Sopa, otras y salmón.

8 1 2
                                    


La historia y los pensamientos que me dispongo a relatar son reales. Completamente reales. ¡Cuántas veces habré deseado equivocarme! ¡Con qué ansia he suplicado mil veces escuchar que todo fue más que una broma! Y sin embargo, como cabe esperar, no lo fue en absoluto... Ya que aquí me encuentro, compartiendo abiertamente mi infortunio con usted.

Trabajaba como repartidor en un restaurante mediocre, viviendo una vida mediocre, cuando todo ocurrió. Aun así, ante tantos sueños que no pudieron cumplirse, ante tanta conformidad, mi vida no era —posiblemente— peor que la de cualquiera. Yo era feliz. ¿Infinitamente feliz? Puede que no. Siquiera sé si me cuestioné mi felicidad antes de que aquello sucediera; pero lo que sí sé, de lo que estoy completamente seguro, es de que mi vida dio un giro sombrío en el estúpido momento en que acudí a mi turno de trabajo ese día. Un día que, con suma certeza, nadie en el mundo salvo yo recordará con tan temerosa exactitud.

Me disponía —como antes había mencionado— a entregar un pedido pocas calles allá del restaurante en el que yo trabajaba. Teniendo en cuenta la cercanía, decidí hacer el camino a pie.

No era la primera vez, recuerdo, que esa solitaria mujer nos hacía llevar un pedido. Mi memoria para recordar números y rostros, entre otras cosas, era excepcional. Y por culpa de retener estas nimiedades, me di cuenta del imprevisto: los pedidos a ese número, siempre, sin excepción, se habían tratado de un único plato individual. Arroz con algún condimento, si se me exige dar más información.

Pero esta vez no fue así. Las dimensiones del paquete que tenía ante mí eran excesivas para tan sólo un entrante. Debía tratarse, inequívocamente, de algo más. Según su peso y olor, deducí que se trataba de un menú.

Era extraño. Verdaderamente extraño. La idea de aquella excepción después de tantos años de regularidad me confundió desmesuradamente. Me inquietó hasta el punto de embotar mi mente y no poder pensar en otra cosa.

¿Qué significaba? ¿Se trataba de una señal? ¿Algo así como un pedido completamente opuesto al habitual para despertar mi atención e informarme de que la persona estaba en peligro? ¿Era, de algún modo, un mensaje de socorro?

El hecho insignificante siguió alterandome cada vez más, sin una aparente explicación.... No. Para ser sincero, si sé por qué me trastocó:

Sufro, desde que tengo uso de recuerdo —y aunque pocas veces haya querido admitir— ciertos trastornos de ansiedad. Algo que casi siempre se manifestaba como una higiene personal desmesurada había empeorado, hasta atacar otros aspectos: ¡no saber qué había en aquella caja me estaba poniendo de los nervios!

Pronto se pudo apreciar mi enorme nerviosismo por el sudor recorriendo mi frente y espalda, mientras meditaba histéricamente qué contenía la caja de cartón. Me preguntaba, una y otra vez, sacudiendo la caja, qué sería. La volteé, la agité; traté de adivinar su interior con cualquier recurso, al mismo tiempo que trazaba los últimos pasos hacia la entrega. Pero nada me ayudó a asegurarme por completo.

Entonces, ya en el portal, justo a un paso de tocar el timbre, decidí abrir la caja. Un acto normal después de tanta curiosidad, pensaréis... ¡En absoluto! ¡Mi profesionalidad y mis reglas morales estaban en juego! Pero incluso así, lo hice. Abrí la maldita caja y eché un ojo a su interior con una ansia monstruosa, tratando de acallar mis nervios.

Desgraciadamente, lo que hallé no me satisfizo. No se trataba de ninguna comida extraña: tan sólo sopa de ajo, ostras y salmón. Exactamente como figuraba en la nota de su pedido. No se trataba de una comida de mi agrado, pero tampoco era en absoluto indigesta.

Con el corazón a mil, llamé al timbre directamente con mi mano —cosa que jamás habría hecho de ser consciente— y esperé una respuesta. No tardó en sonar una voz masculina al otro lado del telefonillo confirmando el pedido e invitándome a subir al segundo piso. Dando rienda suelta a mis nervios, subí por las escaleras a toda prisa, saltando los escalones de tres en tres.

No hay razón para seguir preocupado. Ya has comprobado que todo está bien, me repetí. Ahora sólo tienes que dejar el paquete, coger el dinero e irte.

Ni mentalizándome fui capaz de apartar de mi cabeza la idea de que algo marchaba mal. Estaba completamente seguro de ello, pero no podía decir qué fallaba.

Con esta inquietud en mente, me acerqué a la puerta protagonista y piqué sin demasiada decisión. Hecho esto, la transacción ocurrió con total normalidad. O con la mayor normalidad posible, teniendo en cuenta mi estado de nerviosismo. Es más, la sincera sonrisa del hombre y sus buenas formas me convencieron momentáneamente de que todo marchaba como debía ser.

¿Y qué si en lo más profundo de mi interior, incluso días más tarde, seguía sintiendo aquella inquietud extraña y obsesiva? ¡Yo les diré por qué! Todo, todo, resultó culpa de mi memoria. ¡Ay, mi memoria! ¡Esa arma tan potente a la que había confiado toda mi existencia! ¡Ella y no otra me había fallado! ¿Cómo si no podía haber recibido el pedido de una solitaria mujer y sin embargo haber recibido los buenos modales de un hombre?

La respuesta, todavía en mi bolsillo en forma de pedido, era: Sopa, Ostras, Salmón. S.O.S. 

You've reached the end of published parts.

⏰ Last updated: Oct 22, 2018 ⏰

Add this story to your Library to get notified about new parts!

Sopa, ostras y salmón. (Micro relato)Where stories live. Discover now