Prólogo

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Hace cientos de miles de años, un grupo de dioses destinó toda su energía y poder a la creación de algo sumamente bello, magnífico: el mundo tal y como lo conocemos hoy.

Un buen día, la diosa Dana concibió vastos territorios de tierra firme alrededor de nuestro planeta. Algunos de ellos estaban cubiertos por abundante y densa vegetación, mientras otros eran totalmente áridos y desérticos. Llenó la tierra de montañas, colinas, valles y planicies. Pero con eso no era suficiente, dado que, pese a su esfuerzo, había sido demasiado trabajo para ella sola y muchas áreas habían quedado vacías tras su labor. Con el fin de complementar tal belleza, su compañera Deva se ocupó de rellenar aquel vacío con agua. Nacieron así los océanos, los lagos y ríos; los hielos y glaciares.

Pero los dioses se convencieron de que tal escenario no podía ser mantenido solo para ellos, habría sido demasiado egoísta de su parte. Decidieron, por ello, producir, con ayuda de Epona, seres vivos que habitaran ese mundo y pudieran disfrutar de todo su esplendor.

Una vez hecho eso, descubrieron que aquellos animales y plantas necesitaban algo que les permitiera respirar. Para obtenerlo, contaron con la ayuda de Aine, diosa del Aire, elemento indispensable para la existencia de vida.

Uno de los últimos dones otorgados por estos dioses a su maravillosa obra fue el aporte de Brigid: El fuego y la energía, necesario para la protección, la regeneración y la creación; muy usado y aprovechado por los seres humanos, quienes fueron considerados parte esencial del nuevo mundo.

Satisfechas con el trabajo realizado, estas diosas se dispusieron a cuidar de su creación, pero descubrieron que resultaba demasiado trabajoso. Fue por eso que recurrieron a los seres elementales, quienes se convirtieron en sus representantes en la tierra, asegurando la conservación y el equilibrio de todas las fuerzas naturales.

Ocuparon, entonces, su papel las hadas, como protectoras de la flora y la fauna. Ellas son pequeños seres poseedores de magia que habitan en muchos de los bosques de la tierra. De los suelos, su fertilidad y productividad, se ocuparían los duendes; seres de pequeño tamaño que viven bajo tierra. Las sirenas, por su parte, fueron las responsables de comenzar a custodiar la vida en los enormes océanos. Y por último, fueron creadas distintas clases de elfos, quienes serían los guardianes de los distintos ambientes de la superficie terrestre. Así se pueden encontrar, repartidos alrededor del mundo, a los elfos de los bosques y de las selvas, aquellos de las montañas, los de los hielos, y otros en los desiertos y las praderas.

Pero, aún entonces, era muy complicado para las diosas ocuparse de sectores tan amplios y variados, y vigilar a tantos seres al mismo tiempo. Por esa razón, se creó otra especie: La de las ninfas, quienes actuarían como intermediarias entre los guardianes de la naturaleza y los dioses.

Existen cuatro razas diferentes de estos seres. Las ninfas, propiamente dichas, son las encargadas de la tierra, y ante ellas deben responder los elfos y los duendes. Por otro lado, las ondinas son las encargadas de las grandes superficies de agua, y trabajan junto a las sirenas. Las salamandras, por su parte, son quienes vigilan el fuego. De ellas depende el control sobre un tipo de duende que habita en las profundidades de la tierra, donde yacen los minerales, las piedras preciosas y el magma.

Por último, están las sílfides, responsables del control sobre el aire. Ellas se ocupan de las brisas y tormentas, de los huracanes y la calma. Ante ellas responden las hadas, y también trabajan con frecuencia en conjunto con las salamadras, ya que el fuego y el aire tienen una relación estrecha: El fuego necesita que se den unas ciertas circunstancias en la atmósfera para poder ejercer libremente su fuerza y esplendor.

Pero la labor de las sílfides iba mucho más allá del aire en forma física. Este elemento es un medio fluido, a través del cual se trasladan los sonidos, las voces, la música y también las ideas. Esta especie de ninfas no solo son grandes admiradoras de la música y la danza, sino que, además, tienen un enorme sentido de la creatividad, convirtiéndose en fuente de inspiración para aquellos seres humanos que tuvieran la fortuna de tener cerca a una de ellas. Gracias a estos contactos frecuentes con ellos, muchos han pasado a conocerlas como musas.

