Piu avanti

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Después de años de duro entrenamiento físico y mental en el "do", había llegado la hora. El destino es inevitable, ineludible; uno vive una vida  por el valor del instante en que finalmente enfrenta el peso del final. 

Me sucedió una tarde helada de invierno, con el sol apenas brillando poco antes de atardecer entre las enormes nubes grises. La hierba se agitaba salvajemente a ambos lados del camino.A lo lejos, recortada de la sombra de los árboles inmensos, vi la silueta de mi enemigo. Era de mi misma estatura y portaba una armadura completa, con una máscara de demonio que le cubría el rostro. No corrió a mi encuentro, estaba allí estático persiguiéndome con sus ojos inexistentes.

El corazón se me agitaba con angustia y las manos me transpiraban. Había entrenado hondas horas de dolor para este único y fatal encuentro. Intenté ser valiente y avancé un poco hacia él. A cada paso parecía ir abandonando un poco más mi vida. Trabajo me costó acercarme lo suficiente, pero una reflexión de mi mente me calmó y me empujó a seguir a pesar de que en el fondo, sabía lo que me esperaba.

"¿Qué valor tiene una vida?" me preguntaba. Es, cierto, el guerrero debe siempre elegir la muerte.

Cuando estuve a pocos metros de él hizo su primer movimiento: como si fuera una máquina exacta y perfecta desenvainó su espada y se puso en guardia. Aquella frialdad en sus movimientos me generó un temor suficiente como para detenerme y observarlo. Respiré pronfundo y pensé "no se puede vencer al destino".

No te des por vencido, ni aun vencido,
no te sientas esclavo, ni aun esclavo;
trémulo de pavor, piénsate bravo,
y arremete feroz, ya mal herido.

Comprendí entonces que mi enemigo no se movería y aquella situación podría prolongarse indefinidamente. Tenía que actuar yo. Elegirlo, ir hacia él, para el destino que me fue preparado. Cerré con fuerza mi puño y asumí la guardia que mi maestro me había enseñado. Un cauteloso paso hacia adelante generó una variación en su postura, levantó la espada por encima de su cabeza preparando su ataque, con una velocidad tal, que si me hubiera atacado hubiera perecido en el acto. Contuve el aire y endurecí todos mis músculos, en instantes lanzaría yo el primer ataque. 

Ten el tesón del clavo enmohecido
que ya viejo y ruin, vuelve a ser clavo;
no la cobarde intrepidez del pavo
que amaina su plumaje al menor ruido.

Procede como Dios que nunca llora;
o como Lucifer, que nunca reza;
o como el robledal, cuya grandeza
necesita del agua y no la implora...

Salté atacando como una bestia enfurecida. No solo evadió todos mis golpes sino que además lanzó su primer ataque, que afortunadamente solo pudo razgar mi gi sin llegar a tocar mi piel. A escasos pasos de distancia volvió a alzar su guardia, se aproximaba la arremetida final por parte de ambos.

"Que muerda y vocifere vengadora,
ya rodando en el polvo, tu cabeza!"

Evadí un corte y cuando estuve justo cerca de su armadura lancé un puñetazo con todas mis fuerzas. Pude ver como la espada se aproximaba a mi cuello, y como el golpe que le había dado dañó su armadura. Pero él continuó así, invencible, como siempre. Solo llegué a sentir el filo helado de la espada, luego el camino y el bosque desaparecieron. Me desvanecí en el mundo espiritual. Al abrir la mano con la que le había conectado el tsuki vi que dentro tenía una flor de cerezo. Al alzar la vista una ventisca helada hacía llover más pétalos rosados sobre mí en la oscuridad.

El último enemigoWhere stories live. Discover now