Parte primera

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¡Hola! Aquí tenéis un pequeño regalo para celebrar Halloween, aunque con un poco de retraso. Como siempre, pido discreción y nada de comentar esto por la main de Twitter. Confío en vosotros, con Escala en Madrid lo hicisteis genial.

Para Charli, Eira y Mar. Gracias por todas las risas, los ánimos, las horas. No sé qué haría sin vosotras.

Contenido sexual explícito a continuación.

***

- Tú lo que necesitas es una buena polla.

Silencio.

Los ojos de Raoul se clavaron en los de Agoney, que lo miraban fijamente, un punto de provocación en sus pupilas. Lo había soltado allí, delante de todo el Consejo. Delante de su alfa. Delante de todas las personas a las que él llevaba años intentando convencer de que era el hombre idóneo para ocupar el próximo puesto de beta.

Sus pupilas se encendieron con furia, y el color miel se convirtió en un amarillo oscuro, depredador. Sentía cómo los colmillos le pinchaban el labio inferior, cómo las uñas parecían alargarse por momentos. Trató de serenarse, de calmar su respiración errática, de volver a ser humano.

Raoul nunca perdía el control. Y menos cuando tenía a un gilipollas delante.

Agoney le miraba con una sonrisa burlona, aunque sus rodillas se flexionaron levemente y sacó las manos de los bolsillos del pantalón, apretadas en puños. Estaba alerta. Sabía que se había pasado, que había cruzado el límite de los desplantes y los comentarios sarcásticos.

Y el rubio no iba a permitir una falta de respeto así. Con un gruñido visceral, dio un paso adelante. Los miembros del Consejo contuvieron la respiración, y varios gritos ahogados se escucharon en la sala. Nadie había visto jamás a Raoul pelear. Nunca. Sin embargo, todo el mundo le miraba con respeto, como si fuera un príncipe. Cuando había misiones peligrosas que requerían sigilo y astucia, donde se ponía en juego la vida del guerrero, el elegido siempre era él.

Y nadie lo discutía, porque nunca se hacía dicha elección votando democráticamente. Era una orden del alfa. Y si Miriam así lo decidía, nadie tenía permiso para cambiarlo. La joven mujer lobo no lo había tenido fácil para llegar a su posición, pero había probado con creces que era merecedora de la misma. Y Raoul era su amigo de la infancia, el único hombre al que le confiaría la vida. Todos suponían que había una razón de peso para ello.

Agoney era de su misma edad. Hijo de dos granjeros, había huido de casa con apenas ocho años, cuando en la luna llena se convirtió en un monstruo. Había acabado en su manada por pura casualidad, pero le habían abierto los brazos y ofrecido protección. No era de forma desinteresada. Pretendían que fuera su esclavo, que realizara todos aquellos trabajos que nadie quería hacer. Así que comenzó a entrenar.

Se había convertido en el guerrero más admirado de toda la manada. Era impulsivo, brusco, solitario. Las formas le perdían y decía su opinión siempre, sin importar el contexto o el lugar.

Él era el contrincante más importante para Raoul a tener en cuenta a la hora del puesto de beta. Sabía que el Consejo lo admiraba, que consideraban que la sangre caliente y joven traería un cambio de aires favorable a la manada. Pero Raoul también sabía que querían a Agoney porque lo manejarían a su antojo, prometiéndole hasta el mismísimo cielo para que luego se convirtiera en una marioneta más.

Por eso estaban allí reunidos. Un grupo de hombres lobo solitarios había entrado en su territorio. Tenían toda la pinta de ser bandidos, de buscar atracarles o robarles las provisiones para el invierno en un descuido.

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