Prólogo.

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El mayor de los hermanos Winchester se encerró en su habitación alrededor de las seis de la tarde y no había salido por ningún motivo. Sentía un sinfín de emociones mezcladas que no le permitían pensar con claridad ni descifrar el porqué de su comportamiento de hace unas horas atrás; se debatía entre la felicidad que le provocaba el hecho de que Castiel volviera aparecer, pero este mismo sentimiento batallaba con el enojo que sentía al no saber por qué mierda se había desaparecido por tanto tiempo.

Donde me encontraba, la señal era pobre; pensaba en la frase que había utilizado el Ángel para excusar su prolongada ausencia y sólo podía concluir que era un idiota. Así, sin más.

Había encendido su laptop para distraerse de aquellos pensamientos que le amenazaban con hacer estallar su cerebro, pero le era imposible concentrarse con tantas emociones que estaba sintiendo en ese momento. Se maldijo, maldijo al ángel que acaba de llegar y maldijo a quién sea que se le haya ocurrido el haber inventado los sentimientos y esas cosas que él llamaba cursilerías.

Estaba dispuesto a cerrar su laptop y hacer cualquier otra cosa que le mantuviera distraído pero tres golpes en la puerta de su habitación le detuvieron antes de poder moverse. Suspiró y guardó silencio cuando la puerta se abrió con lentitud.

— Perdona, Dean. — Castiel entró lentamente a la habitación, dejando la puerta abierta a sus espaldas. — Sólo quería devolverte esto. — introdujo una de sus manos en el bolsillo interior de su gabardina, sacando un casete que tenía guardado.

Lo dejó sobre el escritorio de Dean y retrocedió unos cuantos pasos, dispuesto a salir. El rubio miró de reojo al ángel y tomó el casete entre sus dedos, extendiendo su mano en dirección al contrario.

— Es un regalo. — dijo sin mirarle, algo cortante. —Estos hay que quedárselos.

Castiel volvió a girarse sobre sus talones para mirarle, confundido. Se quedó callado y sólo extendió su mano para volver a tomar el Casete, apretando sus labios suavemente.

— Oh, bueno. — habló más para sí mismo que para el rubio frente a él.

El ángel sabía que había cometido un error y no se sentía para nada cómodo con lo que había conseguido. Está demás decir que escuchó cada uno de los llamados de Dean y él no respondió en ningún momento al estar ocupado. También comprendía el hecho de que el chico rubio de ojos verdes estuviese tan enfadado con él y tenía razón en estarlo.

Pensó en decir algo más pero decidió no hacerlo, puesto que no quería seguir cometiendo errores que harían enojar aún más a Dean. Estuvo a punto de retirarse, pero nuevamente la voz del contrario llamó su atención.

— Ese casete escúchalo cuando hayamos terminado con todo lo que nos concierne. — murmuró rápidamente, mirándole fijamente al rostro por primera vez en varios minutos. — En tu habitación tienes una hoja con los nombres de las canciones y otras indicaciones que después entenderás. — agregó, volviendo su vista a la pantalla de su computador. Dicho esto, volvió a guardar silencio.

Castiel se limitó a asentir y abandonó la habitación, cerrando la puesta a sus espaldas. Volvió a guardar el casete en el bolsillo de su gabardina y caminó por el largo pasillo del búnker, directo a su habitación.

Apenas entró pudo notar una hoja perfectamente doblada sobre las sábanas de su cama. Caminó y apenas llego al borde de esta tomó asiento, recogiendo el papel con una de sus manos.

Pudo notar que una de las caras del papel decía Diez canciones para Castiel, cosa que le hizo sonreír de medio lado. Estuvo a punto de desdoblar el papel y leer su contenido pero decidió guárdalo junto al casete al recordar lo que Dean le había dicho.

Escúchalo cuando hayamos terminado lo que nos concierne, se repitió mentalmente, convirtiéndolo en una promesa para sí mismo.

10 canciones para Castiel. - DestielOnde histórias criam vida. Descubra agora