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Estaban reunidos a la orilla de la playa, mirando el amanecer.

Sus zapatos se habían llenado de molesta arena y sus cabezas con alcohol.

Era primero de enero.

Todos reían y ella se había tomado un momento a solas para maravillarse con la vista y el hecho de ser joven, estar algo ebria y sentirse vagamente optimista sobre la vida.

Habían escuchado esa canción en el coche cuando venían en camino y le había recordado tantas vivencias… Estaba abrumada, ciertamente.

No sabía por qué no paraba de suspirar y de encontrar al mar sumamente inspirador. ¡Era agua estancada!

Caminó unos pasos y se acercó a dónde las olas rompían. Un poco de espuma, coloreada por el naranja del sol, empapó sus tenis y luego llegó hasta sus pies, pasando por los calcetines. Miró, divertida, cómo el agua regresaba de nuevo y luego volvía a venir.

Dio un trago a su bebida.

Había risas, canciones, gritos y ruido de latas de cerveza abriéndose en el ambiente.

Juventud, vaga inocencia y sentido de posibilidad flotaban sobre sus amigos, que se habían sentado unos metros atrás. Los miró por encima del hombro y sonrió.

Probablemente se arrepentiría por la tarde, pensó, pero ahora encontraba muy difícil ignorar el deseo de caminar hacía la playa y sumergirse por completo. Quería hacer algo que le recordara el primer día de ese año para siempre. Aquella canción hablaba de cosas imposibles que se volvían posibles y de la vida que se pasa mientras uno decide qué camino seguir.

¿Por qué las canciones nos hablan tan descaradamente y nos hacen creer que somos los únicos destinatarios de sus mensajes?

Dio un par de pasos y el agua le llegó a los tobillos. Estaba fría y el sonido de las olas chocando contra sus pies le pareció el sonido más hermoso del mundo. Caminó uno, dos, cuatro pasos más y sus pantorrillas quedaron sumergidas.  Delante tenía el Sol, ocultándose para una parte del mundo y saludándolos a ellos.

¡Qué cosa tan magnifica!

Caminó más y sus manos y la botella tocaron el agua. Jugó a atrapar el líquido, pero este resbalaba sin falta entre sus dedos y la hizo reír por lo tonto de su juego.

Alguien gritó su nombre tras ella y se volteó para ver como sus amigos corrían hacía ella. Algunos se quitaban los zapatos y otros las camisetas. Las chicas se soltaban el cabello y estiraban los brazos cuando sus pies tropezaban con el agua.

Allí estaba de nuevo: la felicidad, aparentemente inexplicable, de ser quién eres y estar en dónde estás haciendo lo que haces.

Su amiga corrió hasta ella y se lanzó con los brazos abiertos, riendo. Se abrazaron como si llevaran tiempo sin verse y se rieron como si una hubiera dicho un chiste buenísimo. Alguien les salpicó y se soltaron, dispuestas a averiguar quién había iniciado la guerra de agua.

Todos empezaron a arrojarse agua, usando las manos como jícaras. Las camisetas de grupos de rock se pegaban a los cuerpos juveniles y los cabellos goteaban sobre sus frentes sin arrugas.

Ella se volvió y arrojó su botella a la arena, con la promesa de levantarla, cuando la vio caer y fijó el punto exacto.

Una ola especialmente grande golpeó contra ella y se tambaleó un poco. Seguía habiendo risas tras ella, el agua la salpicaba y todo parecía ir en cámara lenta.

Todo parecía perfecto.

Los observó a todos, fijamente y anotando detalles en sus rostros. Un lunar aquí, una cicatriz allá… Eran perfectos, estaban allí y estaban siendo felices.

Miró al Sol y sonrió, mientras se echaba a correr hacía él, sumergiéndose más y más. Sus amigos la siguieron y pronto todos estaban sumergidos hasta los hombros.

Él empezó, de pronto, una plática ligera sobre un desayuno perfecto para terminar esa excursión perfecta. Todos hablaron de tocino, hot cakes y otras cosas simples que parecían manjares justo en ese momento. Rieron y bromearon y entonces él la miró.

La miró directamente y sonrió. Fue una sonrisa callada, como si quisiera pasar desapercibida y ansiara llegar secretamente hasta ella. Casi sintió la sonrisa tocándola.

Ella no sonrió, sino que lo miró percibiéndolo tal cual era, tal cual estaba, tal cual lo amaba.

Su cabello le ocultaba las cejas y le daba un aspecto chistoso y sus ojos estaban algo hinchados por las horas sin sueño. A él pareció no importarle que ella no le regresara la sonrisa, pues le guiñó un ojo y luego miró al Sol.

Mientras ella lo observaba, se preguntó si él percibía todas esas cosas del modo que ella lo hacía. Si le parecía fascinante que el Sol le estuviera dando la espalda a medio mundo y les sonriera a ellos, sólo a ellos en ese momento. Si el mar le parecía fascinante, a pesar de ser sólo mucha agua junta, si sus amigos le parecían perfectos… Sí se sentía inexplicablemente feliz.

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⏰ Última actualización: Sep 27, 2014 ⏰

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