Ese tren.

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Otra vez las once. Como cada noche, terminaba de cenar y recogía los platos que había ensuciado junto a sus compañeras de piso, los fregaba y esperaba. Cada noche la misma paciencia y el mismo fervor. Con el mismo miedo a que, precisamente hoy, no la llamara. ¿Y qué si no lo hacía? ¿Y qué...? No lo sabía exactamente. Nuria no lograba entenderlo pero no quería concebir un "porqué" a aquella necesidad. Pero deseaba que el teléfono sonase, quería escuchar su voz. Aunque ni ella misma se lo reconociese.
Pero parecía que aquella noche sería la primera desde que se conocieran que se iría a dormir sin sus dos besos de despedida y el "buenas noches, princesa" que, cada día tras el café, le dedicaba. Pero era casi media noche, y ella no había llamado. Esta noche quizá no...

Suspiró, apoyada aún en la pica de la cocina, diciéndose a sí misma que era mejor así, que era lógico y normal, que no existía un motivo para que la llamara cada noche. Pero no podía evitar pensar que quizá estuviera en apuros... o estaba esperando que esta vez fuera ella la que llamara para quedar... Mas lo único que sabía de aquella mujer con la que se veía cada noche era su nombre: Laura. Ni su teléfono, ni sus aficiones... Nada sabía de ella excepto su nombre y el sonido de su voz que desde que se conocieran, sus labios le regalaban... sus... ¿¡PERO EN QUE ESTABA PENSANDO!? Era su amiga... su ángel de media noche, la última persona que veía y en la que pensaba cada día, sin falta, desde que se conocieran... ¡Solo eso!. Pero tan solo era capaz de recordar dos cosas de todas aquellas conversaciones que habían tenido: su nombre... y sus labios.

Y sonó. Uno, dos, tres timbrazos. Y ella dudó en cogerlo, como cada noche, mirándolo con duda e indecisión. Pero hoy se demoró aún más en permitirse coger el teléfono. Sabía que era ella, no tenía la menor duda, pero algo dentro de si se preguntaba que pasaría si no lo cogiera. ¿Y si hoy no iba? Pero... a fin de cuentas... ¿qué más daba? Así que finalmente lo cogió, y con acercó el auricular a su oreja, en silencio. Esperó.

-¿Vienes?- Su voz, como cada noche. La palabra que esperaba durante todo el día y que de repente lo iluminaba (hubiera sido como hubiera sido) con la misma magia de un rayo de luna que se derrama sobre una flor en una fría noche. La respuesta tardó en nacer lo que le demoró juntar las dos letras de la respuesta.

-Sí.

Y se dispuso a colgar. ¿El lugar? ¿La hora? Eran datos conocidos ya desde la primera noche, el primer café, que no había conocido otro escenario que su mesa de siempre, creando el único universo que existía durante el tiempo que estaban juntas. No le dio tiempo a colgar. 


-Perfecto. Tengo que contarte algo. 

Y Laura colgó. Estupefacta, con las palabras de más que no sabía de dónde venían ni a que se referían, se quedó con el auricular pegado a la oreja y sintiendo como su corazón palpitaba a un ritmo no esperado. 

Colgó el teléfono y reaccionó. Había quedado, y tenía tres minutos para arreglarse si no quería llegar tarde. Y por supuesto no iba a llegar tarde, por que eso sería imperdonable.
Vació el armario en busca de la respuesta a la mítica pregunta del "qué me pongo", y acabó con los vaqueros gastados, las deportivas, el jersey viejo y la cálida cazadora. Y se lanzó a la calle como alma que lleva el diablo, otra noche, ante los atentos oídos de sus compañeras de piso que, en vano, entre el cotilleo y el respeto hacia la intimidad, intentaban descubrir adónde iba Nuria cada noche, a aquellas horas.

Pero Nuria pasaba de todo. Ella sólo pensaba en que los días acababan bordados en plata y rojo. Tan solo sabía que no debía llegar tarde. Una, dos... giraba a la izquierda, un par de calles más y ahora a la derecha. Y paraba. La cabeza alta, la mirada perdida y asustada. Y el sitio de Laura, SU sitio, ocupado.
A lo lejos podía distinguirla en su silla de siempre, en la posición acostumbrada, su chaqueta y su semblante aburrido. Ella ya estaba allí. "Nuria, has llegado tarde. Caput. Fallaste." Y el mundo se le derrumbaba encima como los juegos de piezas que los niños construyen y derrumban por mero placer...

