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    Pero la perdición nunca fue perdición, hasta que se enamoró. El día en que la encontró. Deleitado en la belleza que el mundo terrenal le podía ofrecer. Sabía que no era la mejor idea acercarse a ella, pero, ¿qué más daba ahora? Podía convertirse en su pequeño secreto del cual solo ella y él tenían conocimiento.

    Siempre que estaba con ella lo veían más estable, en presencia de ella sus ánimos mejoraban. Quería que todos la conocieran y vieran cuán maravillosa que era. Su secreto ya no era solo de dos. Para su mala suerte sus más cercanos conocidos no entendían lo que sentía por ella, ellos solo le escupían palabras venenosas para que no estuvieran juntos:

«Entiéndelo de una buena vez, ¡no ves que solo te está haciendo daño!».

    Se equivocaban, ella estaba para él cuando nadie más lo hacía. Ella estaba en las noches que él desbordaba en llanto, ella estaba de brazos abiertos al llegar de un horrible día. Ella, era ella y nadie más.

    Poco a poco no sabía si lo que verdaderamente sentía era capricho por tenerla, pero él no quería dejar de estar a su lado, no quería siquiera que nadie la tocase, la mirase, no quería a nadie más mientras ellos dos pasaban tiempo juntos, cada que recordaba el día en que la conoció su corazón se aceleraba. Eso era amor real, ¿no? ¡No! ya no quería saber nada de ella, ella no era para él, nunca lo fue, no debían estar juntos, no la necesitaba más, debía entenderlo.

    Tocó fondo meses después, el día en que su madre enfermó. En un brote de locura gastó todos sus ahorros en botellas de alcohol en el primer bar de mala muerte que encontró. Su percepción del equilibro desapareció al caminar unas cuantas calles, su insensatez hacia presencia al ahuyentar a las pocas personas que aún transitaban a tales horas. Su cuerpo no pudo más al llegar a un callejón en plena oscuridad. La deseaba. En un repentino golpe de suerte llegó ella. Estaban frente a frente. No podía extrañarla más. Lloró. Lloró por ser un incompetente y alejarla. Lloró al comprender que era su verdadero y único amor. Era ella, la luna y él, podía no ser una escena romántica, parecía un descorazonado obsesivo, pero él la había anhelado tanto tiempo.

    Esa noche le entregó lo más valioso que tenía, no importaba nada más porque estaban el uno con el otro. Su colorada nariz ardía cada vez que se volvían uno y su respiración se entrecortaba como cada vez que estaba con ella. Una, otra y otra vez. Un último suspiro salió de su boca y sus dientes se asomaron en lo que parecía más una triste mueca que una sonrisa.

    El fuego en sus ojos se apagó. La cocaína había consumido su cuerpo y su fuerte amor arrastró su alma. Ella no era para él. La cocaína lo llevó a su perdición ¿nunca aprendes de tus errores?

CocaínaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora