"A buen entendedor, pocas palabras"

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Rechinaban las paredes de la sala de espera. Así se oían para ella los materiales de cal, arena, agua y ladrillo. Todo parecía darle vueltas alrededor, como incontinuos giros espiralados; siempre el panorama apuntaba a lo mismo cuando se veía inmiscuida en asuntos de ese modo.

No deseaba estar allí. Ella misma se lo había impuesto: odiaba ese lugar. El olor nauseabundo a caramelo y las ventanas abiertas, desprestigiando la gran labor de las alcobas que guardan oscuridad y misterio...

El aroma húmedo de aquel día de primavera le corroía el buen humor. De hecho, aunque adoraba observar las florecientes hijas de los árboles, la verdad ocultaba un motivo más simple para detestarlo. No le gustaba la luz de la tarde. Se sentía incómoda cuando grandes auras luminosas la apuntaban al mismo tiempo, y qué mayor haz de luz que el mismísimo sol de la estación.

—Damaris Rivero.

Oyó su nombre y eso la quitó del trance en el cual estaba inmiscuida descuidadamente, casi por obra del azar.

—Voy.

Su respuesta se halló sin importancia, porque como se evidenciaba hasta en el más febril arco desinteresado de sus cejas, detestaba la idea de estar allí.

Poniéndose de pie lentamente, tomó la libreta que llevaba consigo, con la mínima e ingenua esperanza de poseer un seguimiento de sus sesiones. La realidad le pintaba siempre lo contrario: jamás había podido anotar nada de esos encuentros, porque por alguna extraña razón, su mente no encontraba nada interesante que pudiera contarse a sí misma.

Dio pasos certeros y pronto se adentró en el consultorio de su psicóloga, la señorita Luiza Méndez.

—Te ves particularmente bien esta tarde, Damaris.

No contestó. Se limitó a encaminarse hacia la silla y sentarse en ella.

No comprendía hasta ahí por qué la psicóloga insistía en tratarla tan amablemente; eso iba en contra del resto de las personas de la ciudad...

—¿Me acuesto ya?

Su pregunta alteró el orden de cuestiones que la profesional tenía pensado llevar a cabo. Alertada por un sincero asombro, levantó por primera vez la visión de su lista de pacientes restantes para posar toda su atención en los gestos de Damaris. Esta se hallaba como en un estado catatónico de aburrimiento, casi al borde de la ansiedad producida por el excesivo tiempo de inactividad que llevó esperando fuera del cuarto.

—¿Tienes otro compromiso luego?

Damaris respondió con una mueca. Por supuesto que no, esa era su contestación y la cruda verdad de su vida regular.

Con sus diecisiete años cumplidos, la joven Damaris Rivero apenas conocía lo que era un chisme. De hecho, no conocía ninguno bueno para contar. Azotada por la burda situación de ser hallada por la policía, semidesnuda y apenas consciente, al borde de la ruta central que conectaba la diminuta ciudad de Los Montes con el resto del mundo, con un pasado apenas esbozado por recuerdos fijos y fugaces que se le aparecían de vez en cuando en sueños, lo cierto era que Damaris apenas si creía que estuviera existiendo.

—¿Probaste lo último que te recomendé?

La señorita Luiza volvió a recurrir a la conversación pestilente y corriente, y ante esto, la joven tan solo echó un suspiro cansado.

—Supongo que eso es un no...— se auto-respondió Luiza, anotando rápidamente alguna frase incoherente en su libreta. Tras terminar, sus ojos color miel se hallaron con los de Damaris al instante—. ¿Te asusta conocer a la gente a tu alrededor?

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⏰ Last updated: Oct 12, 2018 ⏰

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Deuda con el DemonioWhere stories live. Discover now