Parte 1

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Sábado 4 de febrero, 19 horas y 4 minutos. - Si no vimos movimiento quizás estén durmiendo - dije, fue un día que transcurrió lento y el almuerzo hacía rato que había sido digerido. El abuelo luego de una lucha forzosa pero finalmente en vano decidió que ya era hora de marcharnos. De camino a casa accidentalmente al tropezar lastimé mi rodilla contra el pavimento, lo que nos llevó directo al almacén en busca de una curita y mi fruta preferida. Al salir mientras mis lágrimas desaparecían de mi cara por causa de mis cachetes llenos, me crucé con una pareja de niños grandes, él estaba serio mientras ella, de espaldas a mí, hacía un ruido parecido al que escucho cuando limpian de a trazos cortos las escamas de lo que pescamos. Averigüe luego de limpiarme los ojos que lo que pensaba era cierto, estaba llorando de verdad. En ese momento sentí como brevemente se me erizaba la piel de la espalda, mi mandíbula se apretó y casi que por reflejo una sensación de inconformidad personal me invadió por dentro. Todas esas veces en la que simulé estar mal, todas esas veces en las que grité sin razón, toda esa saliva desperdiciada y lo que era peor;  todas esas lágrimas falsas utilizadas a mi favor para usar a todo aquel que cayera ante mi técnica manipuladora más eficáz.

Era demasiado para tolerar, entonces, tomé aquella cáscara resbaladiza y sin que se diera cuenta  se la puse un paso adelante a una señora mayor que iba frente a mí, el abuelo vió la secuencia en primera fila pero para cuando le advirtió era demasiado tarde aquella pobre anciana cayó sobre su brazo vendado, el cual disminuyó la fuerza de impacto de su cara contra el pavimento y que al percatarse del evento en un acto casi simultáneo generó en ella un grito de dolor intenso e hizo que sus dientes superiores se deslizaran desde su boca hacia el suelo, creando un pequeño charco de baba espesa de color rojo, no pudo salir más perfecto. Luego de levantarla, mi abuelo no sólo me gritó como siempre sino que me reprendió con la palmada más fuerte que jamás haya recibido, haciendo al momento más memorable aún. Esta vez ese sabor salado llegó hasta mi laringe haciendo que ascendiera por la misma una acidez propia de las flemas que habitan en nuestra parte superior del sistema respiratorio y que en la explosión del llanto reflejo en mi cara la necesidad de rezumar.

Nunca más olvidaré esa sensación, las lágrimas deben ser genuinas y no hay argumento que pueda alterar lo de aquella lección.

GenuinasWhere stories live. Discover now