Capítulo 1

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Existe una leyenda que cuenta que las personas predestinadas a conocerse se encuentran unidas por un hilo rojo sujeto al dedo meñique. 

Es invisible y permanece atado a estas dos personas a pesar del tiempo, del lugar y de las circunstancias.

El hilo puede enredarse o tensarse, pero nunca puede romperse.

Estoy firmemente convencida de que esa clase de amor existe.
El amor verdadero, el que te une para siempre a otra persona, el que está por encima de todo lo demás, el que te atraviesa el alma.
Y puede que no sea perfecto, pero existe.
Soy una romántica empedernida, siempre he creído en el amor a primera vista, en los finales felices, en las almas gemelas, en el destino y en que las cosas pasan porque a veces está escrito, y así es como tiene que suceder.
A veces vivo un poco en las nubes y me gusta soñar despierta.
Imagino situaciones, conversaciones, encuentros y momentos que me gustaría vivir y sentir y he tenido la suerte de que algunos de ellos se han hecho realidad.
Yo encontré a la persona que estaba en el otro extremo de mi hilo rojo y esa es la historia que os quiero contar.

Nunca creí que algo así podría pasarle a alguien como yo, mis inseguridades siempre me llevaron a pensar que jamás encontraría a mi alma gemela, simplemente porque cuando me miraba al espejo, no veía a alguien digno de ser amado.

Físicamente no me considero nada del otro mundo, soy alta, tengo el pelo castaño, largo y un poco ondulado.
Tengo los ojos verdes, la piel clara y pecas en la cara.
Hay quien lo ve como un defecto, pero a mí me gustan mis pecas.
Uso una talla 42, que a veces se convierte en una 44 cuando me dan ataques de tristeza y me alimento de comida poco saludable y bolsas de patatas fritas.
Pero no me preocupa subir una talla, lo que me preocupa realmente es estar triste y pasa más a menudo de lo que me gustaría.
Llevo dos tatuajes y un piercing en el ombligo que me hice porque me gustaba, pero jamás lo enseño porque no me siento especialmente orgullosa de mi barriga.
Tengo muchos complejos, sobre todo con mi cuerpo, y eso me hace sentir insegura.
Soy tímida, reservada, a veces un poco indecisa.
Me apasionan la lectura y la música y me gusta bailar cuando nadie me ve, soy demasiado vergonzosa para hacerlo en público.
Soy bastante paciente y de carácter tranquilo, no me gusta enfadarme ni discutir.
Vivo sola desde hace un tiempo y disfruto mucho de los silencios.
Tengo familia, padres y dos hermanos mayores que yo, un chico y una chica y aunque los quiero mucho, soy muy distinta a ellos y siempre he sentido que no terminaba de encajar en mi familia, por esa razón me independicé a los 22 años.
A todo el mundo le pareció una locura, creían que era demasiado joven para vivir sola, pero yo soy más feliz y vivo más tranquila desde entonces.

Abandoné mis estudios a los 19 años en un inconsciente acto de amor, creyendo equivocadamente que aquel chico por el que tomé esa decisión, era el hombre de mi vida.
Él era algo mayor que yo y ya llevaba un par de años trabajando en el negocio de su padre, le conocí cuando yo tenía 15 años, y a pesar de ser tan joven, en aquel momento estaba segura de que le quería.
Habíamos hablado del futuro muchas veces, soñábamos con una vida en común, y pensamos que si los dos trabajábamos podríamos ahorrar para comprar una pequeña casa y formar una familia.
Cinco años después, cuando cumplí 24, lo único que conservaba de aquellos planes era mi trabajo.
Al menos me gustaba lo que hacía, trabajaba en una tienda de decoración para el hogar y me encantaba pasarme las horas allí rodeada de tejidos, de colores y de aromas.
Siempre salía temprano de casa para tomar un café antes de entrar a trabajar, me gustaba pasar un ratito en ese pequeño bar que había frente a la tienda, me sentía cómoda charlando con Vicente, aquel hombre tan simpático que todos los días me recibía con una sonrisa en la cara y una buena taza de café con aroma a avellanas tostadas.
Así que una tarde más, había salido de casa para coger el autobús con mi Mp3 conectado y me dirigía de camino al bar mientras escuchaba Love Is All Around.
No sabía por qué, pero llevaba días escuchándola sin parar, sentía que esa canción era especial.
Aquella tarde descubrí mientras era atropellada por un coche de juguete, que esa canción estaba en mi vida por una razón, y esa razón era Marcos.
Cuando estaba llegando a la puerta del bar vi a dos chicos en mitad de la calle haciendo carreras de un lado a otro de la acera con un coche teledirigido y de pronto uno de ellos atropelló mis pies con aquel coche.
Corrió hacia mí para recogerlo y disculparse mientras yo me reía quitándole importancia a aquel pequeño accidente.
Cuando él levantó la mirada me quedé inmóvil durante unos segundos admirando esa enorme y sincera sonrisa de disculpa que me estaba ofreciendo.
Nuestros ojos se encontraron por primera vez y tuve una sensación muy extraña, no sé cómo ni por qué, pero supe de alguna manera, que aquel chico formaría parte de mi vida.
En aquel momento no lo sabía, pero terminé enamorándome en silencio de su sonrisa y de todo lo que la acompañaba.
Entré casi a tropezones en el bar aquella tarde, un poco por el atropello y un poco por la sensación nerviosa que se me había quedado después de mirarle a los ojos.
Vicente estaba como siempre, con una taza preparada en la mano, esperando a que me acomodase en mi sitio preferido, un taburete que él mismo había colocado en el rincón de la barra para mí.
Desde allí se podía ver la calle a través de la cristalera, y aquella tarde especialmente, agradecí tener mi rincón libre, podía ver el sol entre los edificios y podía verle a él, que seguía jugando con su coche teledirigido.
Mientras tomaba mi café, vi que de repente aquel chico se dirigía hacia el bar.
Me removí nerviosa en el asiento y cambié mi postura intentando disimular que llevaba un buen rato mirándole.
¿Se habría dado cuenta?
Pasó por delante de mí, volviendo a dedicarme una sonrisa y se metió en la barra del bar para coger una botella de agua mientras le contaba a Vicente que estaría un rato más con su amigo y después iría a visitar al resto de la familia.
Vicente y Loli, su mujer, me habían contado que tenían dos hijos.
Rocío era la mayor, estaba casada y tenía un niño que se llamaba Daniel, alguna vez los había visto en el bar.
Y después estaba su hijo Marcos, que se alistó en el ejército con 20 años, 6 años después había logrado ascender y decidió viajar a una misión en Afganistán.
Había pasado 8 meses fuera pero pronto regresaría a casa, enseguida me di cuenta al verle entrar en la barra de que el chico que me había atropellado era Marcos, el hijo de Vicente y Loli.
Y mientras yo analizaba esa información, los dos murmuraban al fondo del bar sonriendo y mirándome con cara divertida.
Vicente se acercó para presentármelo:

Marcos y LucíaWhere stories live. Discover now