Sobre la muerte de mi padre

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Recuerdo una reunión, a finales de diciembre de 2003, que mi padre sostuvo con dos profesoras de mi escuela secundaria. Si algo lo caracterizaba, fue su capacidad de sostener una interesante conversación por largo tiempo, en que podía tocar más de un tema sin perder la ilusión. Dicha habilidad la acompañaba con una capacidad de lanzar afirmaciones polémicas sin generar gran incomodidad e incluso de tal forma que fueran tomadas por aceptables. En aquella conversación, hizo gala de las mencionadas habilidades.

No estoy seguro de cómo se llegó al tema, pero sí la frase exacta: "Si Dios quiere mandarme al infierno, que así sea. Acepto mi destino eterno."

Me impactó lo dicho. ¿Por qué lo dijo? ¿Qué escondía tal afirmación? Pero comprendí el porqué de tal afirmación. Mi padre siempre buscaba anteponer su honor frente a cualquier comodidad. No negaré que me chocaba la idea de que tomaba tal actitud incluso considerando lo que le esperaba en la eternidad, de acuerdo con nuestras cristianas sensibilidades.

¿Por qué recuerdo todo esto tan intensamente? Sucede que, poco más de un año después de tal reunión, mi padre murió. Y no fue una muerte agradable.

(I)

La muerte de mi padre resultó tan repentina, nunca la habríamos imaginado.

Comenzó con un mareo. Siguió con algo de vómito. Hasta el momento, nada que no pudiera ser adjudicado a una indigestión o alguna clase de malestar.

Le aconsejamos recostarse, lo cual realizó. Mi madre y yo fuimos a comprar lo necesario para tratarlo. Afortunadamente, existía una farmacia cerca de nuestra casa. Esperábamos no tardar mucho.

Cuando regresamos, mi padre estaba comenzando a convulsionar. Lo veíamos echar espuma por la boca. Realmente no sabía qué hacer en ese momento, me sentía completamente desconcertado. Madre optó por llamar a emergencias.

No hay muchos detalles sobre el viaje al hospital y lo que pasamos antes de ver los últimos momentos de mi padre. Solo relataré lo que sucedió cuando pudo, por última vez, decir algo medianamente coherente, en medio de la convulsión.

"Si me tengo que ir al infierno, pues allá me voy."

Obviamente, no lo mencionó con la claridad aquí escrita. Pero sí pudimos entender tal frase. Mi madre se encontraba muy espantada.

En menos de una hora, mi padre murió.

(II)

La muerte cerebral resulta incomprensible para la mayoría de la gente. Considero que sería mucho más sincero llamarla simplemente "muerte". Una vez que el cerebro deja de funcionar, ya nada se puede hacer.

Ese fue el estado de mi padre. Se había convertido en un cadáver con algunas funciones del cuerpo, gracias exclusivamente al equipo médico. En cierto modo, sentí mucho alivio cuando, poco tiempo después, su corazón y su circulación fallaron. No estábamos dispuestos al horrible drama de ilusionarnos con esperar una resurrección.

Por un momento, pude imaginarme a mi padre enfrentando el juicio de su alma mientras su cuerpo todavía seguía activo en este mundo. Difícil es tener idea de cuánta vergüenza me causa haber pensado en eso por un momento. Pero tuve mis razones para imaginarlo.

Lo único medianamente reconfortante de la situación fue lo rápido que elaboramos el funeral. Al menos, tuvimos la oportunidad de pasar nuestro duelo con cierta comodidad, sin tener que alargar un proceso tan incómodo en nuestras mentes.

(III)

Tanto tiempo ha pasado, y no puedo evitar, cerca de estas fechas, volver a pensar en la muerte de mi padre y ese mensaje final. ¿Qué, exactamente, lo motivó a lanzar tan chocante frase? ¿Habría tenido, de algún modo, ese honor, ese valor, de haber aceptado la más aterradora eternidad imaginada? Esa idea, esa extraña y desafiante actitud, me hace desear que la muerte signifique el fin de nuestra existencia. Así, por lo menos, mi padre no estaría sufriendo los castigos eternos que él anticipaba en ese momento.

Difícilmente lo sabré con seguridad. Solo queda esperar a la hora de mi muerte para despejar toda duda.

Sobre la muerte de mi padreWhere stories live. Discover now