Las sílfides siempre han demostrado cierta debilidad por los seres humanos, en algunas ocasiones más evidentemente que en otras. Tal fue el caso de Saphira, quien, una tarde, acudió a ayudar a un escritor desolado que no lograba hallar su inspiración. Desde las sombras, manteniéndose invisible a sus ojos, la sílfide lo orientó y lo iluminó, logrando, gracias a ello, que el mortal obtuviera escritos de inigualable belleza. Al leer lo que él había hecho, la elemental se enamoró perdidamente, decidiendo, contra toda lógica, hacerse visible a sus ojos.

Una tarde, se presentó ante él, manteniendo escondidas sus delicadas alas y dejando que su rojizo y largo cabello cubriera las puntas de sus orejas. El joven, de nombre John, se quedó sorprendido ante la belleza de aquella criatura. Durante su reunión, conversaron sobre diversos temas relacionados con el arte, la música y la literatura, todos enormemente admirados por Saphira. Él se quedo anonadado ante los conocimientos de aquella bella desconocida, e insistió en volver a verla.

Mantuvieron sus encuentros durante un tiempo hasta que, finalmente, totalmente prendado de ella, John le propuso matrimonio. Ella aceptó y, con ayuda de algunas hadas, quienes con su magia le permitieron a su marido pasar por alto ciertas cosas, se fueron a vivir juntos.

Tiempo después, la sílfide supo que ella y su marido tendrían un hijo. En estos casos, no sucede de la misma forma que con los seres humanos. La joven debió alejarse de su casa e ir hacia el bosque más cercano, donde extendió sus alas para volar hasta la parte superior de un árbol sumamente alto y, entre sus ramas, colocó un enorme huevo morado. Llamó a varias hadas, quienes serían las encargadas de cuidarlo hasta que fuese el momento de asistir al nacimiento.

Pasaron algunos meses y llegó por fin el momento. El cascarón comenzó a resquebrajarse, y las haditas ayudaron a la pequeña bebé a salir al mundo. Pero, por un descuido, una de ellas dejó caer una cantidad importante de polvo de hada sobre la recién nacida, sin siquiera percatarse de ello. De esa forma, cuando su madre llegó a buscarla, ninguna de ellas tenía idea de que la criatura, además de su mitad humana y su parte sílfide, poseía una gran cantidad de esencia de hada en su ser.

Saphira regresó a casa y, con ayuda de sus pequeñas compañeras aladas, hechizaron a John para que creyera recordar un embarazo tradicional, con sus nueve meses de gestación y un parto, en el cual dio a luz a la pequeña Jeniffer.

Durante el primer año todo fue perfecto, hasta que, un día, creyendo que su marido no estaba en casa, la sílfide cometió el descuido de dejar sus alas a la vista. Enorme fue la sorpresa del hombre cuando pudo ver lo que durante tanto tiempo se le había escondido.

Desafortunadamente, cuando un humano abre los ojos ante una realidad semejante, es imposible volver a cerrárselos con magia. Por esa razón, Saphira no tuvo más opción que explicarle a John la verdad acerca de ella y del nacimiento de su hija. El hombre, asombrado y asustado al mismo tiempo, tuvo una gran pelea con su esposa, y la obligó a marcharse, dejándolos solos a él y a la niña.

Cuando ella se hubo ido, él revisó a la criatura en detalle: No había en ella ninguna señal de orejas en punta ni alas. Se tranquilizó, creyendo que, por fortuna, su hija sería normal después de todo.

Aquella noche, mientras la bebé dormía, la sílfide entró en la casa y se acercó a su cuna. Tomó a la pequeña en brazos y, mientras la mecía, le prometió que regresaría a verla el día que ella adquiriera sus características de ser elemental. La depositó en su camita nuevamente y, con una última mirada triste, salió volando por la ventana.

Pocos días más tarde, John logró vender la casa y abandonar la ciudad, mudándose al otro extremo del país, con la esperanza de que, de esa forma, la madre de la niña no pudiese encontrarlos. Ignoraba verdaderas habilidades que poseen los elementales.

Con el tiempo, Jeniffer fue creciendo, con su padre siempre custodiándola de cerca, vigilando el largo de sus orejas o la presencia de alas en su espalda. Ante el temor a la repentina aparición de Saphira, se convirtió en un padre sobreprotector con su niña.

En su nuevo hogar, él conoció a una mujer, quien también tenía un pequeño apenas unos meses más grande que la propia Jeniffer. Luego de un tiempo, y de asegurarse que esta vez sí era una completa humana, se casaron, formando una nueva familia.

Eso sí, el hombre, después de la partida de su primera esposa, nunca más fue capaz de volver a escribir.

La melodía del viento (Elemental 0.5- Precuela) #Wattys2015Where stories live. Discover now