mueca como para burlarse de la labia que su directora, Adele, tenía. Adele me condujo hasta la primera clase que tendría para darme tiempo a instalarme. Minutos después, sonó el timbre, y como si se tratase de una estampida, los alumnos se dirijieron a sus respectivos cursos. En el momento en el que me supuse que ya estarían todos comencé mi discurso de presentación que tendría que repetir unas cuantas veces en el día. Iba ya en la parte en la que les explicaba cuáles eran mis panes de estudio, cuando una alumna entró algunos minutos tarde, riéndose por algo que le había dicho un compañero en el pasillo. Al subir la cabeza me di cuenta de que era la alumna que anteriormente me había hecho el mohín para meterse con la figura de la autoridad de su colegio. Se quedó algo impresionada, posiblemente no se esperase que fuese a ser su nueva profesora. No le dije nada, no quería tener disputas el primer día. Se sentó al fondo de la clase y yo continué con mi presentación. A continuación cada uno se presentó a sí mismo.
Volví para casa bastante a gusto con mi nuevo trabajo y he de admitir que Addy, que así se llamba la alumna tardía, me llamó la atención. Su mirada parecía llena de dolor, aunque intentaba convertirlo en pasotismo, quizás para hacerse la dura.
