En el ancho oceano...

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      Érase una vez en un pequeño puerto de la bella Cuba, un viejo hombre, de nombre Santiago, que salía cada mañana en su bote marinero, tan antiguo como las arrugas que yacían en su piel maltratada por el resplandor del sol. Aquel pobre hombre hacía mucho no sentía la gloria de regresar a casa con una gran pesca obtenida en el día, para ser exactos, hace ochenta y cuatro días que su suerte había ido para mal. Sin embargo, en la mitad de aquel tiempo tempestuoso, su cielo se había despejado un poco, pues contaba con la compañía de un joven que incondicionalmente le brindaba un espacio de su tiempo y disponibilidad para todo, aunque esos momentos se verían pausados ya que los padres del joven le habían prohibido seguir trabajando con el pobre viejo, pues la mala reputación que el hombre se había ganado era alarmante para las personas de aquel puerto.

Con el tiempo, los padres de aquel muchacho de nombre Manolin, tomaron mayores restricciones, comenzando por reducirle el tiempo permitido para estar fuera de casa e ir al mar, ya que imaginaban que escaparía para ir a donde el viejo para ayudarle en la pesca condenada a un rotundo fracaso. No querían ver a su hijo envuelto en la mala racha de aquel pobre hombre.

Un buen día con el sol resplandeciente asomándose en el horizonte y pintando el cielo de tonos naranjas, la ventana del viejo estaba recibiendo la visita de una bella ave, que con su canto lo sacó de su profundo sueño. Santiago se desprendió de entre sus sabanas y pasó a levantarse de la cama, salió a la terraza de su cabaña, tomó una bocanada de aire mientras se pasaba la mano por el cabello canoso mientras sus ojos azules contemplaban el bello paisaje.

-Pero vaya que habrá un sol abrazador el día de hoy. Quizá pueda salir de pesca, traer unos buenos peces y llevarlos al mercado para vender. -dijo el viejo mientras con la vista buscaba sus utensilios de pesca.

-Vaya que me hace falta un bote nuevo, el que tengo ya es tan viejo que podría romperse con una simple tormenta... Pero eso no sucederá hoy, ¡hoy será un día maravilloso! –gritó el viejo y las gaviotas que estaban cerca salieron revoloteando.

.- Sólo que, una buena compañía como la de Manolin, pero como sus padres le han prohibido estar con este pobre viejo... -levanta del suelo sus cubetas de carnada- No queda otro modo. –dice mientras saca la fuerza del estómago.

El viejo se dispuso a preparar el resto de sus cosas para salir lo más pronto a la pesca, cuando el joven Manolin pasa corriendo por su acera mientras llevaba los mandados matutinos. El joven voltea hacia su cabaña, hacia días ya no le permitían estar con él, pero el cariño que le tenía prevalecía más que nunca; se para en seco al notar lo que Santiago preparaba.

- ¡Viejo! –gritó Manolin.

- ¿Ah? –Santiago sintiéndose desconcertado por la voz familiar, decide voltear para enterarse de quien se trataba.

- ¡Hola, Santiago! Vaya que te he echado de menos estos días... Por favor dime que es mutuo, mi querido viejo.

- ¡Hola, mi muchacho! Pero claro que te he echado de menos, justo ahora estaba pensando en lo bueno que me haría tu compañía en el ancho mar.

- ¿Planea salir de nuevo?

- Así es, quería probar mi suerte el día de hoy, pues parece que hará un clima estupendo.

- Vaya, pues permítale acompañarle.

- Muchacho, sabemos que eso no es posible, sabemos lo que tus padres piensan al respecto, si no fuera por eso no dudaría ni un segundo el dejarte venir conmigo.

- Al diablo mis padres, en realidad solo buscan beneficiarse a través de mí. La última vez que salí de pesca con el señor Manolo las ganancias que obtuve fueron directo a las manos de ellos, ¿qué clase de padres son esos?

El Viejo PescadorWhere stories live. Discover now