100 VECES

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La noche caía sobre las calles de la ciudad como caen las noches de Diciembre, cálidas al alma y frías al cuerpo, salpicadas de estrellas que titilan al compás de las luces del árbol de Navidad y de los corazones de quienes aman estas fechas.

Eran las 12.00 pm de un viernes y ella miraba nuevamente el reloj de pared en forma de corazón que colgaba algo torcido justo enfrente de sus ojos, tronaba ansiosa sus dedos una y otra vez, vieja costumbre desde adolescente, especialmente cuando los sermones recurrentes de su madre lograban irritarla. Volvía a mirar el reloj y entre tanto los recuerdos y la ausencia de sus padres se agolpaban en su mente y sacudían su corazón en esa combinación de nostalgia, tristeza y alegría que nunca lograba organizar:

-Arianna, ¿te cepillaste los dientes?

-Si, mama.
-¿Cepillaste tu cabello y contaste 100 veces como te indique?
- Si, mama. Ya lo hice.

"y también rocié un poco de tu agua de rosas en mi cuerpo y embadurné mi rostro con tus cremas" pensaba Arianna riéndose para sí, quizá si su madre se daba cuenta de que utilizaba sus elementos de belleza sin permiso lograría deshacerse de esa fastidiosa costumbre de asfixiarla con sus sermones sobre rituales de belleza y buenos partidos:

- Hija, debes cuidarte y estar siempre bella de lo contrario no podrás encontrar un hombre digno para casarte y tendrás que conformarte con un peludo mal oliente de esos que andan en moto y fuman marihuana.

- Si mamá, no te preocupes, no me gustan los peludos, ni las motos.

Contestaba ella respetuosamente pero volteando los ojos hasta el techo, pupilas blancas y manos a la cabeza en señal de desesperación, descartando la posibilidad de confesar su delito con el agua de rosas porque entonces el sermón se extendería a otro sobre el mal habito de tomar las cosas sin permiso. Cuanto extrañaba ahora su voz .

La hora preferida de mamá para exponer sus teorias sobre belleza, glamour y hombres apropiados era la de la cena, Arianna la escuchaba y con cada plato que colocaba en la mesa, lanzaba una mirada suplicante a su padre que solía acompañarlas mientras servían, apoltronado en el viejo sillón de la cocina leyendo el diario del día anterior, papá levantaba de vez en cuando su dulce mirada y bajando un poco el periódico le guiñaba un ojo a Arianna en señal de complicidad. Ese simple gesto contenía tanto y más de lo que ella llevaría como equipaje a lo largo de su vida, además de la auténtica belleza con la que la naturaleza la había premiado y que definitivamente no necesitaba tantos cuidados y rituales. Ese guiño de su padre encerraba todos los libros de arte que ojeaban juntos los domingos por la tarde y los cuentos que le leía cuando la abrigaba por las noches antes de dormir, historias que la hacían soñar y volar por los cielos desordenando ese mismo cabello que su madre le trenzaba en la nuca con tanta fuerza que a veces la hacía gemir del dolor.
1:00 am. Volvió a mirar el reloj, las manecillas se movían más lento que de costumbre y amenazaban sin respuesta a cada uno de los minutos que transcurrían densos y perezosos como toda espera que no llega a su final. Intentó una vez más comunicarse al número de su esposo y el celular se iba directo al buzón de mensajes ¿Qué pasa? se preguntaba y seguía tronando sus dedos ansiosamente, se asomó nuevamente a la ventana que permanecía abierta y sintiendo la brisa fría en su rostro miro hacia el suelo y hacia el cielo, abajo solitario, excepto por algún gato que cruzaba la calle sigiloso y veloz, arriba las mismas estrellas que hacía apenas unos minutos la habían observado compasivas. Y el no llegaba aun.

Arianna deseaba ver aparecer entre las sombras de la noche la figura alta y atlética del hombre que tanto amaba y que al abrir la puerta de la entrada, justo debajo de la ventana, silbaba feliz avisándole de su llegada, aún se le aceleraba el corazón cuando lo sentía llegar y al mismo ritmo que cuando lo vio por primera vez.

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⏰ Last updated: Nov 11, 2018 ⏰

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