Sobre las hojas del bosque carmesí.

I

No me acuerdo de cómo llegué hasta aquí. Echo la vista atrás y no veo a nadie, miro hacia delante y veo la misma imagen. Sólo un árbol moribundo contempla aguantar mis vacíos existenciales. Mientras tanto, una voz fantasmal pronuncia melódicamente su historia, y es aterrador escucharla. Un cielo encapotado sigue buscando a aquellos que se perdieron buscando la sociedad, pero las ramas más altas de los árboles ensangrentados se lo impiden. 

De vez en cuando, veo a un espíritu de rosas y roca divagar silenciosamente entre la maleza. Me gustaría salir de aquí, pero estoy perdido. Un haz de luz sangriento cae sobre el arroyo, un arroyo que muere ahogado bajo el fango. La tierra que hay bajo mis pies está húmeda, quizá por la humedad, quizá por que habrá más de un arroyo. 

Este lugar es el reflejo más empañado del rostro putrefacto de la muerte. No hay peces, no hay insectos, no hay aves que turben este silencio devorador y tampoco hay depredadores. Sólo hay vegetación. Una vegetación que se impone a las demás formas de vida. Lo absorbe todo y lo manipula todo. 

A veces, la voz fantasmal viene acompañada de los gritos temblorosos de un chelo, un chelo antiguo al que le cuesta expresarse. 

 No sé cómo voy a salir de aquí.