Tras el brumoso misterio

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El reino de Fiore, un territorio de diecisiete millones de habitantes, un mundo de magia. En este lugar la magia es comercializada como si fueran bienes, es parte del diario vivir de muchos habitantes.

Entre todos estos pueblos que conforman Fiore en ese momento en un pueblo alejado y habitado con una cantidad mínima de personas el viento acarreaba a las juguetonas hojas a que realizaran una bella danza, se inspiraba un aire de conformidad, las copas de los árboles se balanceaban y parecía que en cualquier momento se marcharían con la fuerza del viento.

En medio de aquel maravilloso acto de la naturaleza, las personas realizaban sus labores como todos los días, la risa de los niños jugando en medio de las calles adornaban el ambiente entre gritos y saludos de buena fe por parte de todos los pueblerinos.

Esa tarde, nadie apostó a que sucedería algo que interrumpiera las próximas horas de cena, los niños corrían con alegría ya próximos a regresar a sus destinados hogares, aquellas acciones repletas de la más cálida familiaridad eran observado por un muchacho que se hallaba parado sobre una de las colinas cercanas a su pueblo. Levantaba sus manos para que resplandecientes luces se establecieran a su alrededor, él sonreía ante su acto, luego con la otra provocaba el crecimiento repentino de unas flores que se hallaban a su alrededor. El muchacho no podía dejar de sonreír luego de sus acciones, poseía una vestimenta casi idéntica a las de cualquier hombre de pueblo, su castaño, pero claro cabello se mecía a medida que realizaba su magia tan hermosa, sus ojos verdes se iluminaban con alegría ante sus actos.

—Vaya que por fin te encontré—atendió una pequeña queja, el chico viró sonriente para ver a una muchacha de dorados cabellos y ojos ligeramente achocolatados con una sonrisa acabada pero brillantes de alegría—sabes... eres un fantasma—le reprochó—te estuve buscando horas

—Perdóname...lo olvide—se excusó

—Eres increíble. Si fuiste tú quien me cito en la plaza—pero la joven no recibió respuesta alguna, con curiosidad se acercó al muchacho, por un momento él se sonrojo, era tan hermosa ante sus ojos—otra vez...magia—murmuró con brillos de felicidad impregnados en sus achocolatados ojos.

—¿Te gusta? —le preguntó interesado a la vez que con sus magos creaba ligeros destellos, la muchacha sonreía maravillada ante la magia tan hermosa—solo tú puedes ver esto

—Eres fantástico—enalteció sonriente—¿no pesaste en unirte en algún gremio? —él negó con su cabeza.

—Mi familia está aquí, tú también, no me agradaría la idea de irme.

—Ya veo a pesar que tu padre siempre te incentivo a ir a algún gremio.

—¡Bueno! como te prometí—habló dejando de lado sus trucos, se acercó y le dio un ligero beso en la mejilla—vamos a la cita de hoy, mi querida Eri—expresó sonriente para tomar su mano.

—Siempre haces lo mismo, Eniji, no me puedo enojar contigo.

—Eres mi prometida, ya no puedes dar marcha atrás—los jóvenes caminaron alegres con intenciones de llegar al pueblo, pero no esperan que se encontrarían con el peor escenario que jamás creían que verían, con sus abiertos ojos miraron atónitos el fuego consumir su amado pueblo, Eri solo consiguió abrazar a Eniji.

—No...—entorpeció asustada la muchacha, repentinamente tomó de los hombros a Eniji para hacerlo reaccionar—Eniji, tu padre—el muchacho logró correr en busca de su padre, Eri marchaba a su par conteniendo lágrimas, los dos muchachos pararon de seco en la destruida casa, saltaron sobre escombros y allí lo vieron a un hombre mayor tirado en medio de todo ese horrible lugar.

—¡Padre! —exclamó sosteniendo a su padre entre sus brazos, lagrimas recorrían sus mejillas, el hombre abrió sus ojos, ya cansado solo lo miró.

Manten tu vista en la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora