La señora Integra

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-Songfic: Penélope, Joan Manuel Serrat.

-Los personajes ni Hellsing me pertenecen, son propiedad de su autor respectivo.

-Este es un final alterno de las OVAs

-Hay una pequeñísima adaptación de un fragmento del libro "La virgen de los Sicarios" de Fernando Vallejo, al inicio de este fic.

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Se había cambiado el escritorio por una mecedora de mimbre.

Y, tras el paso de las estaciones, las paredes con adornos de dura madera se habían tornado de un cálido marrón gastado.

—Señora, el comandante espera las ordenes —dijo el asistente, el segundo que tomaba el puesto durante el año.

La señora de canas brillantes apenas movió la cabeza; su seño, sin perder su carácter, se frunció. No se levantó de la silla.

—¡Pues que se enfrente a ese maldito cerdo neonazi! —dijo con fuerza.

El asistente miró hacia la dráculina que recién llegaba a la habitación, inmediatamente volvió la cabeza hacia la señora.

—Disculpe, señora, pero esa guerra ya terminó. Lo de ahora es...

—¿Terminó? ¿Y quién ganó?

—Usted, por supuesto.

La anciana guardó silencio. El ojo sano, fondo de cielo, se fijó en ambos seres parados frente a la puerta.
La chica policía no podía deshacer su cara de preocupación, pero caminó con cautela hacia su señora.
Se hincó a un lado de ella.

—Señora, esperan la orden para entrar a la iglesia donde hacen los supuestos exorcismos —dijo Seras Victoria, con la voz como una caricia.

Sin apartar la vista del punto aquel, asintió la señora, reflexiva.

Y dejaron la habitación para ella sola, pues intuyeron que ese era su deseo secreto.

Se mantuvo en silencio.
No era algo nuevo, esa era un costumbre de hacía mucho tiempo.

Y ella podría olvidar cual era la misión, el nombre de su asistente, incluso la razón por la cual su ojo estaba dañado, pero no podría olvidar a quien esperaba en esa habitación entrañable.

La luz del atardecer se tornaba naranja brillante.

¿O sí podría olvidar incluso eso?

Ella había olvidado cerrar la ventana para que no entrase la dañina luz; pero no hacía falta, pues en la típica esquina fue formándose el bulto negro.
¿Eso lo había podido olvidar?

Ella no se percató.

El bulto rojo se acercó a la señora, en silencio.

Ella no se percató.

Él puso la rodilla en el suelo y con ternura tomó la mano anciana para honrarla con un besó dedicado.

Ella volvió a fruncir el rudo seño. Apartó la mano con brusquedad.

—Mi señora —musitó la ronca voz del vampiro Alucard.

Era el momento del limbo entre el día y la noche: claridad sin sol.
Integra tal vez buscó entre sus recuerdos la cara de esa persona.

—Yo, Alucard, he vuelto, mi ama. —Él sonrió.

Pero ella no encontró información de esa persona en su mente.

Si. Sí, ella esperaba a alguien, sabía que le vería en esa habitación si estaba en penumbra.

—Lo siento, no eres tú —musitó la señora. —Quien se fue ahora debería estar tan anciano como yo —razonó en voz media. Miró nuevamente hacia la puerta.

La noche entraba fríamente por la ventana, veloz, sin temor.

Ella se levantó de la mecedora, tratando de ver más allá de los lagos mentales.

—Pero él debería estar tan anciano como yo —musitó nuevamente mientras abría la puerta.

Alucard permaneció en confusión un breve momento. La siguió por el pasillo.

Integra entró sigilosamente a su habitación, y, mirando aquel punto extraño en el espacio, cerró la puerta en las narices de Alucard.

—Alucard... debería estar anciano... —le oyó decir desde adentro.

Él, que había tomado el pomo de la puerta, no se atrevió a abrirla, ni a traspasar la pared.
Su ser de tinieblas se sacudió, temiendo.

—He sido olvidado —musitó.

La señora IntegraWhere stories live. Discover now