-Parece que nos han quitado el sitio... - susurró una voz, a su espalda. Su voz. ¡Zas! Giro de 180º.

Y en medio de la noche y de la calle se encontraron cara a cara, sus labios a escasos centímetros. Se ruborizó ante la proximidad de esa flor, ese misterio de la creación, durante los dos segundos que tardó en dar paso al enfado consigo misma por sus pensamientos.
Y volvió a girarse en busca de la primera presencia que ocupaba su mesa en su tiempo. Y se dio cuenta que no era ella: ni su pelo, ni sus ojos... ni tan siquiera sus labios.

-Vámonos.- Pidió la recién llegada, posando una mano en su hombro. - Aquí no podremos hablar.
Y esas palabras asustaron a Nuria de la misma forma que un cuchillo en la garganta, incapaz de moverse.

-¿Adónde?- Preguntó, sin mirarla, temiendo la respuesta.
-A mi madriguera. - Y Laura arrancó el paso, lentamente, consciente de la ruta y el destino.

Pero ella no supo cómo reaccionar. Sintió como todo su ser fue atraído por ella, con la seguridad de que si cerraba los ojos la seguiría sin dudarlo... Y toda ella quería dar ese paso, pero "ella" (la parte que realmente creía poder controlar) se negó a sí misma esa dirección.

-Ven... - le susurró Laura al oído, tomándole dulcemente la mano. - No tengas miedo.
Y finalmente cerró los ojos y la siguió, sin soltar su mano, dejándose guiar por Laura y esa sensación que inevitablemente la recorría.

Estalló un trueno en lo alto del cielo, anunciando lo que segundos después se reveló como un diluvio. Sin embargo, el trayecto duró poco rato, pues Laura entró en uno de los portales poco después. Soltó la mano de Nuria y se apresuró a quitarse la chaqueta chorreante, sacudirla y colgarla en la barandilla para escurrirse el cabello y sacar de su bolsillo unas llaves, antes de empezar a descender las escaleras con la chaqueta a cuestas. Nuria permaneció anonadada. Había estado observando todos los gestos y movimientos de Laura con un interés que no podía evitar que se le antojara enfermizo. Así que tan solo logró moverse cuando se dio cuenta de que estaba sola en el rellano y la vergüenza ante el evidente hechizamiento la hizo reaccionar. Bajó las escaleras para reunirse con ella, que ya introducía la llave en la cerradura. La puerta se abrió con un suave empujón. Laura se retiró a un lado y la invitó a pasar con la mirada.
Lentamente, casi como si se tratara de una ceremonia, Nuria penetró en la estancia, en la cual se hizo la luz en unos instantes. El exiguo recibidor daba paso a una única sala con apenas una cama simple, una mesilla de noche, un sofá, una sencilla mesa auxiliar y unas estanterías llenas de libros colocadas contra la pared frontal, laboriosamente decorada. Al girarse, contempló que en el resto de la sala había una pequeña cocina de barra americana, con dos taburetes y una puerta, la única, que sin duda daba paso al baño.

-¿Te gusta?- Preguntó Laura, mirándola. Y Nuria no sabía que responder. Estaba sorprendida y admirada; anonadada por encontrarse allí, en su casa, con ella... a solas.

-Si. -Afirmó finalmente. - Me gusta mucho. - Y esbozó una sonrisa que le salió del corazón. Laura también sonreía, pero frunció el ceño.

-Quítate eso. - La reprendió, acercándose. - Estás empapada.

Y le quitó ella misma la chaqueta. El roce de sus manos le robó un escalofrío descarado que no pudo reprimir. Pero Laura lo malinterpretó... O quizá llevara razón.- ¿Ves? Vas a coger una pulmonía.

Rápidamente se llevó la cazadora a un perchero oculto tras la puerta donde su propio abrigo ya descansaba. A continuación se metió en el baño y volvió a salir, toallas en mano, tendiéndole una a Nuria.

Ese TrenWhere stories live. Discover now